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lunes, 21 de diciembre de 2020

REGRESAR

 


por SILVIA NOU

 Parada frente a la tumba de los abuelos maternos, Catalina lee las fechas y los lugares de nacimiento: Fermoselle y Mieza. Comunidad autónoma de Castilla y León responderá Google ante la búsqueda. Muchos momentos se acumularon en su memoria menos el nombre de estos dos pueblos rurales. Curiosa se detiene ante la información que aparece en la pantalla del celular. Compara los miradores desde donde se pueden contemplar pintorescos paisajes y el río Duero con la planicie elegida por sus antepasados para arraigarse, asentarse. Sus ojos sobrevuelan el texto:”Los romanos podrían haber adoptado este nombre de las tribus celtas que habitaron a lo largo de su curso y que adoraban al dios Durius, personificación del río Duero y que se le representaba sosteniendo una red de pesca”.


 

Dispuesta a armar el árbol genealógico había decidido después de desayunar en el Hotel Astur, empezar por visitar el cementerio. Los bisabuelos y los tatarabuelos  yacen en la tierra. No los conoció en persona. Se acerca; copia los datos; toma cuatro fotos. Le dio trabajo encontrarlos pese a que en su infancia casi siempre acompañaba a su madre y a sus tías en el recorrido de colocar calas, dalias, gladiolos o margaritas en los floreros de metal adosados a las lápidas. Deshojar una,” Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere”, la ayudaba a resolver sus dudas sentimentales de colegiala ingenua. Pasa la mano sobre  los retratos desvaídos, los saluda y camina hacia la puerta de salida envuelta en un balanceo de barco a vapor abandonando el puerto de La Coruña  rumbo a Buenos Aires.

Imagina el mareo y el vómito de Consuelo embarazada. Aspirar el perfume de los limones arrancados a último momento y masticar un gajo no ha servido de nada. Teresa, la hija mayor, su “Noni”, cubre con aserrín la viscosidad. A la noche hay baile en la cubierta, faltan pocas horas para mover los pies y bailar la jota como en las fiestas patronales del Toro y de la Virgen del árbol.

Imagina el abrazo de despedida de Manuel quien no volvería a ver ni a sus padres ni a sus hermanos; no caminaría otra vez por las calles estrechas y empinadas robando un geranio de alguna maceta colgante; ya no escucharía en los próximos agostos el tañido de la campana torera ni sostendría sobre sus hombros la imagen de la Virgen de la Bandera, patrona de la villa. Sólo quedan cartas de prolija caligrafía_que ella ha digitalizado una por una_”…reciban el amor de éste que os quiere y verlos desea”. El pañuelo blanco con las iniciales bordadas, regalo del abuelo, lo lleva apretado en su mano. Se lo regaló cuando perdió el primer diente para que lo envolviera, explicándole además que debía dejarlo bajo la almohada para encontrar a la mañana siguiente un regalo... Almohada, algodón, almidón, ratón.


 

Ahora le sirve para secar unas lágrimas de tristeza. No serán las únicas.

Se sienta en un banco de granito ubicado en la avenida de álamos. A pocos pasos el cuidador barre la calle interna lateral, una mujer desecha el agua con verdín y vierte agua limpia de una canilla en un ánfora de terracota. El tiempo de la caminata ha sido de minutos; el de los recuerdos, de medio siglo. Acá la hermana Erlinda, la que le enseñó a leer, allá la modista que confeccionó su vestido de novia, médicos colegas de su padre, amigas de su madre, una profesora admirada, vendedores, mozos, comisionistas, el señor que le vendía las entradas en el cine Hispano, el que inflaba las cubiertas de su bicicleta, los Mattarazzi panaderos y sus alfajores de hojaldre, los Strausfeld dueños de la disquería, Kika su madrina de confirmación.

 Cuando estuvo en el cementerio de Montparnasse, un lugar sencillo, sin grandes mausoleos, con mucha connotación emocional para ella, dio  muchas vueltas  junto a su hermana hasta encontrar la tumba de Julio tantas como las que termina de dar antes de desplomarse en el asiento. ¿Cuándo como por arte de magia lo dejó abandonar el mundo de los vivos y  Cortázar se convirtió en letra de imprenta para siempre? ¿Se acordarían sus sobrinos de llevarle un ramito de muguet en el día de la madre?

Una visita iniciada para completar una genealogía se ha convertido en un flash back de su propia vida.

No puede irse sin pasar a verlo.”Primer amor ¿dónde estás, dónde?”Como si alguien la llevara de la mano se desliza entre panteones con ángeles y placas lustrosas, cruces de bronce labrado, algunos apellidos conocidos grabados en rectángulos de mármol, tres suntuosas coronas apoyadas contra una pared, ramos secos, pétalos marchitos, hormigas. Recuerda a quienes le contaron sobre la disyuntiva del abuelo ante la elección de su destino de inmigrante: ¿Cuba o Argentina? Miles de zamoranos jóvenes ante el mismo interrogante. Veinte años tenía.

Veinte el muchacho de ojos celestes cuando eligió el lazo de la muerte sin dudar; un absurdo pendiente que aún no ha logrado entender. Unas flores amarillas recién cortadas le llaman la atención, siente el perfume al aproximarse,” ¿Quién estuvo antes?”

No tiene más que su intensa nostalgia para dejarle. Besa el retrato en blanco y negro como aquel día besó y abrazó a su mejor amiga, la novia desconsolada. Disimulando su dolor aún más profundo porque estaba hecho de silencio. La acompañó en los meses de duelo hasta el comienzo de los estudios universitarios, luego los caminos se separaron. Una se fue a Córdoba y la otra a Rosario. Una tarde cualquiera se encontró con las aguas pardas del  río Paraná separando provincias y de a poco lo convirtió en el límite natural entre el pasado y el presente como el  océano Atlántico lo hizo con los emigrantes.

 Atraviesa la reja de salida. Se sienta en el auto. Al observar el asiento del acompañante vuelve a sentirse confundida,” ¿Y los folletos? Pero si antes de bajar les di una mirada. Hice una cuenta.”Busca  en la cartera, en el piso, desciende  y revisa por si se le cayeron a un costado. Advierte al mirar la patente que ese no es su auto,” En mi pueblo nadie traba las puertas. No estoy en la  gran ciudad. Relax…”

_Siempre fuiste un poco despistada.

Las voces no envejecen, tampoco está tan cambiado como para no reconocerlo y ella aún se parece a la que fue o por lo menos es lo que le han dicho desde su llegada”Estás igual, igual” Se quedan charlando con Santiago. Como antes.”Hoy es el aniversario de la partida de mi mujer por eso vine. Le gustaban las fresias”.”Necesitaba unas fechas, quiero escribir la historia de la familia; nos vamos a reunir todos los primos en una casa de eventos al mediodía”.”Fue un accidente automovilístico”.”El de mi esposo, también”.

Repasan las fechas calculando cuántos años hace que no se ven.

_Fue en Ezeiza en  mayo del 89 cuando volví del exilio.

_Sí, había ido a despedir a mis padres_ asiente con seguridad_ Viajaban a Francia, Enriqueta estaba en las últimas y yo estaba embarazada. No pude acompañarlos.

Él escucha el relato sin interrumpirla y luego pregunta:

_ Ezeiza… ¿te acordás? La vuelta a la Argentina. Fuimos juntos a esperarLo. Después de a poco nuestros caminos se separaron.

Ya sentados en el cordón de la vereda abandonan el campo de las ideas y se muestran las fotos de los nietos, se dicen los nombres,  se cuentan las anécdotas, llega el silencio. La conversación interrumpida da un giro impensado cuando le confiesa  entre risas que fue el amor de su adolescencia.

_ ¿Por qué no me lo dijiste antes?

_Porque estabas enamorada de mi mejor amigo. Tal vez fui el único que se dio cuenta…

 Y siguen hablando de la timidez, de los desencuentros, ¿del fin del amor romántico? ¿son los protagonistas de la última utopía?

Cuando ella mira la hora se apura a explicarle acerca del viaje en barco a la tierra de los antepasados, de las ganas que tiene de hacerlo, enumera los puertos donde pueden ir descendiendo, los itinerarios terrestres posibles.

_ Podríamos armar un grupo, reencontrarnos, tirar la idea, entusiasmar a los demás.

 Las manos se entrelazan, se sueltan. Él le acaricia el cabello.

_ Viajar no puedo,  pero sí llevarte hasta el puerto, ir a buscarte_ le dice mientras se despiden con un abrazo_ ¿Dieciséis  días navegando? ¿Qué vas a hacer?

_Volvería a leer “El amor en los tiempos del cólera”. Hacer lo que ellos no pudieron.

Se seca unas lágrimas de emoción y agrega:

_Regresar.

_Llamáme.

Pronunciar la misma palabra al unísono los hace reír a las puertas  del cementerio.

Adentro, la muerte y los recuerdos.

 Afuera, la vida y los encuentros.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

3 comentarios:

  1. Excelente!!!Hermoso y sentido relato de historia de familia...exquisita pluma!

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  2. Hermoso cuento! Muy linda historia contada con palabras muy depuradas, lo que habla de la imaginación y exquisita cultura de la autora. Felicitaciones!

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