por Silvia Nou (*)
Finalizando la temporada estival había elegido ponerse como sobrenombre Vir. Era una
costumbre que tomaba en vacaciones. Llegaba el momento en que los turistas le
preguntaban “¿Cómo te llamás?”. Para hacérsela fácil respondía con dos sílabas o un
monosílabo. Un enero fue Caro, un febrero fue Mini y un marzo fue Cande. Nunca
Anastasia Romanov ni Wendolin. Bajo el sol playero importaba más el factor de
protección del bronceador; cargar las reposeras; arrastrar la heladerita; remontar las
dunas; mirar los colores de la bandera flameando aterida sobre el techo de la caseta del
guardavidas con tatuaje de dragón en el hombro derecho o que no hubiera aguavivas o
qué hacer si aparecen tres tiburones que averiguar si la chica, la que los atiende, tiene
nombre histórico o del título de una canción.
Era su forma de solidarizarse con ellos y no complicarles la existencia. “Traéme una
mila”;”Unos tallarines con crema”;”Te olvidaste el pan”;”Flan con crema…no, no…con
dulce de leche.”
En las tarde libres paseaba por el bosque recolectando algunas piñas para guardarlas
junto a otras recogidas en parques, plazas, plazoletas, patios de iglesias o de escuelas
para luego convertirlas en vecinas de una que la bisabuela se llevó de recuerdo del
Unzué.
A su muerte, cuando desarmaron la casa ella se quedó con un anillo de oro con rubíes y
con un recipiente que originalmente había contenido aceitunas negras. Aún recordaba con
qué parsimonia introducía el cucharón para servirlas; sus manos, inmaculadamente
blancas. Por aquel tiempo no le gustaban, después de su primera temporada, sirvió cien
ensaladas “Caprese” condimentadas con aceto no con vinagre, con vinagre no.”Con
acheto” pedían las señoras arrastrando las eses mientras ella se las comía a las eses y a
las olivas que a veces quedaban en los platos con monograma lila.
Al regresar a su ciudad la cuarentena la sorprendió sola, en el departamentito que
alquilaba. Durante días para no violarla se encogía y de un salto se introducía en el
frasco donde había guardado las piñas más pequeñas, frutos de roble, agujas de pino,
algunos caracoles.
Desde ahí escuchó las fuertes discusiones de la pareja vecina; los llantos del bebé
nacido el 16 de marzo según habían comunicado, a través de un cartel en el ascensor, los
del 6to A y voces de locutores y locutoras repitiendo: covid, covid, covid. Cerrando los
ojos podía revivir la humedad de la lluvia mojándole la piel, recordar las sudestadas y los
abrazos.
En ese refugio liliputiense que frecuenta a diario sopla aire marino, hay rumor de olas y
silenciosa soledad de bosque. Se enteró de que hay otros que se recuestan sobre blanca
arena capturada en frascos que una vez tuvieron mermelada; le contaron que hay quienes
bucean junto a estrellas de mares lejanos regaladas por marineros que navegaron en
sampanes. Una amiga íntima le confió que se ha armado una laguna con restos de
perfumes franceses. Cuando aspira la fragancia recuerda cómo llegaron a sus manos,
cuándo los usó y con quiénes.”De cuarentena en Grasse” decía el wasap.
De noche sale y se estira.
Mientras sus conocidos devoran la cuarta temporada de una serie de papel, ella
nostálgica mira el cielo estrellado, las formas de las nubes, la Superluna rosa de abril.
Ruega que el próximo verano pueda reencontrarse con la población de riesgo, con los
pequeños que no pueden acercarse a sus abuelos para no contagiarlos y con los de 43
¿la edad promedio ?Los rostros desfilan. No quiere pensar en posibles ausencias. No
importa que estén indecisos con lo que van a almorzar ni que protesten por el punto de
cocción del asado.
“Mejor quedarme en casa entrando y saliendo de mi refugio mental quince días más” se
dice a sí misma tratando de convencerse. Pero el final de una videollamada la ha hecho
dudar.
_Tengo ganas de verte. Ya. “Mis amigos saben lo que yo siento…lalala…aaa”
_”No como ni duermo sin vos pero no se puede…”_ responde cantando_, falta poco_
agrega con un suspiro.
.El diálogo se desvanece. Silencio.
Se sirve una copa de vino Malbec. Necesita volver a escucharlo. Sobre el hombro aún es
nítida la marca del bretel de la bikini. Extiende la mano en la cama. Revuelve las palmeras
de las sábanas estampadas .Busca el celular. La foto de la tabla de surf no está más.
Bloqueada. Blo quea da.
Bloqueada llora hasta la inundación y se hunde en las fauces del dragón, decenas de
rocas puntiagudas sobresalen del agua semejantes a afilados dientes; el océano entero
escupe su espuma y castiga la playa. La tormenta no deja nada en pie .Se pierde en la
inmensidad del mar de la impotencia. Le han puesto un tapabocas a la fuerza. La ha
dejado sin la posibilidad de intercambiar una palabra.
Ahoga un grito contra la almohada pero alguien le pone sonido a su película muda.
Escucha con atención tratando de identificar de dónde provienen los gemidos.
Se pone el jean, abre la puerta, recorre el pasillo en tres pasos largos, toca el timbre.
Ludovica tiene una marca en la cara. La mira sin saber qué decirle, qué hacer. Tiene
ganas de meterse de nuevo en su refugio y no salir más, encerrarse en su mundo y no ver
el otro, quedarse apocopada, callada, quieta, haciendo la plancha y que el gusto salobre
sea el del mar no el de las lágrimas. “Dejáme probar, yo te dejo probar del mío, no hablés
más, se te derrite el helado, beso limón, beso frutilla, TOCO TU BOCA…”
La oscuridad dura unos minutos. Cuando automáticamente regresa la luz, su vecina no
está más. Lo ve en un primer plano. ¿Es el mismo tatuaje? Baja la cabeza presintiendo el
peligro pero en vez de moverse, pierde el control y arremete con una rabia equivocada,
golpea con los puños cerrados, clava las uñas. Sus pies descalzos abandonan el piso de
cerámica gris y en un instante el dolor en el corazón traba una alianza con el dolor del
puñetazo en la mejilla izquierda.
Entonces el verano ya no es el que fue, es apenas un puñado de granitos de arena que
caen de sus bolsillos y se estrellan contra la pared.
Es un frasco roto.
(*) Silvia Nou, escritora y docente, egresada de la carrera de letras de la Universidad Nacional de Rosario, Provincia de Santa Fé, ARGENTINA. Ha participado de diferentes concursos, obteniendo premios y menciones. Hoy comparte con El Hormiguero Lector uno de sus trabajos.
(En la actualidad reside en Firmat (StaFe).Vivió muchos años en la ciudad de Rufino donde formó su familia.
Ejerció la docencia hasta su jubilación(Licenciada y Profesora en Letras).
Publica en "El Correo de Firmat ".
Durante 2020 recibió premios literarios por parte del Centro de la emigración castellano leonesa;del Centro Vasco Francés(BsAs).Segundo premio por su cuento "La señorita Dulce" en los 15º Juegos Culturales Evita/StaFe.)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario