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jueves, 3 de diciembre de 2020

Cuento: "El frasco"

 

                                                                     por Silvia Nou (*)

Finalizando la temporada estival había elegido ponerse como sobrenombre Vir. Era una

costumbre que tomaba en vacaciones. Llegaba el momento en que los turistas le

preguntaban “¿Cómo te llamás?”. Para hacérsela fácil respondía con dos sílabas o un

monosílabo. Un enero fue Caro, un febrero fue Mini y un marzo fue Cande. Nunca

Anastasia Romanov ni Wendolin. Bajo el sol playero importaba más el factor de

protección del bronceador; cargar las reposeras; arrastrar la heladerita; remontar las

dunas; mirar los colores de la bandera flameando aterida sobre el techo de la caseta del

guardavidas con tatuaje de dragón en el hombro derecho o que no hubiera aguavivas o

qué hacer si aparecen tres tiburones que averiguar si la chica, la que los atiende, tiene

nombre histórico o del título de una canción.

Era su forma de solidarizarse con ellos y no complicarles la existencia. “Traéme una

mila”;”Unos tallarines con crema”;”Te olvidaste el pan”;”Flan con crema…no, no…con

dulce de leche.”

En las tarde libres paseaba por el bosque recolectando algunas piñas para guardarlas

junto a otras recogidas en parques, plazas, plazoletas, patios de iglesias o de escuelas

para luego convertirlas en vecinas de una que la bisabuela se llevó de recuerdo del

Unzué.



A su muerte, cuando desarmaron la casa ella se quedó con un anillo de oro con rubíes y

con un recipiente que originalmente había contenido aceitunas negras. Aún recordaba con

qué parsimonia introducía el cucharón para servirlas; sus manos, inmaculadamente

blancas. Por aquel tiempo no le gustaban, después de su primera temporada, sirvió cien

ensaladas “Caprese” condimentadas con aceto no con vinagre, con vinagre no.”Con

acheto” pedían las señoras arrastrando las eses mientras ella se las comía a las eses y a

las olivas que a veces quedaban en los platos con monograma lila.

Al regresar a su ciudad la cuarentena la sorprendió sola, en el departamentito que

alquilaba. Durante días para no violarla se encogía y de un salto se introducía en el

frasco donde había guardado las piñas más pequeñas, frutos de roble, agujas de pino,

algunos caracoles.



Desde ahí escuchó las fuertes discusiones de la pareja vecina; los llantos del bebé

nacido el 16 de marzo según habían comunicado, a través de un cartel en el ascensor, los

del 6to A y voces de locutores y locutoras repitiendo: covid, covid, covid. Cerrando los

ojos podía revivir la humedad de la lluvia mojándole la piel, recordar las sudestadas y los

abrazos.



En ese refugio liliputiense que frecuenta a diario sopla aire marino, hay rumor de olas y

silenciosa soledad de bosque. Se enteró de que hay otros que se recuestan sobre blanca

arena capturada en frascos que una vez tuvieron mermelada; le contaron que hay quienes

bucean junto a estrellas de mares lejanos regaladas por marineros que navegaron en

sampanes. Una amiga íntima le confió que se ha armado una laguna con restos de

perfumes franceses. Cuando aspira la fragancia recuerda cómo llegaron a sus manos,

cuándo los usó y con quiénes.”De cuarentena en Grasse” decía el wasap.

De noche sale y se estira.

Mientras sus conocidos devoran la cuarta temporada de una serie de papel, ella

nostálgica mira el cielo estrellado, las formas de las nubes, la Superluna rosa de abril.

Ruega que el próximo verano pueda reencontrarse con la población de riesgo, con los

pequeños que no pueden acercarse a sus abuelos para no contagiarlos y con los de 43

¿la edad promedio ?Los rostros desfilan. No quiere pensar en posibles ausencias. No

importa que estén indecisos con lo que van a almorzar ni que protesten por el punto de

cocción del asado.

“Mejor quedarme en casa entrando y saliendo de mi refugio mental quince días más” se

dice a sí misma tratando de convencerse. Pero el final de una videollamada la ha hecho

dudar.

_Tengo ganas de verte. Ya. “Mis amigos saben lo que yo siento…lalala…aaa”

_”No como ni duermo sin vos pero no se puede…”_ responde cantando_, falta poco_

agrega con un suspiro.

.El diálogo se desvanece. Silencio.

Se sirve una copa de vino Malbec. Necesita volver a escucharlo. Sobre el hombro aún es

nítida la marca del bretel de la bikini. Extiende la mano en la cama. Revuelve las palmeras

de las sábanas estampadas .Busca el celular. La foto de la tabla de surf no está más.

Bloqueada. Blo quea da.

Bloqueada llora hasta la inundación y se hunde en las fauces del dragón, decenas de

rocas puntiagudas sobresalen del agua semejantes a afilados dientes; el océano entero

escupe su espuma y castiga la playa. La tormenta no deja nada en pie .Se pierde en la

inmensidad del mar de la impotencia. Le han puesto un tapabocas a la fuerza. La ha

dejado sin la posibilidad de intercambiar una palabra.

Ahoga un grito contra la almohada pero alguien le pone sonido a su película muda.

Escucha con atención tratando de identificar de dónde provienen los gemidos.

Se pone el jean, abre la puerta, recorre el pasillo en tres pasos largos, toca el timbre.

Ludovica tiene una marca en la cara. La mira sin saber qué decirle, qué hacer. Tiene

ganas de meterse de nuevo en su refugio y no salir más, encerrarse en su mundo y no ver

el otro, quedarse apocopada, callada, quieta, haciendo la plancha y que el gusto salobre

sea el del mar no el de las lágrimas. “Dejáme probar, yo te dejo probar del mío, no hablés

más, se te derrite el helado, beso limón, beso frutilla, TOCO TU BOCA…”

La oscuridad dura unos minutos. Cuando automáticamente regresa la luz, su vecina no

está más. Lo ve en un primer plano. ¿Es el mismo tatuaje? Baja la cabeza presintiendo el

peligro pero en vez de moverse, pierde el control y arremete con una rabia equivocada,

golpea con los puños cerrados, clava las uñas. Sus pies descalzos abandonan el piso de

cerámica gris y en un instante el dolor en el corazón traba una alianza con el dolor del

puñetazo en la mejilla izquierda.

Entonces el verano ya no es el que fue, es apenas un puñado de granitos de arena que

caen de sus bolsillos y se estrellan contra la pared.

Es un frasco roto.


(*) Silvia Nou, escritora y docente, egresada de la carrera de letras de la Universidad Nacional de Rosario, Provincia de Santa Fé, ARGENTINA. Ha participado de diferentes concursos, obteniendo premios y menciones. Hoy comparte con El Hormiguero Lector uno de sus trabajos.

(En la actualidad reside en Firmat (StaFe).Vivió muchos años en la ciudad de Rufino donde formó su familia.

Ejerció la docencia hasta su jubilación(Licenciada y Profesora en Letras).

Publica en "El Correo de Firmat ".

Durante 2020 recibió premios literarios por parte del Centro de la emigración castellano leonesa;del Centro Vasco Francés(BsAs).Segundo premio por su cuento "La señorita Dulce" en los  15º Juegos Culturales Evita/StaFe.)

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