En esta tercer entrega sobre los orígenes y la identidad latinoamericana de nuestra literatura infantil en el Caribe, vamos a ir al encuentro de lo que podemos llamar el ADN de nuestra literatura para las infancias, vamos a leer que nos dice Gerardo Torres sobre las crónicas y como éstas influyeron e influyen en la construcción de nuestra literatura infantil caribeña y latinoamericana.
Las crónicas, de apariencia medieval, se particularizan y sobresalen dentro de la literatura de la Colonia. Estos documentos históricos surgen de las gestas de los colonizadores. La documentación y explicación de la empresa colonizadora se convierte, a través de este género, en una de las expresiones literarias de las nuevas colonias, y hoy son consideradas como parte del corpus literario latinoamericano. Según los críticos Enrique Anderson Imbert y Eugenio Florit (1966), adquieren fuerza creadora al enfrentarse con la nueva realidad americana.
No fueron escritas originalmente para los niños; pero, aunque no hayan formado parte de las lecturas de los niños en el momento en que se escribieron, se han convertido en narraciones de rigor entre ellos, y cuando no se han convertido en lecturas como tal, influyen en la tradición oral y, por ende, en la literatura infantil. ¿Quién no conoce a Juan Ponce de León cuya crónica sobre su viaje en busca de la fuente de la juventud, de carácter real maravilloso, inicia a los lectores en la comprensión del boom latinoamericano? Esta crónica le sirve como modelo a Cayetano Coll y Toste (1973) para su relato “La fuente mágica”.
La crónica, “La rebelión de Enriquillo”, escrita por Fray Bartolomé de las Casas (1474-1566), defensor del principio de que sólo era legitimo evangelizar pacíficamente a los indios, narra la rebelión contra los colonizadores de un indígena taíno, original de la isla donde hoy se encuentra la República Dominicana, cristianizado con el nombre Enriquillo. La vida de este indígena se convierte en símbolo de las luchas por la independencia, en contra de los colonizadores, entre los miembros de la sociedad dominicana; y es hoy parte de la tradición oral de esto pueblo. Manuel de Jesús Galván la convierte en novela, en 1894, y luego, en 1897, fue publicada en una edición escolar (Piñeiro de Rivera, 1983, p.34).
Gonzalo Fernández de Oviedo, quien en su juventud fue paje del príncipe Don Juan, el malogrado hijo de los reyes católicos, para el cual escribió “Libro de Cámara del Príncipe don Juan” (Bravo Villasante, 1973, p. 80), en el siglo XVI, escribió su insigne obra Historia general y natural de las Indias, durante sus viajes por las colonias americanas (Anderson Imbert y Florit, 1960, p. 13-14). Una crónica de esta historia se convierte en parte de la tradición oral y de la literatura infantil puertorriqueña, y testimonia los primeros pasos de uno de los elementos que conforman la identidad puertorriqueña: el mestizaje. Esta crónica, conocida popularmente como “Guanina”', relata la lucha entre los colonizadores y los taínos; cuenta los amores y la muerte de un colonizador, Diego Sotomayor, y una indígena, Guanina. Fue recopilada por Cayetano Coll y Toste (1973) y por Jesús Tomé (1985).
Rodríguez Demorizi (1969) relata en la leyenda de “La Bella Catalina”, la relación amorosa entre un colonizador, una taína, Anaibelca, y otro taino, Guacanagari; y las batallas entre los colonizadores y los indígenas. Una vez más el mestizaje y las luchas que le subyacen son ejes centrales de la tradición oral. Sostiene Rodríguez Demorizi que esta leyenda aparece en una crónica, aunque no cita su fuente. Desde estas primeras crónicas hasta la formación de una literatura infantil netamente madura pasarán tres siglos, pero esto no implica un estancamiento total, porque desde el comienzo va germinando una fuente vital de esta literatura: el folclore. El cuento folclórico cumple un papel determinante en el desarrollo de la literatura infantil ya que no hay “... más que un paso entre los cuentos infantiles y los cuentos populares, y sus orígenes se confunden” (Montes, 1977, p.9).
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