Libros que todavía nos hablan entre sueños, libros que son releídos por nuevas generaciones, clásicos que, aunque no se hayan leído, todos saben de qué se trata.
Por María Cristina Alonso
Hay libros que, aunque no hayamos leído en la infancia igual resuenan en nuestra imaginación porque hemos oído hablar de ellos, hemos visto películas inspiradas en sus argumentos, hemos conocido innumerables y muchas veces malas, adaptaciones.
Una sociedad inmersa en la violencia y en la que se vulneran los derechos de los más débiles se verá reflejaba, de una manera u otra en las historias que fueron pensadas y escritas para los niños. Basta recordar a Charles Dickens y sus sufrientes personajes como David Copperfiel u Oliverio Twist , ya que sus novelas eran, entre otras cosas, trabajos de crítica social. Él era un fervoroso crítico de la pobreza y de la estratificación social de la sociedad victoriana.
¿Cuántas veces nos dijeron que si mentíamos nos crecería la nariz como a Pinocho? ¿Y no pensamos ante una mesa puesta para el té en la icónica escena de Alicia sentada junto al Sombrerero, el hurón y la liebre de marzo? ¿No quisimos escribir como Jo?
Hablemos de algunos clásicos infantiles que todavía resuenan en el recuerdo de muchos lectores y lectoras. Frente a la inmensa producción de literatura infantil del siglo XX y lo que va del XXI, la pregunta sería: ¿Por qué se vuelve a ellos? Por qué Guillermo del Toro siente la necesidad de hacer una película con su propio Pinocho o Tim Burton adapta a Alicia que, en su película, es una joven de 19 años que regresa al País de las Maravillas para encontrar su verdadero destino y terminar con el gobierno de terror de la malvada reina roja
Y se vuelve a ellos porque, como señala Ítalo Calvino en su libro “ Por qué leer a los clásicos ”, los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual.
Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir y que, cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad.
Sucede con los
clásicos infantiles que muchas veces creemos conocerlos pero sólo los hemos
leído en adaptaciones, algunas muy sesgadas. Y muchos de los libros que hoy se
consideran para niños son adaptaciones de textos que no le fueron destinados.
Pensemos en Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift, cuyo humor punzante
estaba destinado a los adultos que pudieran leer entre líneas. Los viajes van
más allá de contarnos la llegada Gulliver a Liliput, el país de los diminutos
seres o al de los gigantes, es una
sátira áspera y desencantada de la política inglesa en tiempos de la reina Ana
y un alegato contra la raza humana a la que Swift consideraba abyecta,
lujuriosa y estúpida. Desde su
inicio, este libro apeló a un público doble, el de los adultos y el de los
niños.
Marc
Soriano, el famoso
investigador de la literatura infantil y popular nos dice que adaptar para los niños un libro que no
les estaba destinado significa someterlo
a una cantidad de modificaciones —por lo general, cortes y cercenamientos—
que lo convierten en un producto que se corresponda con los intereses y el
grado de comprensión de los menores, es decir, que lo vuelva asequible a este
público nuevo”
Aquí ya tenemos dos cuestiones para
resolver. Soriano está hablando en esta cita de la adaptación para los niños de
libros que originalmente no le están destinados. Ahora bien, sabemos que gran
cantidad de textos escritos originalmente para niños, de los cuales la extensa
obra de Andersen y la novela de Collodi son sólo algunos ejemplos, han sido y
siguen siendo sometidos a innumerables adaptaciones. La otra cuestión planteada
por Soriano consiste en el riesgo de reducir el concepto de “adaptación” al de “censura”.
Tenemos entonces la necesidad de
preguntarnos si los libros escritos originalmente para niños necesitan ser
adaptados, y por otro lado, considerar el concepto de “adaptación” más allá de
la censura, como una presencia constante en la literatura infantil desde sus
orígenes.
Otra
cuestión es la reciente polémica sobre la reescritura de algunos textos
clásicos para adaptarlos a la corrección política y eliminar cualquier elemento
que pueda resultar ofensivo a los niños. De los libros de Roald Dalh la
editorial británica que los publica eliminaron palabras como gordo, "gordo", para pasar a ser
"enorme".
En Los Twit, la señora Twit ya no es "fea y bestial" sino "bestial". En un párrafo se dice que las brujas son calvas
debajo de sus pelucas, y se le agregó la siguiente oración: "Hay muchas
otras razones por las que las mujeres pueden usar pelucas y ciertamente no hay
nada de malo en eso".
También
se reemplazaron alusiones de género por el uso del neutro. Los "hombres
pequeños" de Charlie... pasaron a ser "personas
pequeñas".
En 2019
una biblioteca retiró una parte del catálogo de libros en una escuela en
Barcelona por considerarla “tóxica”. Solo un 10% estaba escrito con una
perspectiva de género. Cayeron Caperucita Roja o La
Bella Durmiente.
Lo cierto es que, como señala la especialista Ana Garralón, si leemos literatura desde cualquier perspectiva no queda ningún libro a salvo. Es que no se puede modificar La Odisea porque Ulises salió y su mujer estaba en casa esperándolo. En muchas adaptaciones de cuentos clásicos se pierde el mundo simbólico. Y, aunque se dice que hay que contextualizar, los lectores tienen imaginación, no son tontos. Es una lástima que en todas esas adaptaciones para ser “políticamente correctos” los niños no tienen la oportunidad de conocer el cuento de verdad, son su ritmo, con su prosa.
Bruno
Bettelheim, en los años 60, 70, cuando desde el feminismo se decía “fuera
los cuentos de hadas”, escribió un libro que se llama Psicoanálisis de los cuentos de hadas para
explicar por qué esos cuentos interesan a los niños: los números, la cantidad
de cosas que pasan, la relación que hay con una narración de aventuras de los
niños que son abandonados. Ese es un pensamiento que tienen todos los niños,
vivan en familias felices o infelices. El abandono es un miedo que está ahí y y
Hansel y Gretel sí lo hace,
los padres los echan al bosque y tienen que buscarse la vida. Hay muchas pistas
para entender por qué estos cuentos han perdurado. Dice Ana Garralóm que están
en nuestro ADN, porque son las cosas con las que uno se enfrenta cada día. Aunque estés viviendo en una gran ciudad,
hay muchos bosques.
Felicitaciones. Maravilloso 👏👏👏👏👏
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