Por María Cristina Alonso
Es necesario a 40 años de la democracia, celebrar, sí, pero también ver los lugares por donde se filtra la amenaza. Como lo imagina Graciela Montes en un cuento de 1991, cada tanto hay ogrontes que se quieren comer a un pueblo y amenazan la preciada democracia. Por suerte, también hay Irulanas que están dispuestas a refundarlo. Una nueva lectura de Irulana y el Ogronte, de Graciela Montes.
El pueblo que recrea
Montes e ilustra Claudia Legnazzi en esa primera edición, vive en la
incertidumbre ante los cambiantes estados de ánimo del poderoso y temible
personaje al que no le bastan los alimentos que la gente le regala para
calmarlo. Sus enojos son irracionales, grita y ruge sin causa alguna, siembra
el terror. Todo esto contado con guiños entre escritora e ilustradora –un juego
metaliterario- que recrea esas historias que se van inventando en voz alta e
incluyen comentarios: (“…Miren: acá la dibujante se asustó tanto que dejó el
dibujo sin terminar y salió corriendo,)”, “Ahí está la nena, - ¿la ven? -; es
esa de rulitos en la cabeza: Irulana.”
Otra vez David y
Goliat, una niña pequeña, Irulana, vence al ogro gritando su nombre tan fuerte
que el monstruo dormido, después de haber tragado al pueblo entero y provocado
la huida de sus habitantes, queda enredado en la palabra que termina
enterrándolo en un pozo.
La democracia en la
Argentina empezó, como el cuento de Graciela Montes, con un pueblo y una
dictadura que se había comido todo y una palabra que inauguraba un nuevo tiempo
y fue proclamada en el Juicio a las Juntas: “Nunca más”. Esa palabra, tejida con
la otra tan importante que es “Memoria”, armó una trama de historias que le
fueron dando sentido a estos cuarenta años de democracia. Años complejos en los
que, de tanto en tanto, el ogronte de Graciela Montes sale a pasear para
intentar comerse una plaza, romper una calle, deglutir un árbol con raíces, y
todo como si fuera un manojo de apio. Pero las y los Irulanas de la Argentina, (Madres
y Abuelas de Plaza de Mayo, militantes políticos, artistas, escritores, gente
con memoria) inmediatamente echan a volar las palabras mágicas que suturan las
rajaduras, reponen los pedazos faltantes y seguimos adelante.
¿Cómo peligra la democracia?
En el país de los cuarenta años hay una Reina de corazones que proclama -por radio,
televisión, en tic-toc -y otras ranuras comunicacionales- que cortará
cabezas; un rey siempre despeinado determina que, si es gobierno, los pueblos
pequeños y pobres desaparecerán y que, junto con ellos, se irán los ciegos, los
rengos, los que no pueden hablar, los que piensan distinto. En las fracturas de
la democracia, en esos lugares por donde se cuelan la injusticia y la
insolidaridad, aparecen ogrontes que gritan muy fuerte, brujas que nos quieren
cocinar crudos y balas destinadas a los niños que ensayan su murga para el
carnaval. Porque esto ya pasó en esas rajaduras que se le hacen a la
democracia, en 2016, en el Bajo Flores. Un hecho horrible que quedó narrado en un libro: Hasta la vida, de varios autores,
ECuNHI Ediciones, 2016.
En el Bajo Flores, en Buenos Aires, un febrero de 2016, la murga “Los
auténticos reyes del Ritmo” recibe una lluvia de balas de goma y de plomo mientras ensaya sus pasos para el
próximo carnaval. La mayoría son niños y jóvenes. ¿Se podrá escribir un cuento
con esta historia en la que el verdadero lobo es la gendarmería?
“Un colectivo de autores -escribe María
Teresa Andruetto en su aporte Meten bala-
reacciona al atropello que sufrieron los chicos de la murga “Los Auténticos
Reyes del Ritmo”, en la villa del Bajo Flores, que representará, para quienes
trabajamos en cultura de la infancia, un punto de inflexión”.
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