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domingo, 20 de noviembre de 2022

Lectoras

 Por María Cristina Alonso

              A mis compañeras de secundaria                                                                            


¿Cómo se arma sin proponérselo una comunidad de lectores? Así, espontáneamente, en un grupo de whatssap que se formó al cumplir 50 años de egresadas de la escuela secundaria,  mis compañeras comenzaron a hablar de mis libros, a preguntarse dónde se conseguían, a mencionar el  último que escribí e ilustré Chicas que escuchaban radioteatros.

 De lejos, sin animarme a intervenir, veía el interés de mis ex compañeras por mis libros así que les acerqué un par y así el chat empezó a poblarse de listas para pasárselos en forma organizada.

 Y después leí y escuché audios con los comentarios. Mi Chicas que escuchaban radioteatros, fue un texto que nació de una fotografía de mi madre con sus hermanas junto a una bicicleta en el campo de la década del 30. Mis compañeras lectoras pensaron en sus madres que habían llevado vidas parecidas, hablaron de las fotografías que guardan en cajas y no saben qué hacer con ellas, sintieron que debían preservarlas porque son los únicos testimonios que les quedan del pasado familiar.

 “Cristina  -me escribe una de mis compañeras de secundario que se llama como yo-  acabo de leer tu libro que pinta la historia de mi mamá, que vivía en un campo arrendado con cuatro hermanas y fue visitada por mi papá en bicicleta durante tres años que duró el noviazgo ¡Con sol o con lluvia!”.

“Sonia, mi lectora más entusiasta comparte: “: Beto se fue, es mi momento, tengo tiempo para leer. Estoy acostada. Voy a llamar a mi hermana para comentarle el libro. Es un texto que te remueve. He encontrado valijas con fotos, es lo único que nos queda de nuestras madres, una planta en una galería, las chicas juntos a un árbol, los novios. Tienen que leerlo todos”

¿Cómo imaginan que se siente la autora al leer y escuchar estos comentarios de su texto?

 Leer, pasarse libros, comentar lecturas. Recordé algunas novelas que hablan de gente que se relaciona para compartir su interés por la lectura, porque entienden que la literatura une a personas de ideologías, gustos y hábitos diferentes.

 Una de ellas, cuya largo título nos anticipa una historia original, es la que escribió la librera estadounidense Mary Ann Shaffer, La sociedad literaria del pastel de patata de Guernsey. La autora murió antes de terminar la historia y fue continuada por su sobrina, Annie Barrows. La novela no sólo se convirtió en bets seller sino que fue llevada al cine y la película puede verse en Netflix.

Un grupo de personas que habitan una isla del  Canal de la Mancha, Guernsey, (único territorio británico que estuvo bajo la ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial) se juntan para comentar libros y soportar situaciones difíciles.  La original denominación de la Sociedad literaria surgió una noche en que los alemanes los descubrieron violando el toque de queda. Desde entonces, pastel de patatas mediante, la sociedad se convirtió en un fenomenal acto de resistencia.

 Ejemplos de lectores que se juntan, que comentan, que piden libros, que quieren recrear en la realidad las escenas de las páginas que tanto placer les produjeron hay muchos.  A partir de la atrapante saga de Dolores Redondo, La trilogía del Baztan,  (también llevada al cine y se puede ver en Netflix) se suelen organizar tours de visita a Elizondo, el pueblo navarro donde transcurre la ficción.

 Las tres novelas: El guardián invisible, Legado en los huesos y Ofrenda a la tormenta, están protagonizadas por la detective Amaia Salazar que debe desentrañar complejos casos en un lugar lleno de misterio donde mucha gente cree en la existencia de seres mitológicos.

 Hasta la aparición de las novelas de Dolores Redondo, Elizondo era un punto desconocido en el mapa de Navarra. Pero desde que estas novelas de género negro tuvieron éxito, sus lectores se encuentran portando sus libros para recorrer las calles e identificar los edificios que aparecen en el texto. Lectores que no sólo se organizan en comunidad lectora para vivir una experiencia de turismo rural, sino que viven la literatura, leen la ficción en las páginas y en la vida real.

 Ocurrió algo parecido cuando en 2018 se cumplieron 150 años de la primera publicación de Mujercitas de Luisa May Alcott. Pedí por mail a mis amigas que recuperaran lo que quedó en su imaginario de ese libro de chicas que marcó la infancia de muchas.

 En los mails y  audios de whatssap, mis amigas respondieron entusiasmadas a mi requerimiento. El título de la novela más leída por las chicas de varias generaciones atrás es un talismán, un pasaje, un boleto de regreso a esa patria, a esa tierra incógnita que es la infancia. Lectoras que empezaron a hablar entre ellas de las escenas más recordadas, de los personajes entrañables con los que se identificaban, lectoras que hablaban de lecturas, que socializan sus interpretaciones, que mantenían viva la pasión por leer historias y comentarlas.

 Algo parecido ocurrió en pandemia. Muchas personas nos pasamos libros en Epub o PDF y después los comentamos por redes sociales porque en esos años, la literatura calmaba la angustia que crecía en un momento en que el mundo se volvía  pura incertidumbre.

 

En el chat de mis compañeros de escuela secundaria, gente que he visto esporádicamente o no he visto en cincuenta años, sigo leyendo: “Hola buen día!!! Porfi avisen cuando me toque el libro a mí”.

 Por momentos no puedo creer que mi libro vaya pasando de casa en casa. Voy leyendo, con emoción y pudor los deliciosos comentarios que su lectura produce. Sigo pensando que el gran poder de la literatura radica en la libertad de los lectores para decir cosas sobre ella y compartirla con otros.

 

 



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