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lunes, 14 de noviembre de 2022

Chicos que sufren en la literatura

 



Por Cristina Alonso (*)

Busco en mi biblioteca uno de los primeros libros que leí: “Cuentos para niños” de la Editorial Sopena, publicado en Barcelona muchos años antes de que yo naciera. No es mío, se lo habían regalado a mi hermana. Uno de los cuentos se titula “Un susto”, y es la historia de una chica, Lulú, que queda sola en su casa mientras los padres van a visitar a una enferma. Como es muy imaginativa y ha leído recientemente un libro titulado “Cuentos de hadas” siente miedo cuando se hace de noche. Se refugia en su cuarto y, tirada en la cama, comienza a ver             -surgidos de todos los rincones- duendes con caperuzas y barbas, grotescos enanos, enormes fantasmas danzantes, todos tendiendo las manos hacia ella para atraparla.
Por suerte, nos dice el narrador, pasa por ahí el Hada de la Casualidad e hace que, en la cocina, el gato tire una jarra produciendo gran estruendo. Lulú corre desesperada y se oculta en un rincón hasta que, un cuarto de hora después, llegan sus padres y hacen que los seres imaginarios desaparezcan de la cabeza de la niña.
Un cuento como tantos de los de mi época. Iba acompañado de una ilustración bastante siniestra en la que los duendes y los fantasmas parecían salidos de una película de terror. Ponían los ojos en blanco y mostraban sus colmillos salientes. La chica iba vestida de negro y se tapaba los ojos con la mano para protegerse.
Ese fue el primer personaje infantil que recuerdo sufriendo. La literatura destinada a los niños nos lleva por miles de historias en las que los chicos son víctimas de los atropellos, de la impiedad y la desconsideración de los adultos. En el cuento de Lulú, los padres la dejan sola toda una tarde en una casa sombría con la única compañía de un gato.

Claro que si de padres abandónicos se trata, con solo pasearnos por los cuentos que los hermanos Grimm y Perrault recopilaron en los siglos XVIII y XIX encontramos a montones. Hansel y Gretell es uno de los cuentos más crueles que se puedan contar porque es la historia de dos hermanos abandonados por el padre y la madrastra en el bosque con la excusa de que no tienen nada para darles de comer. Cuando se encuentran con la engañosa casa de chocolate aparece la bruja que enjaula a Hansel para comérselo crudo, y encima lo engorda lentamente. Para compensar tanta crueldad Gretel logra tirar a la bruja al horno encendido y la quema viva. Como los chicos regresan con una bolsa llena de oro, los padres los reciben contentos. ¿Tiene un final feliz este cuento? Según esta historia, hay que llevar un tesoro a casa para ser amado.
En los cuentos de hadas aparecen todo tipo de crueldades dirigidas a los niños. A Caperucita Roja se la come un lobo, Cenicienta tiene que soportar todo tipo de desprecios y burlas de sus hermanastras, a Blanca Nieves, la madrastra la manda a matar y a que le arranquen el corazón, a Pulgarcito y sus hermanos el Ogro los anda buscando para cortarles la cabeza y en Pinocho  el Zorro y el Gato se abusan de la ignorancia del muñeco de madera,  le roban las monedas de oro y  lo cuelgan de una encina.

Niños pobres y maltratados deambulan por casi todos los estantes de mi biblioteca buscando un poco de consuelo. Lo hacen David Copperfield y Oliverio Twist, los personajes de las respectivas novelas de un escritor inglés, Charles Dickens, que no dudó en contar la crueldad de la sociedad del siglo XIX en la que le tocó vivir. Tanto David como Oliver  se quedan huérfanos, reciben palos de los maestros, desprecios de sus padrastros y sienten hambre.
También medio muerto de hambre me espera en un estante de mi biblioteca Lazarillo de Tormes, el protagonista de una novela picaresca española del siglo XVI. Lazarillo es un chico que queda solo en el mundo. Cuando el padre se muer, su madre le dice esta crueldad: “Criado te he, válete por ti” y lo manda a que se las arregle por los caminos. Por suerte el chico es vivo y se las ingenia para ir de amo en amo aunque siempre, con hambre.

La orfandad es una constante en los relatos para niños y jóvenes. El héroe casi nunca tiene padres, por lo tanto tiene que reinventarse. Los padres de Harry Potter fueron asesinados por el mago Voldemor una noche de Halloween. Tom Sawyer vive con su tía Polly en un pueblito junto al Missisippi, y el Principito, está en su planeta con la sola compañía de una rosa.
La pobreza y el hambre siempre determinan que estos personajes niños inicien un largo viaje, vivan una aventura y obtengan una riqueza o realicen una hazaña. Así Charly, el de la fábrica de Chocolate de  Roald Dahl, se somete a los caprichos del excéntrico  Willy Wonka, Bastián Baltasar Bux, el de “La historia sin fin”, que es un chico huérfano de madre, viaja a través de un libro al mundo de Fantasía para compensar sus días solitarios. En una de las historias de Struwwelpeter, e Peter el desmelenado, un libro escrito por el médico alemán Heinrich Hoffmann, el protagonista se niega a tomar la sopa por cuatro días hasta que convertido en un fideo de flaco se muere a la quinta jornada de inanición.


Los chicos y las chicas de papel que rondan mi biblioteca tienen maestros que pegan coscorrones a los que se portan mal en la cabeza, tienen padres que los dejan o los olvidan, y andan por caminos embarrados y muertos de frío. La literatura cuenta, sin disimulo, lo que a veces les sucede a los niños cuando la sociedad no respeta sus derechos.

(*) artículo aparecido en el blog La Biblioteca de Cristina. 

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