por Adrián Ferrero
Si uno es
escritor, pero no de teatro, después de haber leído el libro de Griselda
Gambaro (Bs.As., 1928), El teatro
vulnerable (2014) y haberlo cerrado pero no lo escribe, quiere
fervorosamente empezar a hacerlo. A medida que recorre sus páginas reflexiona
en profundidad acerca de las técnicas de escritura propias de la dramaturgia y
las de Gambaro en particular, traza la diferencia entre texto literario no
teatral y su diferencia con la dramaturgia, la Historia del teatro y la del teatro
argentino en particular (con Armando Discépolo como figura paradigmática), el
modo como ha habido una ausencia de tradición de dramaturgas argentinas, la
circunstancia consecuente de haber escrito en soledad en sus comienzos, el
costo de lo que significó haber sido habladas por el varón (una ventriloquia),
de comenzar una tarea a sabiendas de que se está sembrando para otras mujeres
que vendrán por detrás (no sólo escritoras), cómo los privilegios y los halagos
hacia la mujer en muchas ocasiones encubren subestimación cuando no
discriminación, el nuevo teatro y la descalificación “del sentido” (como si esa
estética “no tuviera a su vez otro sentido”, agrega Gambaro), la censura de la
que fuera objeto en 1977 por su novela Ganarse
la muerte (1976), el exilio doloroso en Barcelona durante tres años y un
punto que considero esencial para comprender la poética de Gambaro y también su
posición en el campo teatral. Cómo su primer estreno, en 1965 de “El desatino”
(la segunda obra que había escrito), sienta las bases del primer malentendido
con el campo del teatro nacional. La obra produjo revuelo y polémicas. En
efecto, los dramaturgos de su generación, todos varones (salvo casos aislados
que además eran funcionales a esa estética), partidarios de la estética del
realismo social que había hegemonizado la escena (Roberto Cossa, Sergio De
Cecco, Osvaldo Dragún, Ricardo Halac, Germán Rozenmacher, Carlos Somigliana…),
tildaron a Gambaro de snob y europeizante porque estrenaba en el Instituto Di
Tella, de dar la espalda a la conflictividad de lo social o, en todo caso, más
ampliamente lo real en su variante conflictiva, y a que su absurdismo era
políticamente descomprometido. Gambaro explica que fue luego la dictadura la
que se ocuparía de poner las cosas en su sitio. Y que simplemente había entre
ellos una concepción distinta de la que consideraban “la realidad”. También,
agrega, que ella en cuanto a sus posiciones políticas era más radical que ese
grupo en términos de lo que se consideraba la política social. Se consideraba
más a la izquierda aún.
Gambaro se
documenta escasamente para sus obras ambientadas en civilizaciones o tiempos
distantes porque afirma que eso en cambio le brinda libertad imaginativa y
cuando retoma piezas de la Antigüedad clásica (o mitos) lo hace desde la
búsqueda creativa del mestizaje (por lo general el de la inmigración, en
especial la italiana), no procurando ser fiel a modelos canónicos de esa
Antigüedad que la separan de civilizaciones antiquísimas y probablemente
inalcanzables para involucrarse con sus premisas culturales. Aprendió el oficio
de dramaturga como una autodidacta, leyendo buena literatura (no sólo
dramaturgia), pero no asistiendo a salas de manera asidua ni formando parte de
la escena (de hecho afirma no haber sido una espectadora rigurosa de teatro).
Su arte es sobre todo arte literario. Siempre afirma que la suya es una
dramaturgia concebida “desde su escritorio”.
Escribe teatro y
narrativa alternadamente. Los textos de El
teatro vulnerable diría que son ensayos o intervenciones de autora o, en
todo caso, de escritora, no de tono académico. Pero están escritos con una
solidez, una lucidez, una formación, una fundamentación, una sensibilidad estética,
una sensatez, con sentido de complejidad del fenómeno teatral y, más
ampliamente, cultural, con sutileza y una profundidad de contenidos realmente
contundentes. Tal vez sea ese el motivo por el cual resultan tan persuasivos. Y
también por eso provoquen tal cantidad de resonancias productivas, además de
adhesión quien los lee.
Pero para completar el panorama del libro
y del teatro de Gambaro más en profundidad, desarrollaré algunas hipótesis en
torno de él o bien pasaré a describir ciertas ideas en torno del fenómeno
teatral sostenidas por Gambaro a lo largo de la compilación que elegí tomar
como material paradigmático porque registra una serie de núcleos de sentido que
articulan perfectamente discurso teórico con dramaturgia. Quiero decir: hacen
sistema.
En efecto, con la fortaleza indestructible
que otorga el sentido crítico indeclinable, Griselda Gambaro ha reunido por lo
tanto en este volumen un conjunto de artículos, ensayos e intervenciones públicas
acerca del teatro y la dramaturgia más destacados que son discursos, notas de
diarios, presentaciones en ocasiones de estrenos, notas inéditas, entre otros
textos que pueden ser incluso apuntes bajo la forma de reflexiones. El teatro vulnerable no calla
prácticamente nada porque Griselda Gambaro tiene la sana costumbre (y la
saludable reputación honrada) de no hacerlo y de hablar sin eufemismos. No sólo
sobre materia teatral. A veces lo hace en torno de zonas de cruce entre
política, arte y sociedad.
Desde las primeras páginas, en las que
afronta la circunstancia de la falta de una tradición de dramaturgas en el
panorama histórico frente a la hegemonía masculina, acentuando el carácter
fuertemente patriarcal de la producción de textos teatrales (y del sistema
social en su sentido más amplio al cual el teatro naturalmente no escapa,
porque es uno de sus emergentes), enfatiza por ejemplo, cómo ha sido invitada a
encuentros de teatro “por ser la mejor dramaturga”. Y eso tiene lugar en
condición de minoría casi absoluta por lo general en América Latina, ignorando
al resto de sus colegas mujeres incluso de esos mismos países, lo que resulta,
como mínimo, a sus ojos ofensivo. Así, el halago encubre la marca de una
inferiorización. Al menos para quien no se deje encandilar por los brillos del glamour,
tal como sucede con esta autora. De ese modo disimulado, la dominación
masculina, según lo declara Gambaro, no ha permitido ni el florecimiento ni la
consolidación de la mencionada tradición femenina a nivel continental ni
mundial, a su juicio imprescindibles en el ejercicio de la escritura literaria y
del pensamiento creativo donde se tiende a confundir lo femenino como un
atributo y lo masculino como lo universal, en palabras de Karen Blixen citadas
por la misma Gambaro. La dramaturga alude a la metáfora ya citada: la verntriloquía,
al ser hablada la mujer través de una voz ajena. Habrá que esperar varios años
a que surjan nuevas generaciones de dramaturgas (que llegarán). Es la voz del
varón la que gobierna y otorga la voz y el tono, así como la ideología
dominante que tendrá la mujer en sus parlamentos y sus papeles en el seno de
sus obras de teatro. De esa voz ajena la mujer se desplaza en la economía de la
representación literaria y luego escénica, lo que le confiere un valor aún más
intenso a la ausencia de su enunciación.
El libro también expone y desarrollo una reflexión
muy profunda acerca de sus singulares métodos de trabajo. Y confiesa no
necesitar asistir a ensayos, funciones de sus obras o bien realizar creaciones
colectivas. Todo lo contrario del teatrista Eduardo Pavlovsky, quien llegó a
afirmar, según el crítico Jorge Dubatti, una “dramaturgia de actor”. Ella, por el contrario, trabaja exclusivamente
en la más absoluta soledad de su escritorio y, eso sí, proyecta una hipótesis
de puesta en escena que luego la realidad confirmará o se ocupará de desmentir
o, en todo caso, de modificar leve o radicalmente. No menos importante que esta
soledad ha sido la lectura de textos teatrales con los que asegura haberse
formado. Esto en lo sustantivo. Afirma sentirse tentada por todo lo que
implique el vuelo de la imaginación creativa, como por ejemplo situar sus obras
en lugares distantes, como Oriente (pienso ahora en “Es necesario entender un
poco” o “Del sol naciente”, incluso las obras basadas en la Antigüedad clásica)
y ser renuente, como dije, a trabajos de documentación o archivo meticuloso.
Esa clase de iniciativa inhibe en Gambaro la posibilidad de vuelo inventivo que
es la que reivindica para su trabajo de libertad subjetiva.
Asimismo, asiste con recelo y hasta -lo
infiero- cierta antipatía hacia las mencionadas manifestaciones teatrales que pretenden
descartar lo que llaman “el teatro de ideas”, que han trabajado a través de “la
metáfora”, como si se tratara de una escritura anticuada y vetusta, necesaria
de ser pasada a retiro, apostando a lo que se supone son otras propuestas
superadoras. Gambaro, no sin lucidez, indica con una modesta pero firme
reconvención que todo teatro inteligente trabaja a la luz de ideas, que las
ideas no están reñidas con lo escénico ni pueden ausentarse del teatro (sino
que suelen sostenerlo, inspirarlo y por supuesto estar implícitas en él) y que,
por otra parte ¿cómo eliminar las ideas de una obra? Aún pretendiendo
mantenerse por fuera de su injerencia, hacerlo ya constituye una toma de
partido y, en definitiva, adoptar una o más ideas, de las que ese teatro afirma poder prescindir. Las ideas
irrumpen en una obra porque las obras mismas parten de una idea que despliegan más
ideas a partir de procesos creativos. Conviene no confundir teatro de ideas con
teatro de tesis, que propone instalar puntos de vista unívocos y monológicos. Gambaro,
por otra parte, dialoga con la tradición de la dramaturgia de Occidente. No
otra cosa es su obra “Antígona furiosa”, retomando la obra soflóquea y, por
otro lado, “La señora Macbeth”, como es obvio, acudiendo al intertexto
shakespeareano. Se percibe ya en esta contienda co las “nuevas dramaturgias”
que aspiran a descubrir un panorama que aún sigue vigente y que los viejos
dramaturgos prosiguen en etapa de experimentación incesante. Hay una rivalidad
en el seno de una polémica entre la generación de los maestros y las
generaciones más jóvenes que aspiran a cambiar las estéticas ignorando una
tradición a la que probablemente adeuden más de lo que puedan sospechar (o se
atrevan a declarar, más de lo que se
atreven a reconocer). O por ignorancia, o por conveniencia o por soberbia.
También con un cierto desdén por un teatro que consideran que ya ha cumplido un
ciclo y nada nuevo tiene para decir. Pues bien. Aquí llega Gambaro para
demostrar que el teatro en un diálogo fecundo entre tradición y renovación,
entre texto e intertexto, entre dialogismos y un coloquio imprescindible entre
pasado y presente histórico interpela de modo permanente, como lo ha hecho
siempre, por cierto.
Mide y señala qué aportes puede realizar
el teatro como fenómeno inteligente a una sociedad, en particular a la
argentina, brindando la posibilidad de imaginar, de incentivar a su vez que a
inducir más creaciones, de un contacto más directo y más tangible (además de
inmediato) con la creación que la del libro (práctica que por cierto no
desdeña, dado que, como ha quedado demostrado, también ella es narradora tanto
para adultos, jóvenes como infantil). Explica asimismo cómo en ocasiones la
escritura de obras de teatro desata ecos para libros de narrativos. Y sus dos
primeras obras de teatro, también tienen su correspondiente versión narrativa
en adaptación.
No deja de insistir en la relación entre
teatro, política y sociedad. Agrega que en un país como el nuestro en el que los
más poderosos explotan a las clases vulnerables (así como otro tanto ocurre con
las naciones imperialistas a las que no podemos sustraernos tampoco en el orden
de lo creativo en buena medida, según sus puntos de vista, además de en lo
económico, por prepotencia del mercado del libro), cabe al teatro iluminar y
trabajar para generar consciencia, pensamiento crítico, experiencias sensibles
que nutran el fundamento de la reflexión y que ese hiato entre poderes sea
visibilizado, por un lado y, en lo
posible, ser revertido a través de promover
prácticas culturales y políticas de puesta y edición de teatro más
equitativas para los sujetos de toda la comunidad de una nación. Sin desatender
a la infancia, a la cual Gambaro estará especialmente atenta desde épocas
tempranas. Su primer libro relativo a la infancia data de mediados de la década
del ’70 y luego, hacia el final de su vida se abrirá hacia un abanico de
propuestas que van desde la novela a la nouvella, del cuento al cuento breve.
Gambaro, con sabiduría, indaga en el modo
como el teatro puede tomar o, en todo caso, retomar algunos elementos de su
tradición para desplegar volúmenes (pensando en la forma humana de los
personajes como en su distribución en la ubicación en el espacio escénico),
colores y texturas (evidenciados en la escenografía, casi como si se tratara de
una pintura), espacialidades (la disposición del escenario en su amplitud),
melodías que también inciden en el texto, rumores y entonaciones en el texto, ruidos
ambientes, la cita de un clásico para traer a escena un núcleo relevante de la
producción con la cual esa tradición puede dialogar o bien como, muchas
dimensiones pueden colaborar para atender a una urdimbre compleja entre artes
escénicas y el orden de la percepción en la sala o, naturalmente, desde el
comienzo mismo, ya en los ensayos de las mismas.
El teatro vulnerable es, por supuesto,
todo teatro, porque se trata en estos tiempos de una práctica casi marginal, en
especial en aflicción en ciertos continentes más que en otros, con menos
recursos al menos, por fuera del circuito comercial (al menos el que a ella le
interesa y para el que ella escribe). Hay escaso respaldo de políticas de
Estado y suele contar con un público restringido, cada vez más desinteresado de
sus propuestas. También, contra el que atentan buena parte de los discursos de
otras prácticas y una economía de lo efímero puesta de manifiesto en los discursos mediáticos y los
del poder de la economía. El teatro que le interesa a ella asesta duros goles
contra la hegemonía política y cultural. Así como contra ideologías represivas.
Pero en esa misma vulnerabilidad Gambaro advierte una fortaleza indoblegable que
incluso en los tiempos más aciagos, de mayor censura y de mayor hostilidad, lo
han sostenido de modo poderoso. Menciona como ejemplo el caso de Teatro Abierto
durante la última dictadura militar, que
consistió en una reunión y un concierto sin precedentes entre dramaturgos,
directores, actores, escenógrafos, iluminadores, entre otros hacedores del
quehacer teatral.
Para cerrar, Gambaro se refiere a que el
teatro consiste en la exposición de la
intimidad pero siempre mediada a través de la imaginación y la autoridad de un
dramaturgo que digita a la perfección y con sentido del equilibrio lo que va a
tener lugar en escena. Y hay una segunda autoridad; la de un buen director. De
otro modo la exposición de esa intimidad deviene exhibicionismo o, en el
mejor de los casos, confesión indiscreta. Motivo por el cual una arquitectura
literaria resulta primordial.
Este es un libro de una resplandeciente
riqueza. Pero veamos algunos casos de su literatura infantil y de sus
reconocimientos, que son múltiples y la ratifican no sólo como una gran
dramaturga, narradora, ensayista sino también como autora de literatura
infantil, una faceta que dentro de su
producción masivamente fue tardía pero reconoció dos antecedentes
interesantísimos que vale la pena comentar en un espacio consagrado a la
infancia, quienes la educan y quienes se ocupan de velar por su seguridad y su
crecimiento.
Un ejemplo paradigmático lo constituye la
dramaturga infantil Adela Basch, quien me confesó en una declaración privada haber decidido
escribir teatro a partir de que viera una obra de Griselda Gambaro en el
Instituto Di Tella interpretada por
Jorge Petraglia. De modo que ya vemos aquí de qué manera las nuevas
generaciones, tanto narradoras como drarmaturgas infantiles encuentran en
Griselda Gambaro una fuente de inspiración pero también de respaldo para su
trabajo creativo, del que han estado necesitadas de modo incuestionable.
Y ya hacia estos últimos años Griselda
Gambaro comienza una sostenida producción de libros de literatura infantil, como
lo adelanté, según lo declaró como producto de la llegada al mundo de sus
nietos, pero evidentemente había un fermento que contribuyó a que esta nueva vertiente de su producción se
consolidara hasta límites insospechados. En el marco de los argumentos de sus
libros aparecen tematizados nuevamente contenidos recurrentes, al igual que en
su producción para adultos. La libertad como ideal a alcanzar y por el que
luchar. Las limitaciones físicas o de cualquier índole que puedan atentar
contra un sujeto infantil son rebatidas pero frente a las cuales los suejtos
(varón o mujer) están en condiciones de sobreponerse con esfuerzo y poder de
determinación. Gambaro lo demuestra con tramas que refieren justamente
comportamientos superadores. Y respecto de su primera producción infantil, me
gustaría mencionar, a título relevante, que
este antecedente en torno de iniciativas de producción e textos infantiles
resulta fundamental para dar cuenta de una de sus preocupaciones “de
comienzos”. Uno de ellos fue un cuento: La cola mágica (1975). Y hubo otro libro
anterior, notablemente original, Conversaciones
con chicos. Sobre la sociedad, los padres, los afectos, la cultura (1976)
en el cual Griselda Gambaro vuelca su experiencia de una serie de diálogos
mantenidos con niños de edades tempranas del Gran Buenos Aires. En ellas
demuestra lo disparatado en ocasiones que pueden resultar los malentendidos o
la desinformación por falta de experiencia de los más pequeños por no asistir a
salas de teatro, confundiéndolas con el cine o la TV. Lo cierto es que,
Griselda Gambaro se muestra como una escritora de una enorme capacidad para
sacudir con persuasión la modorra a todas las edades de la especie humana. Le
interesa un pensamiento renovador, instalar ejemplos fundamentalmente de obras
críticas del statu quo y, por otro lado, no
perder de vista jamás que lo lúdico no adormezca lo lúcido.
Ha recibido una enorme cantidad de
distinciones y premios. Es Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires, obtuvo el Premio Konex de platino y el Konex
diploma al mérito y, para la escritura de uno de sus libros, la prestigiosa beca
Guggenheim de Nueva York. Sus obras han sido puestas en el mundo entero y
traducidas a una gran cantidad de idiomas. Fue responsable del discurso de
apertura de una de las Ferias Internacionales del Libro de Buenos Aires y de la
Feria del Libro de Frankfurt, Alemania, cuando la Argentina fue país invitado. Estamos ante alguien que mantiene entre
su vida privada, su vida cívica y su vida creativa una unidad indisoluble que,
por añadidura, defiende por sobre todo los valores de equidad en todos los
planos de la vida social, la defensa de los Derechos del Niño y la defensa de
los DDHH. De ello dan prueba sus actos, no sólo sus palabras.
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