por Adrián Ferrero
En buena parte del corpus literario de María Elena Walsh (pero también del musical),
pese a su amplia variedad, se podría postular respecto de él una ética de concebir
a la alteridad como una figura que merece ante todo se le otorgue la merecida
dignidad y la consideración en tanto que persona con derechos asociados sobre
todo a la libertad. Esta afirmación, que podría ser obvia, no lo es. Porque si
bien puede ser predicada de muchas otras poéticas, en el caso de Walsh adoptado
un carácter paradigmático. En efecto, subyace implícito a sus argumentos, a sus
temas a sus contenidos. Pero también a sus estructuras formales, que llegaron a
este país para o fundar nuevas (en lo primordial) o a romper las codificadas.
La idea de la libertad es una de las
líneas dominantes más potentes que desde el plano de la ideología (y desde la
ideología literaria misma plasmada en ficciones y poemas) marca axiológicamente
de modo positivo las ficciones, la dramaturgia y la poesía de María Elena
Walsh. De modo que el otro no puede ser ni objeto de sojuzgamiento, ni de
atropello, ni de descalificación, ni de degradación, ni de confinamiento ni
menos aún de eliminación. Y lo es, lo es para precisamente poner de manifiesta
su carácter inadmisible. No obstante, está ausente por completo una aspiración
didáctica pero sí con sentido de convicción (y de convicciones firmes). María
Elena Walsh confirma lo que fue uno de los valores que más señaladamente
constituyeron los pilares de su conducta ética y cívica. Y por lo tanto, se
muestra perfectamente coherente con el resto no digamos solo de su proyecto
creador (lo que podría ser más o menos presumible) sino que se es promovido hacia
todos los órdenes de su vida. Fue una mujer que desde la dimensión de lo
artístico, en el orden de la escritura podría ser considerada por dentro de las
poéticas argentinas infantiles, en palabras equivalentes a las del crítico argentino
Nicolás Rosa referidas a Borges, “La Gran Madre Textual”. En efecto, Nicolás
Rosa se refiere con esta expresión tan acertada como novedosa en masculino, “El
Gran Padre Textual”, a la figura tutelar del autor de Ficciones en la literatura argentina. Acudo entonces a su oportuna
metáfora declinada esta vez en género femenino para dar cuenta de una
personalidad desde la estética emblemática y portentosa que se derramó hacia el
teatro, la canción popular infantil y para adultos, la musicología, la
escritura infantil y para adultos, el guión, el cine, la TV, entre otras
prácticas asociadas al orden de las significaciones sociales del universo de
las artes, como una presencia ejemplar. Hay por consenso una adoración,
veneración o aprobación (mejor) fundamentada hacia María Elena Walsh por parte
de una gran mayoría de los argentinos en tanto y en cuanto esta artista
significó un vuelco de naturaleza impresionante de la literatura como pedagogía
hacia la literatura como juego y como poética por sí misma por fuera de todo
rapto de demagogia o de mensaje. En el caso de la infantil muy especialmente.
Hubo otras escritoras importantes de literatura infantil, del mismo talante,
como Silvina Ocampo, Sara Gallardo o María Granata. Incluso Enrique Banchs,
para mencionar a un varón. Todos ellos entre los más reoconocidos.Pero Walsh
constituyó esa “Gran Madre Textual” que de modo indudable y perturbador acometió
en carácter de programa su misión demarcando “su zona” y estableciendo un
sistema de tensiones con el sistema de ese campo específico de la producción
literaria nacional (que no lo había conocido ni esa magnitud ni esa clase de
manifestación). Quizás no seamos capaces en la actualidad de evaluar el alcance
que tuvo el giro de la poética infantil a partir de su obra porque estamos acostumbrados
ya a un tipo de ficción instalada en el presente y el pasado recientes según el
cual ese paradigma ya ha dispersado sus semillas más fecundas. Y ha germinado. Pero
en ese momento en el que el paisaje era yermo, su alumbramiento resultó de una
infinita riqueza que haría estallar formas, temas y figuras de escritor y
escritora. O, en su caso, más ampliamente, de artista.
Se produjo simultáneamente en Walsh una
confrontación abierta incluso en épocas de censura con el campo del poder. No
calló cuando se la pretendió hacer callar. Mantuvo una conducta ética y cívica coherente
sin precedentes en el marco de la cultura argentina (no solo la artística) y
jamás hizo de sí misma un culto de la celebridad. Guardó un perfil bajo. Y, si
bien lo sabemos, fue una figura pública eso tuvo que ver con la gran revolución
que supuso para su época (y naturalmente las generaciones posteriores) el acto
de presencia de una voz y una poéticas singulares que en todas sus aristas se
resistió a acatar mandatos y tradiciones (más bien a desacatarlos) sino más
bien a la invención de los propios. María Elena Walsh, en palabra del crítico
inglés Raymond Williams, tradujo su trayectoria poética bajo la invención de
una tradición. Y su acto de presencia manifestó en toda causa de liberación y
libertad además de en todo su altísimo voltaje transgresor. A lo que se suma su
condición de mujer, circunstancia que la volvió un referente nítido sin lugar a
dudas de naturaleza insoslayable en el campo de los derechos por la liberación
de la causa feminista. Si bien nunca se pronunció de modo programático acerca
del feminismo, hay un epistolario con Victoria Ocampo, hay un poema a Evita,
hay una visita a una de las feministas más conspicuas de Inglaterra, Virginia
Woolf, al que hace referencia en un artículo. Intervino con valentía y sin
retrocesos en distintos campos permanentemente innovando pese a las
resistencias que debió afrontar y, es más, contra las que debió confrontar.
Su presencia como compositora e
intérprete, así como la de recopiladora de la tradición musical folklórica del
Noroeste, sobre las tablas, naturalmente hacen de ella una persona que sí o sí
debía someterse a la exposición por su trabajo. Lo que no supone que al bajar
del escenario María Elena Walsh estuviera dispuesta a moverse en ámbitos que
fueran ajenos a su intimidad, frívolos o por fuera de un estrecho círculo de
personas elegidas criteriosamente. Jamás se prestó a la exhibición o el
exhibicionismo. Fue una personalidad sobria. Y si bien se pronunció
públicamente acerca de varios temas relevantes en lo relativo a la política, el
arte o la sociedad lo hizo con prudencia, palabras cautas, calmas (si bien
elocuentes), medidas y a los solos efectos de preservar en todo momento la
libertad de expresión para sus colegas y para sus conciudadanos cuando esa
libertad se vio comprometida. No otra cosa es, por citar un ejemplo, su
artículo “Desventuras en país-jardín-de-infantes” en el que con énfasis
denunció a la figura del censor en un país que a su juicio no había crecido ni
madurado ya nota tan lejos del año 2000. Censores, para el caso, de la
dictadura. Pero entiendo que más ampliamente también a quienes ignoran lo más
trascedente del arte y lo degradan a juicio moral o, peor aún, mensaje
tergiversado. A leerlo desde el prejuicio. Desde el control. Y confundiendo lo
verdadero con lo verosímil. Esto es: la esfera de lo real con la esfera de lo
ficcional. Confusión a la que suelen tender los sistemas de control ideológico
porque ven fantasmas en todas partes, por un lado. Por el otro, porque son
profundamente ignorantes, además de poco cultivados. De escaso discernimiento.
Es por ello que muchos creadores y creadores han logrado sortear con éxito la
censura en tiempos oscuros. Fue su forma de supervivencia. Pero supieron
hacerlo con inteligencia.
Hubo en María Walsh una vocación temprana,
muy temprana agregaría yo, por el hallazgo de la realización pese a cualquier
obstáculo. Se propuso a brazo partido
que nada la detendría ni la desacreditaría en su camino hacia la posibilidad de
ser quien aspiraba a ser (alguien que creaba, alguien que brindaba lo que podía
crear a otros) y a mi juicio lo logró dando una dura batalla que la vuelve un
caso digno de ser elogiado por donde se lo mire. En especial siendo una mujer
por la época en que nació y se desarrolló su vida. Lo conquistó todo con
trabajo, a contracorriente, corriendo aventuras, pero sin renegar de sus
principios. Sabía lo que quería y se sirvió de “las tretas del débil” (en
palabras de la crítica Josefina Ludmer) para hacerlo. También de una acción
arrolladora. Hubo mucho trabajo en su vida. No hubo pereza. Y un talento
descomunal que se tradujo en una obra incomparable. Hubo también apetito,
estudios que aunque no se tradujeron en iniciativas universitarias sí fueron
enormemente formativos. Todos los grandes de la geografía iberoamericana han
cantado sus canciones, de Serrat a Mercedes Sosa, de Pedro Aznar a Ana Belén,
de Julia Zenko (quien le consagró un álbum) a Juan Carlos Baglietto. Algunas de
esas canciones son emblemáticas y abrigaron en tiempos de fría oscuridad.
Fue la inspiración y la maestra (como
dije), de generaciones de escritores posteriores de literatura infantil que percibieron
en ella no solo su magisterio, sino a alguien cuyas propuestas eran
literariamente de excelencia y una alternativa providencial a la literatura que
habían leído hasta el momento pero que no querían ni repetir. Aspiraban a
innovar. Ella hizo prácticamente de la nada algo novedoso. Es cierto que
existen precursores y precursoras
extranjeros y extranjeras. No obstante, su literatura tiene un sabor
inconfundiblemente argentino, por un lado, no solo ligado a su lenguaje
poética. Sino a una idiosincrasia que la sitúa en el campo literario argentino
en un espacio creativo que fundante del cual por dentro de ese sistema no
existían precursores.
Esto fue lo que sucedió con los nuevos
autores y autoras: una literatura que jamás habían leído antes y querían
comenzar a escribir. Por supuesto cada cual a su manera. Este fue el punto. Ya
era hora de una vuelta de tuerca en la literatura infantil. El momento había
llegado de la mano de María Elena Walsh. Junto con sus canciones que hacían
tándem. Pero me atrevería a decir que quienes escribimos para adultos también
nos hemos alimentado (o al menos en mi
caso así ha ocurrido) de una herencia tan sugestiva como plástica. Porque
reducir a María Elena Walsh a la categoría de mera Musa Infantil sería degradar
a una figura cuya sensibilidad de modo incuestionable literalmente puso patas
arriba a la cultura argentina no solo en el plano de la literatura infantil,
sino también como totalidad a la cual se asistió como figura pública que venía
con cada nueva iniciativa a abrir nuevas sendas: la narrativa para adultos (más
tardíamente en narrativa), la poesía par adultos (tempranamente), la canción
popular, el teatro, el resto de las manifestaciones culturales y que, mediante
un énfasis en una determinada ideología artística y una nueva política de la
representación, fue una precursora de la igualdad de género, la lucha gremial,
el pensamiento (porque escribió también influyentes artículos de opinión y
ensayos, como dije, en particular en circunstancias coyunturales), entre muchos
otros campos de naturaleza inagotable. Leí hace dos años su biografía en
edición aumentada del escritor e investigador argentino Sergio Pujol y me
informé allí de su capacidad visionaria, de su sinceridad, de su coraje frente
a la enfermedad que debió afrontar hacia el final de sus días. Lo hizo sin
vacilaciones y con entereza. Y si bien hubo desdichas en la vida de María Elena
Walsh, no hay una gota de desencanto sin embargo en su obra. Destila más bien
un temperamento optimista, dichoso y pleno de humor y risa. De afán lúdico y
transparencia. De modales y de “el buen modo”, como titula ella una de sus
creaciones.
Juan Ramón Jiménez (a quien ella dejó de
idealizar rápidamente) descubrió su talento precoz y prácticamente
la becó para que residiera en su casa de EE.UU.
María Elena Walsh se radicó allí durante una temporada. La necesaria
para conocer la triste modernidad capitalista estadounidense: un país
desarrollado en lo económico pero conservador en las ideas y las costumbres,
segregacionista e imperialista. Permaneció allí hasta arribar a la conclusión de que no era su
lugar en el mundo: estaba llamada a ejercer una dimensión en el orden de la
invención vinculada a otra clase de posibilidades que la distinguieron de
inmediato. En primer lugar se ocupó de los olvidados y postergados: la infancia
argentina. Este punto me parece un punto a destacar en María Elena Walsh.
Porque en primer lugar le otorga al público infantil un lugar de jerarquía y de
respeto que nadie antes le había dispensado (o muy pocos) con ese énfasis. Les regaló
canciones y les regaló cuentos y poemas, algunos de los cuales recopiló.
Tradujo y realizó versiones libres del inglés. Adaptó del francés. Y realizó,
como es sabido, todo un intensísimo trabajo, mucho antes, de recopilación del
cancionero folklórico del Noroeste argentino junto a Leda Valladares, una de
las primeras graduadas en Filosofía por la Universidad Nacional de Tucumán pero
que interpretaba la caja y era musicóloga.
Los cuentos y poemas de María Elena Walsh
cruzan el disparate, el humor, el nonsense,
lo lúdico, lo inesperado, la desventura, el juego de palabras, la mezcla de poesía
con música, la ruptura en lo formal, la oralidad más desatada con el código
escrito, la recuperación de la cultura tradicional argentina en diálogo con la
cosmopolita. Juega con la dimensión significante y fónica de las palabras (lo
que trae aparejado un desajuste en los significados, que literalmente “pierden
el juicio”). Esta intervención sobre el lenguaje altera así los significados
apostando a un planteo estético que subvierte la lógica habitual del signo:
significante, significado y referente, en términos de Ferdinand de Saussure. La
distorsión en el manejo de los significantes es productora de significados y
figuras que son disruptivas del orden social. El hecho de haberse consagrado a
la canción probablemente haya sido el motivo por el cual lo musical regresara una
y otra vez y sea persistente en su narrativa, pero sobre todo en su lírica.
Escribió una novela infantil, Dailan
Kifki, (1966), muchos cuentos, poemas y recopiló composiciones populares,
una adaptación de un cuento de George Sand, La
nube traicionera (1990). Y dos novelas para adultos, Novios de antaño (1990) y Fantasmas
en el parque (2008). También compiló una antología de poemas, A la madre (1996), sobre esa figura entrañable,
sobre todo, para los más pequeños.
Por supuesto conocedora de todas las
grandes personalidades de Bs. As. (evocaba el primer encuentro con Borges
reunidos para tomar un té en una confitería del centro de Bs. As.), María Elena
Walsh desarrolló impetuosamente su actividad creadora que de modo arrebatador
se jugó en muchos frentes y en todos ellos innovó y provocó conmoción. Y a mi
juicio mayor mérito debería atribuírsele a estos logros en tanto y en cuanto lo
hizo en el marco de una sociedad que se supo manifestar por entonces hostil a
mujeres profesionalizadas en trabajos no convencionales que por añadidura destacaran
de modo sobresaliente, como en su caso. No obstante, esa sociedad aceptó con consenso
gozoso el éxito de sus iniciativas. Y
los emprendimientos de María Elena Walsh siempre fueron bienvenidos, teniendo una
amplia repercusión entre el público argentino de ambos sexos y también parte
del extranjero. En todos los casos con muy buena reputación.
Merece que reflexione acerca de esta doble circunstancia de ser mujer, de
habitar un universo donde, en palabras de Pierre Bourdieu, existe “la
dominación masculina” pero sin embargo una mujer de naturaleza transgresora
adquiere notoriedad. Sin la explicación de su radical originalidad y sus dotes sin
par no cabe otra explicación. Sus trabajos cautivaron tanto como resultaron
para los padres aptos para alimentar la imaginación de sus hijos de modo novedoso.
La propuesta resulta atractiva para ambos: adultos y niños, que veían en esta
mujer una nueva figura que entretenía de modo espectacular, inteligente y
creativo.
Fue una mujer fundamentalmente disidente
al sistema, opositora de ideologías retrógradas y reaccionas, a todas las resistentes
al progresismo en el territorio de las ideas y de las prácticas sociales de avanzada.
Toda ella empapaba de libertad. Fue refractaria y condenó toda forma de la tontería,
la hipocresía o la cultura de las apariencias. No condescendió a degradar su
escritura ni sus dotes como intérprete o compositora en trabajos de ocasión
bien pagos en momento alguno. No fue una autora comercial u oportunista con el
mercado. Pero sí, con palabras vulgares, podría decir que fue una triunfadora.
En lo relativo a la poesía para adultos
tuvo una gran capacidad para el soneto y cultivó la elegía. Fue una exponente
de la generación del ’40, una suerte de neorromanticismo que alimentó la
producción poética nacional con temas previamente conocidos y otros nuevos. Su
citado poema sobre Eva Perón, de quien doy por descontado valoraba muy en
particular la posibilidad del acceso al voto femenino como una conquista fuera
de serie, significó una adhesión a las causas por la libertad de la mujer
también desde esta perspectiva plasmada
en un poema significativo. En lo relativo a
su vida social, supo señalar que por fuera de las tertulias del
patriciado porteño de Victoria o Silvina Ocampo se sentía más a gusto entre la
bohemia.
Se proyectó hacia el extranjero no solo
como viajera cultural desde la poesía en sus comienzos, sino durante la etapa
en que se radicó con Leda Valladares en París con el dúo “Leda y María”
interpretando canciones del citado folklore popular del Noroeste argentino. De
allí, estimo, data su fascinación por la canción popular francesa, que sería incuestionablemente
uno de los componentes que, con sus matices, desembocarían junto a varias tantas
otras vertientes en su propia estética musical bajo la forma de una condensación
y una síntesis. Si bien no soy crítico musical ni musicólogo sí soy capaz de
advertir letras poderosas, que no son una simple compañía para melodías
acertadas o de carácter protagónico sino que siempre las canciones de María
Elena Walsh no solo “suenan” de una determinada manera sino “dicen” cosas
importantes. Tienen contenido. Este rasgo me parece digno de ser señalado. Como
si la música fuera otra ocasión más para ejercer la lírica pero también de
hacer público un mensaje sin pedagogías. Diera la impresión, también, de ser una
gran intuitiva, pese a no haber recibido una formación formal sistemática pero
aun así, mediante la adquisición de saberes como autodidacta y naturalmente de
talento, realizó aportes fundamentales en todos los campos arriba señalados. Fue
una notable virtuosa en el campo musical. Su cancionero, de cual dispongo bajo
la forma de libro, puede ser perfectamente leído como un extenso poemario. Esto
es: se trata de una letrística que adopta una forma prácticamente poética,
respetando ciertos formatos, naturalmente Una letra con elaboración poética, con
significados sociales y personales profundos, de una alta condensación sémica, plagada de sentidos. Y con una orientación
del discurso hacia lo ético y el humanismo de naturaleza perenne.
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