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sábado, 12 de septiembre de 2020

“María Elena Walsh: de la creación a la revolución poética

                                                                                              




por Adrián Ferrero                         

 

     En buena parte del corpus literario de María Elena Walsh (pero también del musical), pese a su amplia variedad, se podría postular respecto de él una ética de concebir a la alteridad como una figura que merece ante todo se le otorgue la merecida dignidad y la consideración en tanto que persona con derechos asociados sobre todo a la libertad. Esta afirmación, que podría ser obvia, no lo es. Porque si bien puede ser predicada de muchas otras poéticas, en el caso de Walsh adoptado un carácter paradigmático. En efecto, subyace implícito a sus argumentos, a sus temas a sus contenidos. Pero también a sus estructuras formales, que llegaron a este país para o fundar nuevas (en lo primordial) o a romper las codificadas.

     La idea de la libertad es una de las líneas dominantes más potentes que desde el plano de la ideología (y desde la ideología literaria misma plasmada en ficciones y poemas) marca axiológicamente de modo positivo las ficciones, la dramaturgia y la poesía de María Elena Walsh. De modo que el otro no puede ser ni objeto de sojuzgamiento, ni de atropello, ni de descalificación, ni de degradación, ni de confinamiento ni menos aún de eliminación. Y lo es, lo es para precisamente poner de manifiesta su carácter inadmisible. No obstante, está ausente por completo una aspiración didáctica pero sí con sentido de convicción (y de convicciones firmes). María Elena Walsh confirma lo que fue uno de los valores que más señaladamente constituyeron los pilares de su conducta ética y cívica. Y por lo tanto, se muestra perfectamente coherente con el resto no digamos solo de su proyecto creador (lo que podría ser más o menos presumible) sino que se es promovido hacia todos los órdenes de su vida. Fue una mujer que desde la dimensión de lo artístico, en el orden de la escritura podría ser considerada por dentro de las poéticas argentinas infantiles, en palabras equivalentes a las del crítico argentino Nicolás Rosa referidas a Borges, “La Gran Madre Textual”. En efecto, Nicolás Rosa se refiere con esta expresión tan acertada como novedosa en masculino, “El Gran Padre Textual”, a la figura tutelar del autor de Ficciones en la literatura argentina. Acudo entonces a su oportuna metáfora declinada esta vez en género femenino para dar cuenta de una personalidad desde la estética emblemática y portentosa que se derramó hacia el teatro, la canción popular infantil y para adultos, la musicología, la escritura infantil y para adultos, el guión, el cine, la TV, entre otras prácticas asociadas al orden de las significaciones sociales del universo de las artes, como una presencia ejemplar. Hay por consenso una adoración, veneración o aprobación (mejor) fundamentada hacia María Elena Walsh por parte de una gran mayoría de los argentinos en tanto y en cuanto esta artista significó un vuelco de naturaleza impresionante de la literatura como pedagogía hacia la literatura como juego y como poética por sí misma por fuera de todo rapto de demagogia o de mensaje. En el caso de la infantil muy especialmente. Hubo otras escritoras importantes de literatura infantil, del mismo talante, como Silvina Ocampo, Sara Gallardo o María Granata. Incluso Enrique Banchs, para mencionar a un varón. Todos ellos entre los más reoconocidos.Pero Walsh constituyó esa “Gran Madre Textual” que de modo indudable y perturbador acometió en carácter de programa su misión demarcando “su zona” y estableciendo un sistema de tensiones con el sistema de ese campo específico de la producción literaria nacional (que no lo había conocido ni esa magnitud ni esa clase de manifestación). Quizás no seamos capaces en la actualidad de evaluar el alcance que tuvo el giro de la poética infantil a partir de su obra porque estamos acostumbrados ya a un tipo de ficción instalada en el presente y el pasado recientes según el cual ese paradigma ya ha dispersado sus semillas más fecundas. Y ha germinado. Pero en ese momento en el que el paisaje era yermo, su alumbramiento resultó de una infinita riqueza que haría estallar formas, temas y figuras de escritor y escritora. O, en su caso, más ampliamente, de artista.



     Se produjo simultáneamente en Walsh una confrontación abierta incluso en épocas de censura con el campo del poder. No calló cuando se la pretendió hacer callar. Mantuvo una conducta ética y cívica coherente sin precedentes en el marco de la cultura argentina (no solo la artística) y jamás hizo de sí misma un culto de la celebridad. Guardó un perfil bajo. Y, si bien lo sabemos, fue una figura pública eso tuvo que ver con la gran revolución que supuso para su época (y naturalmente las generaciones posteriores) el acto de presencia de una voz y una poéticas singulares que en todas sus aristas se resistió a acatar mandatos y tradiciones (más bien a desacatarlos) sino más bien a la invención de los propios. María Elena Walsh, en palabra del crítico inglés Raymond Williams, tradujo su trayectoria poética bajo la invención de una tradición. Y su acto de presencia manifestó en toda causa de liberación y libertad además de en todo su altísimo voltaje transgresor. A lo que se suma su condición de mujer, circunstancia que la volvió un referente nítido sin lugar a dudas de naturaleza insoslayable en el campo de los derechos por la liberación de la causa feminista. Si bien nunca se pronunció de modo programático acerca del feminismo, hay un epistolario con Victoria Ocampo, hay un poema a Evita, hay una visita a una de las feministas más conspicuas de Inglaterra, Virginia Woolf, al que hace referencia en un artículo. Intervino con valentía y sin retrocesos en distintos campos permanentemente innovando pese a las resistencias que debió afrontar y, es más, contra las que debió confrontar.

     Su presencia como compositora e intérprete, así como la de recopiladora de la tradición musical folklórica del Noroeste, sobre las tablas, naturalmente hacen de ella una persona que sí o sí debía someterse a la exposición por su trabajo. Lo que no supone que al bajar del escenario María Elena Walsh estuviera dispuesta a moverse en ámbitos que fueran ajenos a su intimidad, frívolos o por fuera de un estrecho círculo de personas elegidas criteriosamente. Jamás se prestó a la exhibición o el exhibicionismo. Fue una personalidad sobria. Y si bien se pronunció públicamente acerca de varios temas relevantes en lo relativo a la política, el arte o la sociedad lo hizo con prudencia, palabras cautas, calmas (si bien elocuentes), medidas y a los solos efectos de preservar en todo momento la libertad de expresión para sus colegas y para sus conciudadanos cuando esa libertad se vio comprometida. No otra cosa es, por citar un ejemplo, su artículo “Desventuras en país-jardín-de-infantes” en el que con énfasis denunció a la figura del censor en un país que a su juicio no había crecido ni madurado ya nota tan lejos del año 2000. Censores, para el caso, de la dictadura. Pero entiendo que más ampliamente también a quienes ignoran lo más trascedente del arte y lo degradan a juicio moral o, peor aún, mensaje tergiversado. A leerlo desde el prejuicio. Desde el control. Y confundiendo lo verdadero con lo verosímil. Esto es: la esfera de lo real con la esfera de lo ficcional. Confusión a la que suelen tender los sistemas de control ideológico porque ven fantasmas en todas partes, por un lado. Por el otro, porque son profundamente ignorantes, además de poco cultivados. De escaso discernimiento. Es por ello que muchos creadores y creadores han logrado sortear con éxito la censura en tiempos oscuros. Fue su forma de supervivencia. Pero supieron hacerlo con inteligencia.

     Hubo en María Walsh una vocación temprana, muy temprana agregaría yo, por el hallazgo de la realización pese a cualquier obstáculo. Se propuso a brazo  partido que nada la detendría ni la desacreditaría en su camino hacia la posibilidad de ser quien aspiraba a ser (alguien que creaba, alguien que brindaba lo que podía crear a otros) y a mi juicio lo logró dando una dura batalla que la vuelve un caso digno de ser elogiado por donde se lo mire. En especial siendo una mujer por la época en que nació y se desarrolló su vida. Lo conquistó todo con trabajo, a contracorriente, corriendo aventuras, pero sin renegar de sus principios. Sabía lo que quería y se sirvió de “las tretas del débil” (en palabras de la crítica Josefina Ludmer) para hacerlo. También de una acción arrolladora. Hubo mucho trabajo en su vida. No hubo pereza. Y un talento descomunal que se tradujo en una obra incomparable. Hubo también apetito, estudios que aunque no se tradujeron en iniciativas universitarias sí fueron enormemente formativos. Todos los grandes de la geografía iberoamericana han cantado sus canciones, de Serrat a Mercedes Sosa, de Pedro Aznar a Ana Belén, de Julia Zenko (quien le consagró un álbum) a Juan Carlos Baglietto. Algunas de esas canciones son emblemáticas y abrigaron en tiempos de fría oscuridad.

    Fue la inspiración y la maestra (como dije), de generaciones de escritores posteriores de literatura infantil que percibieron en ella no solo su magisterio, sino a alguien cuyas propuestas eran literariamente de excelencia y una alternativa providencial a la literatura que habían leído hasta el momento pero que no querían ni repetir. Aspiraban a innovar. Ella hizo prácticamente de la nada algo novedoso. Es cierto que existen  precursores y precursoras extranjeros y extranjeras. No obstante, su literatura tiene un sabor inconfundiblemente argentino, por un lado, no solo ligado a su lenguaje poética. Sino a una idiosincrasia que la sitúa en el campo literario argentino en un espacio creativo que fundante del cual por dentro de ese sistema no existían precursores.

     Esto fue lo que sucedió con los nuevos autores y autoras: una literatura que jamás habían leído antes y querían comenzar a escribir. Por supuesto cada cual a su manera. Este fue el punto. Ya era hora de una vuelta de tuerca en la literatura infantil. El momento había llegado de la mano de María Elena Walsh. Junto con sus canciones que hacían tándem. Pero me atrevería a decir que quienes escribimos para adultos también nos hemos alimentado (o al  menos en mi caso así ha ocurrido) de una herencia tan sugestiva como plástica. Porque reducir a María Elena Walsh a la categoría de mera Musa Infantil sería degradar a una figura cuya sensibilidad de modo incuestionable literalmente puso patas arriba a la cultura argentina no solo en el plano de la literatura infantil, sino también como totalidad a la cual se asistió como figura pública que venía con cada nueva iniciativa a abrir nuevas sendas: la narrativa para adultos (más tardíamente en narrativa), la poesía par adultos (tempranamente), la canción popular, el teatro, el resto de las manifestaciones culturales y que, mediante un énfasis en una determinada ideología artística y una nueva política de la representación, fue una precursora de la igualdad de género, la lucha gremial, el pensamiento (porque escribió también influyentes artículos de opinión y ensayos, como dije, en particular en circunstancias coyunturales), entre muchos otros campos de naturaleza inagotable. Leí hace dos años su biografía en edición aumentada del escritor e investigador argentino Sergio Pujol y me informé allí de su capacidad visionaria, de su sinceridad, de su coraje frente a la enfermedad que debió afrontar hacia el final de sus días. Lo hizo sin vacilaciones y con entereza. Y si bien hubo desdichas en la vida de María Elena Walsh, no hay una gota de desencanto sin embargo en su obra. Destila más bien un temperamento optimista, dichoso y pleno de humor y risa. De afán lúdico y transparencia. De modales y de “el buen modo”, como titula ella una de sus creaciones.



     Juan Ramón Jiménez (a quien ella dejó de idealizar rápidamente) descubrió su talento precoz  y  prácticamente la becó para que residiera en su casa de EE.UU.  María Elena Walsh se radicó allí durante una temporada. La necesaria para conocer la triste modernidad capitalista estadounidense: un país desarrollado en lo económico pero conservador en las ideas y las costumbres, segregacionista e imperialista. Permaneció allí  hasta arribar a la conclusión de que no era su lugar en el mundo: estaba llamada a ejercer una dimensión en el orden de la invención vinculada a otra clase de posibilidades que la distinguieron de inmediato. En primer lugar se ocupó de los olvidados y postergados: la infancia argentina. Este punto me parece un punto a destacar en María Elena Walsh. Porque en primer lugar le otorga al público infantil un lugar de jerarquía y de respeto que nadie antes le había dispensado (o muy pocos) con ese énfasis. Les regaló canciones y les regaló cuentos y poemas, algunos de los cuales recopiló. Tradujo y realizó versiones libres del inglés. Adaptó del francés. Y realizó, como es sabido, todo un intensísimo trabajo, mucho antes, de recopilación del cancionero folklórico del Noroeste argentino junto a Leda Valladares, una de las primeras graduadas en Filosofía por la Universidad Nacional de Tucumán pero que interpretaba la caja y era musicóloga.

     Los cuentos y poemas de María Elena Walsh cruzan el disparate, el humor, el nonsense, lo lúdico, lo inesperado, la desventura, el juego de palabras, la mezcla de poesía con música, la ruptura en lo formal, la oralidad más desatada con el código escrito, la recuperación de la cultura tradicional argentina en diálogo con la cosmopolita. Juega con la dimensión significante y fónica de las palabras (lo que trae aparejado un desajuste en los significados, que literalmente “pierden el juicio”). Esta intervención sobre el lenguaje altera así los significados apostando a un planteo estético que subvierte la lógica habitual del signo: significante, significado y referente, en términos de Ferdinand de Saussure. La distorsión en el manejo de los significantes es productora de significados y figuras que son disruptivas del orden social. El hecho de haberse consagrado a la canción probablemente haya sido el motivo por el cual lo musical regresara una y otra vez y sea persistente en su narrativa, pero sobre todo en su lírica. Escribió una novela infantil, Dailan Kifki, (1966), muchos cuentos, poemas y recopiló composiciones populares, una adaptación de un cuento de George Sand, La nube traicionera (1990). Y dos novelas para adultos, Novios de antaño (1990) y Fantasmas en el parque (2008). También compiló una antología de poemas, A la madre (1996), sobre esa figura entrañable, sobre todo, para los más pequeños.  

     Por supuesto conocedora de todas las grandes personalidades de Bs. As. (evocaba el primer encuentro con Borges reunidos para tomar un té en una confitería del centro de Bs. As.), María Elena Walsh desarrolló impetuosamente su actividad creadora que de modo arrebatador se jugó en muchos frentes y en todos ellos innovó y provocó conmoción. Y a mi juicio mayor mérito debería atribuírsele a estos logros en tanto y en cuanto lo hizo en el marco de una sociedad que se supo manifestar por entonces hostil a mujeres profesionalizadas en trabajos no convencionales que por añadidura destacaran de modo sobresaliente, como en su caso. No obstante, esa sociedad aceptó con consenso  gozoso el éxito de sus iniciativas. Y los emprendimientos de María Elena Walsh siempre fueron bienvenidos, teniendo una amplia repercusión entre el público argentino de ambos sexos y también parte del extranjero. En todos los casos con muy buena reputación.  

       Merece que reflexione acerca de esta doble circunstancia de ser mujer, de habitar un universo donde, en palabras de Pierre Bourdieu, existe “la dominación masculina” pero sin embargo una mujer de naturaleza transgresora adquiere notoriedad. Sin la explicación de su radical originalidad y sus dotes sin par no cabe otra explicación. Sus trabajos cautivaron tanto como resultaron para los padres aptos para alimentar la imaginación de sus hijos de modo novedoso. La propuesta resulta atractiva para ambos: adultos y niños, que veían en esta mujer una nueva figura que entretenía de modo espectacular, inteligente y creativo.

     Fue una mujer fundamentalmente disidente al sistema, opositora de ideologías retrógradas y reaccionas, a todas las resistentes al progresismo en el territorio de las ideas y de las prácticas sociales de avanzada. Toda ella empapaba de libertad. Fue refractaria y condenó toda forma de la tontería, la hipocresía o la cultura de las apariencias. No condescendió a degradar su escritura ni sus dotes como intérprete o compositora en trabajos de ocasión bien pagos en momento alguno. No fue una autora comercial u oportunista con el mercado. Pero sí, con palabras vulgares, podría decir que fue una triunfadora.

     En lo relativo a la poesía para adultos tuvo una gran capacidad para el soneto y cultivó la elegía. Fue una exponente de la generación del ’40, una suerte de neorromanticismo que alimentó la producción poética nacional con temas previamente conocidos y otros nuevos. Su citado poema sobre Eva Perón, de quien doy por descontado valoraba muy en particular la posibilidad del acceso al voto femenino como una conquista fuera de serie, significó una adhesión a las causas por la libertad de la mujer también desde esta perspectiva  plasmada en un poema significativo. En lo relativo a  su vida social, supo señalar que por fuera de las tertulias del patriciado porteño de Victoria o Silvina Ocampo se sentía más a gusto entre la bohemia.



     Se proyectó hacia el extranjero no solo como viajera cultural desde la poesía en sus comienzos, sino durante la etapa en que se radicó con Leda Valladares en París con el dúo “Leda y María” interpretando canciones del citado folklore popular del Noroeste argentino. De allí, estimo, data su fascinación por la canción popular francesa, que sería incuestionablemente uno de los componentes que, con sus matices, desembocarían junto a varias tantas otras vertientes en su propia estética musical bajo la forma de una condensación y una síntesis. Si bien no soy crítico musical ni musicólogo sí soy capaz de advertir letras poderosas, que no son una simple compañía para melodías acertadas o de carácter protagónico sino que siempre las canciones de María Elena Walsh no solo “suenan” de una determinada manera sino “dicen” cosas importantes. Tienen contenido. Este rasgo me parece digno de ser señalado. Como si la música fuera otra ocasión más para ejercer la lírica pero también de hacer público un mensaje sin pedagogías. Diera la impresión, también, de ser una gran intuitiva, pese a no haber recibido una formación formal sistemática pero aun así, mediante la adquisición de saberes como autodidacta y naturalmente de talento, realizó aportes fundamentales en todos los campos arriba señalados. Fue una notable virtuosa en el campo musical. Su cancionero, de cual dispongo bajo la forma de libro, puede ser perfectamente leído como un extenso poemario. Esto es: se trata de una letrística que adopta una forma prácticamente poética, respetando ciertos formatos, naturalmente Una letra con elaboración poética, con significados sociales y personales profundos, de una alta condensación sémica,  plagada de sentidos. Y con una orientación del discurso hacia lo ético y el humanismo de naturaleza perenne.

     Para cerrar esta aproximación conjetural a una figura insoslayable de la cultura argentina, agregaría que el gran aporte de María Elena Walsh lo constituye a mi juicio el de haber vivido sin cobardías en ningún plano de la existencia, que apostó al riesgo creativo, vital, pero al mismo tiempo sin pretender hacer de ello un personalismo carismático. Subvirtió roles atributivamente asignados en la sociedad a la mujer. Tuvo una vida con exigencia hacia los poderes de honestidad, limpieza y transparencia que primero se exigió a sí misma. Y una encendida defensa de toda capacidad de expresión subjetiva. Podría decir, sin temor a equivocarme: una personalidad de la cultura argentina de naturaleza inmarcesible

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