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lunes, 14 de septiembre de 2020

Lo pequeño (Seres ínfimos que habitan en la literatura para niños y jóvenes)

 Por María Cristina Alonso

Duendes, gnomos, enanos, hadas pequeñas del tamaño de una mariposa, países de habitantes diminutos pueblan los relatos infantiles. El mundo de lo pequeño  dialoga con el tamaño de los juguetes que la industria crea para la infancia, acorde con  las manos que los manipulan. En la tierra de los niños y niñas, todo se organiza a una escala acorde a quienes lo habitan. Casas de muñecas, la casa en el árbol, los playmóbil que reproducen oficios, los indios, los transformers, los piratas, los aviones, los autos, los soldaditos de plástico, los camiones en miniatura, los juegos de té del tamaño de un dedal, los muñecos, los animales de plástico…

 

                                                                             Ilustración de Mark Yyden

 Del mismo modo, los relatos destinados a los más pequeños, se han poblado, desde el fondo de los tiempos, de enanos y duendes, de elfos y gnomos, de ínfimas criaturas con alas y sin ellas. 

Niños mineros

 Por analogía con el tamaño del público al que están destinadas, los enanos son protagonistas de muchas historias. En Blancanieves, uno de los cuentos más famosos recogidos por los Hermanos Grimm, hay siete enanos que brindan ayuda a la princesa cuando se refugia en el bosque huyendo de la madrastra. La amparan con la condición, claro, de que les mantenga todo limpito y ordenado. “-Si quieres hacer la tarea de la casa, cocinar, hacer las camas, lavar, coser y tejer y si tienes todo en orden y bien limpio puedes quedarte con nosotros; no te faltará nada.”  Los enanos del cuento no tenían un pelo de tontos. Habían conseguido servicio doméstico completo y en negro.

                                                         Ilustración  Francesca Dell’Orto

Lo cierto es que los enanos en cuestión del relato recogido por los Grimm  tienen su correlato. Según algunos investigadores, en un hecho real.

Un historiador alemán Eckhard Sander, investigó el origen de Blancanieves y descubrió que se basaba en una figura histórica, la de Margaretha von Waldeck, una condesa del siglo XVI, hija de Felipe, conde de Waldeck-Wildungen, un hombre muy rico que tenía minas de cobre. Muchos de los mineros que trabajaban para extraer el metal eran niños pequeños que vivían solos en una villa cercana.  Para no lastimarse con la rugosidad de las piedras, llevaban gorros y abrigos largos. Ese parece ser el origen de los enanos mineros del cuento.

 Snowhite por Ana Juan


Otro historiador alemán, Karlheinz Bartel, rebate el dato de Sander y sostiene que la Blancanieves real fue la joven alemana María Sophia Margaretha Catharina von Ertha, nacida en 1792 en un pueblo minero de Lohn. Una muchacha bondadosa y caritativa que se pasaba el día rodeada de los desnutridos niños que trabajaban en las minas de Von Waldek.

 

Como vemos, los cuentos esconden en sus múltiples pliegues, las violaciones a los derechos de la infancia que se vienen perpetrando desde el fondo de la historia. Sin duda la minería es una de las formas más crueles del trabajo infantil, y no es sólo cosa del pasado. Cuando usamos nuestros teléfonos y computadoras solemos ignorar  que, UNICEF, calcula que unos 40.000 niños y niñas trabajan como mineros artesanales en el sur de la República Democrática del Congo. Esos niños son los que extraen el  cobalto que hace funcionar las baterías de las que dependen nuestros teléfonos y otros dispositivos electrónicos portátiles.


 

Blancanieves ilustrado por Iban Barrentxea


Niños y niñas mineros, algunos de siete años en el Congo,  en las minas de Potosí, en Bolivia, realizando trabajos extremadamente pesados como cargadores, haciendo  los orificios para colocar explosivos, en tareas que les insumen más de diez horas al día, niños pequeños en las minas de oro de Tanzania. La minería, uno de las peores formas de trabajo infantil quedó sutilmente registrado en el cuento Blancanieves que recogieron los hermanos Grimm y que Disney se encargó de edulcorar y suavizar.



Niños mineros en el Congo y Perú


¿Cómo se inventan las historias?

 Gianni Rodari, un escritor y maestro italiano, vivió y sufrió el fascismo. Tal vez por eso, en sus cuentos siempre se siente un aire libertario. Él pensaba que inventar historias era una cosa seria y, para dar respuesta a la pregunta de cómo se inventan las historias, escribió la Gramática de la fantasía. En ese libro explicó algunos recursos creativos para ayudar a los niños a contar historias.


Volviendo a los seres pequeños, uno de los cuentos de Rodari tiene como protagonistas a un grupo de enanos que quieren dejar de serlo: Los enanos de Mantua. La historia se despliega en varios niveles. Comienza con la visita de un escritor y un grupo de niños al Palacio Ducal de Mantua, antigua residencia de los Gonzaga. En él hay una  serie de habitaciones muy pequeñas, conocidas como Appartamento dei nani, diseñadas -según se creía- para albergar a los enanos de la corte. El escritor y los niños al ver una zona con habitaciones en miniatura inventan una historia de enanos y de gigantes, la transcriben y dibujan en cartones.  Desfilan con ella por el pueblo como los antiguos juglares. Y entonces, un poco en verso y otro poco en prosa, se despliega el relato de los enanos, humillados por los poderosos duques y sus esbirros, el capitán Bombardo y el bufón de la corte, Rigoletto, robado a la ópera de Giuseppe Verdi.


Infelices por ser enanos, intentan mil y una tretas para crecer y siempre son derrotados y humillados. Uno de ellos, Habichuelo, se escapa del palacio para encontrar el secreto que los hará crecer. En el Palacio de Té, construido por los duques en el Renacimiento para descansar, los gigantes de un fresco donde se los muestra derrotados por Júpiter y arrollados por las laderas del monte Olimpo, le dan al enano una críptica clave: “¿Quieres saber por qué tú y tus compañeros sois enanos? ¡Porque vivís en habitaciones de enanos!”


Como buen maestro, Rodari va dejando en el texto referencias al arte, la literatura clásica, la música, la historia del Medioevo y, de paso una lección de autovaloración y dignidad conseguida por medio del trabajo. Ayudados por los habitantes de los barrios humildes, los enanos terminan venciendo a sus perseguidores: “Huye, capitán Bombardo! Cuéntale a toda la gente que los enanos unidos en gigantes se convierten”.

 

Liliput

 

No es verdad que Los viajes de Gulliver es una novela dirigida a los jóvenes lectores de aventuras, pero ellos se la apropiaron. No es verdad que Jonathan Swift escribió en 1726 las aventuras del cirujano náufrago Lemuel Gulliver para solaz de los lectores ávidos de mundos exóticos. Lo hizo para denostar a la raza humana de la que pensaba que era “la más perniciosa casta de gusanos que la naturaleza permite que se arrastren por la tierra”. Y aunque es un libro cruel porque encubre una sátira de la Europa de su época, es también una historia llena de fantasía y encanto. De las cuatro partes que conforman el libro, la más recordada, adaptada, convertida en dibujos animados y llevada al cine, es el primer viaje de Gulliver cuando, después de naufragar llega a una costa y despierta rodeado de seres diminutos, de quince centímetros de altura. Y no es del todo amable la recepción recibida en Liliput.

 


Prisionero primero, y luego favorito de la corte liliputiense, Gulliver se convierte en un observador de la política del pequeño país. Es que lo Liliputienses están en guerra con un país vecino, Belfuscu, al parecer por una disputa trascendental sobre cómo se cascan los huevos hervidos. Los liliputienses sostienen la postura de que deben ser cascados por el lado más angosto, mientras que los blefuscuenses creen en cascarlos por el lado más grueso.”

 

Jonahtan Swift escribe en Los viajes de Gulliver, una sátira  desencantada de la política inglesa de su tiempo, pero para ello abreva en los relatos maravillosos de la imaginería popular que fascina a todas las edades. El tema del personaje diminuto se encuentra en muchas historias populares como Pulgarcito, el relato recogido por Perrault que cuenta la historia del más inteligente de los hermanos, y el más pequeño.



En Liliput se opinan cosas que excluirían al libro de la mirada de los niños: “los liliputienses se niegan a aceptar que un niño deba sentir reconocimiento hacia su padre por haberlo engendrado”; “… (los liliputienses) sostienen que los padres son los últimos a quienes corresponde confiar la educación de sus hijos”. Sin embargo Gulliver siguió viajando por los siglos en miles de adaptaciones. El mundo de los seres pequeños siempre es fascinante. Se supone que Swfit se inspiró la descripción de un cuadro que hizo Filóstrato en el siglo III. En él aparecía Heracles rodeado de pigmeos. Los cuadros a los que alude Filóstrato se perdieron, pero sobre la base de sus descripciones, los hermanos Dossi, pintaron el lienzo con Hércules y los pigmeos, diminutos habitantes que ya habían sido mencionados por Homero en la Ilíada.

 

Los liliputienses triunfaron sobre el mal humor de Jonathan Swift y eso que Swift llegó a escribir: “Para cuando sea viejo: no amar a los niños y evitar que se me acerquen”. No obstante, gracias a él Liliput es propiedad de la literatura infantil de todos los tiempos.

 

Para no crecer nunca

 

La cuestión de la pequeñez fue un problema para James Matthew Barrie (1860-1937), el autor de Peter Pan, que apenas llegó a medir de adulto un poco más de metro y medio. Sus biógrafos sostienen que padeció trastornos de crecimiento por un trauma de la infancia. A los seis años su hermano David murió. La madre no pudo recuperarse de la pérdida y, en muchas ocasiones, le hablaba a James como si fuera su hermano.  Lo cierto es que desde niño intuyó que el mundo de los adultos era un lugar incómodo y, por eso, inventó a Peter Pan, el niño  de diez años que nunca crece y puede volar gracias al polvo que el hada Campanilla -otro ser pequeño- esparce sobre su cuerpo.

Como Peter, Barrie nos dice con su historia que a veces no es bueno crecer y que, para vivir aventuras en el País del Nunca Jamás hay que olvidarse del  mundo de las personas grandes que nunca entienden nada, solo ven un sombrero en lugar de un elefante tragado por una serpiente, como nos contó Saint Exupery.



Peter Pan ilustrado por Antonio Lorente


Entre los más pequeños de este relato de gente que no crece, el hada Campanilla no sólo arregla ollas y teteras, sino que es la poseedora del polvo mágico que permite volar.  En la obra de Barrie la existencia de las hadas depende de la creencia de los otros. Viven porque nosotros creemos que existen. Pequeña y frágil, Campanilla  por su tamaño no puede tener más de un sentimiento a la vez.

 

La obra de teatro Peter Pan y Wendy se estrenó en Londres en 1904 y más tarde se transformó en un libro para niños. En una breve síntesis, es la historia de tres niños ingleses que una noche reciben la visita de Peter Pan, otro chico con poderes mágicos, que los lleva volando a la isla donde vive, el País del Nunca Jamás.


Campanilla ilustrada por Antonio Lorente


Peter Pan es una obra que se convirtió en mito y que fue visto por los psicólogos como un síndrome que  padecen personalidades que se caracterizan por la inmadurez y el narcisismo, que incluye rasgos de irresponsabilidad, dependencia y  negación al envejecimiento. Barrie plasmó en su Peter Pan un personaje válido para todas las épocas como Otelo, Don Juan o Hamlet, un arquetipo básico de la psicología humana.

 

Esta historia inolvidable se le ocurrió a Barrie, en los jardines de Kensington, mientras contaba historias de hadas a los hijos pequeños de un matrimonio amigo.

 

 

 

Ilustración de Robert Ingpen


Adiestrando brownies

 

Otros seres pequeños como los Brownies, susurran en el oído de los escritores interesantes argumentos. Tal es el caso de Robert Louis Stevenson, el autor de La isla del tesoro, que aseguraba haber domesticado a una familia de brownies que se mantenían alejados con prudencia, pero que, en sueños, le sugerían argumentos, entre ellos el de Doctor Jekill y Mr Hyde.

 En su ensayo sobre los sueños escribe Stevenson: “Y en cuanto a esta Gente Menuda, confesaré que no son otra cosa que mis Brownies, ¡Dios los bendiga!, que hacen para mí la mitad de mi trabajo mientras duermo a pierna suelta y que, con toda la verosimilitud humanamente presumible, igual hacen para mí también el resto cuando estoy bien despierto y orgullosamente supongo haberlo hecho por mí mismo.”


Robert Louis Stevenson


 Y no sin un poco de culpa continúa: “… me siento a veces tentado a suponer que no soy en absoluto un narrador de historias, sino una criatura con no mayor entidad que la de un fabricante de quesos o incluso la de un queso, y un realista hundido hasta las cejas en la actualidad; de suerte que, visto así, mis publicaciones de ficción deberían ser en su totalidad producto de la mano de algún Brownie, algún familiar e invisible colaborador al que mantengo confinado en un desván, mientras yo cosecho todos los elogios y sólo le dejo compartir (pues no puedo evitar que lo coja) un trozo de pudding.”

Provenientes de la mitología celta, también se los llama Brùnaidh, “marroncitos”. Como los enanos y los gnomos son bajitos, visten con harapos y chaquetas gastadas. Llevan botas enormes y botones brillantes en sus chalecos. De todas las criaturas mágicas son las que más a gusto se sienten entre los humanos.





Borges en El libro de los seres imaginarios los describe así: “Son hombrecillos serviciales de color pardo, del cual han tomado su nombre. Suelen visitar las granjas de Escocia y, durante el sueño de la familia, colaboran en las tareas domésticas. Uno de los cuentos de Grimm refiere un hecho análogo. El ilustre escritor Robert Louis Stevenson afirmó que había adiestrado a sus brownies en el oficio literario. Cuando soñaba, éstos le sugerían temas fantásticos; por ejemplo, la extraña transformación del doctor Jekill en el diabólico señor Hyde, y aquel episodio de Olalla en el cual un joven, de una antigua casa española, muerde la mano de su hermana”.

 En esa realidad paralela de la que participa la infancia, en ese territorio imaginario, los seres de pocos centímetros esconden secretos que sólo revelan cuando nos convertimos en adultos y ya hemos sido  expulsados del mundo de lo pequeño para siempre.


 


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