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domingo, 28 de julio de 2019

Laura Devetach: tender redes en noches frías


Laura Devetach: tender redes en noches frías”

por @ Adrián Ferrero

Me preguntaba a medida que avanzaba en la lectura de los cuentos del libro “La torre de cubos” (1966) qué podía haber de tan amenazante al extremo de llevarlo a ser prohibido. En primer lugar me gustaría decir que no admito ni justifico la censura de ninguna clase de opinión u obra estética bajo ninguna circunstancia. Me parece que nos remonta a las épocas más oscurantistas de la Historia de la Humanidad en que había Índex respecto de qué podía y debía ser leído y publicado, impartiéndosenos una pedagogía de los castigos y a los creadores y crea
doras se los hacía objeto de una persecución sistemática según sus inclinaciones ideológicas. Aún en épocas recientes, esas situaciones se han seguido repitiendo en algunos países en los que la libertad de expresión resulta endeble. O bien, peor aún, hay acoso a artistas o periodistas por opiniones adversas a gobiernos de turno. Lo cierto es que así están planteadas las cosas y en tiempos dictatoriales estos episodios naturalmente se agravan. Y lo cierto, también, es que los escritores vivimos de expresarnos, motivo por el cual sin libertad no podemos ser quienes somos. Eso nos compromete en un trabajo a favor de las defensa de los DDHH.
Que “La torre de cubos” (título de uno de los más bellos de los cuentos de esta colección) haya sido prohibida durante la dictadura militar, me parece que habla mucho más de los censores, como siempre, que del libro propiamente dicho. Y dado que gente así no me merece ni media palabra, omitiré cualquier clase de análisis procurando un abordaje tras las pistas de qué pudo resultarles amenazante al orden (o desorden) imperante y me concentraré en procurar trazar algunas notas, para nada exhaustivas, que llamaron mi atención acerca de este libro.
Siempre escribir crítica literaria sobre un libro de cuentos resulta para mí más complejo que hacerlo sobre una novela. Se trata de una colección de constelaciones particulares, autónomas, independientes que, si bien manifiestan evidentes recurrencias y compases bajo la forma de algunas figuraciones y una cierta clase de organización del discurso literario, no menos cierto es que adoptan rasgos distintivos en cada caso. Estos rasgos dejan en claro que Laura Devetach no repite ni se repite. Sino que en todo caso es fiel a ciertos principios ético/ideológicos que irrumpen de modo complemente espontáneo en su narrativa sin pedagogías pero sí refiere historias de las cuales se desprenden o se infieren visiones y concepciones de la infancia, de los vínculos, de la sociedad en tanto que organización, de los principios de justicia y de elocuentes virtudes o defectos como la generosidad o el egoísmo (precisamente asociados a esta cosmovisión ético/ideológica a la que me referí) que deja en claro que estamos ante alguien de convicciones firmes acerca de una cierta mirada de lo que el mundo es y de lo que el mundo debería ser. La imaginación creativa, mediatizada en tanto que discurso literario, es la que permite concebir universos utópicos (muy en especial en este libro) en los cuales una ética de la solidaridad y de la concepción del semejante como alguien que merece similar dignidad que la de uno mismo resulta capital en el marco de su proyecto creador. Esto es: asistir la alteridad desde una comunidad de pares.
Simultáneamente, en estos cuentos, ricos en onomatopeyas, que de modo constante regresan bajo la forma de leitmotivs, podemos experimentar el texto como fuente significante, con cadencias, ritmos, énfasis, acentos, tonos, matices. Todo ello evita la monotonía, lo monocorde de la palabra uniforme y le otorga sentido de la vitalidad al libro porque ese trabajo con lenguaje es delicado y profuso. También garantiza un nivel de atención que seguramente un niño o niña agradecen dado el valor expresivo de los cuentos. En efecto, no se trata de meras narraciones sino de relatos en los cuales hay voces que emiten sonidos de naturaleza fresca, sin los corsés de cierta lengua literaria regulada por un principio de seriedad carente de todo ingrediente expansivo.
Laura Devetach procede del modo completamente antagónico: hace cantar al lenguaje. Y hace cantar a sus personajes mediante una economía de lo genuino. Lo que sienten lo expresan bajo una forma que no es estrictamente una palabra pero que sí tiene significados. El texto entonces se presenta vivo y no lineal. Se sale del libro como grito, exclamación o énfasis. Con volúmenes y texturas variadas que hacen de él un espacio plagado de reverberaciones significantes que a su vez remiten a distintas clases de significados, como dije, estos cuentos eluden la solemnidad. Este atributo al que me refiero confiere al texto sonoridad. Es un libro con una particular música. Hay un plano de la narración propiamente dicha. Y hay una dimensión significante la cual emite una suerte de melodía no necesariamente eufónica que se despliega en el espacio de la página, resuena en el interior del lector y se propaga en la palabra recitada. Estas emisiones dan cuenta de estados de ánimo.
En este texto con relieves entonces, como una suerte de orografía, es perceptible la presencia de intensidades que vuelven a cada onomatopeyas una fuente productora de sentidos que, según el contexto, acentúan ciertos atributos de los momentos de la trama.
Pura vitalidad entonces, “La torre de cubos” es un libro riquísimo, sugestivo, lleno de ecos pero también de una imaginación desbordante en el que esos mismos planos de los que hablé se cruzan también en dimensiones notables. Un dibujo adoptando la forma de un monigote atraviesa el orden de lo bidimensional y se introduce de modo completamente irreverente en el orden de lo real, se metamorfosea y cobra vida. Habla y conversa con el o la protagonista. Del plano de la representación deviene un ser que es capaz de pronunciarse acerca de lo que está sucediendo, de lo que piensa, o de lo que no le gusta que le está ocurriendo. Exige, demanda, se queja. Pero también es capaz de agradecer con modales.
Hay propiedades de este libro que tienden a subvertir principios categóricos o unívocos, a evitar lecturas lineales que podrían alejar al texto de la polisemia y la riqueza infinita de transitarlo por múltiples perspectivas e itinerarios. Vivirlo como experiencia estética y no como mensaje vacío o carente de profundidad. En tal sentido, este libro da rienda suelta y acude al universo de lo fantástico, del desparpajo y del humor. Con estos dominantes elementos compositivos construye el tono y los argumentos de las narraciones Laura Devetach. Un niño que logra hacer germinar una planta de la que brotan libros y que, de modo solidario, los reparte entre quienes no pueden adquirirlos, para gran contrariedad del vendedor de cuadernos que aspira a seguir vendiéndolos a altos costos. Pretende comprarle la planta a cualquier precio. Esa planta, lo esclarece de inmediato su dueño, no tiene precio en su doble acepción de que es invalorable, por un lado, y por el otro que no está dispuesto bajo ninguna oferta (aún la más tentadora) a desprenderse de ella. Sabe, o sospecha de inmediato que ese vendedor por detrás de sus ofrecimientos cuantiosos o del trato que le propone encubre a un miserable. Y que su proceder tenderle una celada. Estamos, entonces, ante una escritora que no subestima ni la inteligencia, ni la firmeza de carácter y tampoco los valores morales de un niño. Sino que lo jerarquiza y reivindica como sujeto ético y práctico.
Reconsidera la capacidad de discernimiento que se les suele atribuir a los más pequeñas y valora su integridad. E, insisto con esto, su poder de determinación. Porque Devetach es muy clara en este punto: cada uno es artífice de su propio destino y debe resolver de modo independiente sus problemas.
La imaginación, por otra parte, suple a todo aquello que se desconoce o se ignora. Porque el mar se imagina hasta que finalmente se lo descubre, entre otros ejemplos, y buena parte de lo que sucede a lo largo de todo el libro no solo es imaginario porque se trata de un libro de ficción. Sino porque intervienen en él o abiertamente lo protagonizan personajes o figuras de una potente capacidad de invención que de modo radical vienen a echar por tierra versiones del mundo cuyo realismo ramplón lo empobrecen. Estas otras miradas invitan a concebir el universo desde puntos de vista de una infinita riqueza creativa que se proyecta en torno de acciones transformadoras orientadas hacia modificar esa misma realidad. En efecto, se trata de un libro que promueve el pensamiento crítico, la libertad subjetiva, un abordaje innovador de situaciones, porque tanto desde lo lúdico como desde una propuesta sana invita a realizar acciones concretas de génesis: dibujar, pintar, escribir y hasta en una puesta en abismo hay uno de los cuentos en los cuales irrumpe una escritora llamada Laura hacia el desenlace del mismo. Esta juego metaficcional y metanarrativo pone en cuestión la noción misma de ficción porque quien es la autora del libro se introduce en uno de sus cuentos y menciona la circunstancia de que incorpora a uno de los personajes a su cuento, personaje que efectivamente es uno de sus protagonistas.
La escritura dentro de la escritura ha sido trabajada en otros libros. Y en este caso, que irrumpa en el cuento la figura de una escritora con el mismo nombre de la autora del libro lo pone todo en cuestión. Bajo la forma de un juego o hasta de un detalle jocoso puede resultar profundamente desconcertante para el público infantil, capaz de sentir una profunda empatía con la autora que hace acto de presencia en su propia obra. No es una mera firma que sobrevuela el libro de modo fantasmático sino que es un personaje de un poder conferido por la potestad de hacer y deshacer lo que se lee a medida que se lo está leyendo. De modo que en el enunciado queda inscripto el acto de enunciación. Este juego con los planos de la ficción de un relato son, bien mirados, para reflexionar en profundidad, porque reviste alcances inquietantes.
Los lenguajes no verbales están muy presentes en el libro, traducidos en imágenes plásticas. El universo del dibujo, de los colores, de las formas y el modo como esas dimensiones cobran volumen y se introducen en el orden de lo real cobrando vida es una constante en el libro de la que me gustaría tomar nota. Estos episodios también ponen en cuestión otras tantas certezas.
También que los cuentos estén protagonizados por niños y niñas con la presencia por lo general subsidiaria de los adultos atributivamente confiere un modelo ejemplar de naturaleza activa, participativa, con capacidad de iniciativa a los personajes que por identificación puede resultar fecunda en la construcción de la identidad infantil en edades tan tempranas. Esta confianza en la capacidad de decisión resulta de carácter primordial en una sociedad que tiende a confinar al público infantil desde la órbita de la acción a lo repetitivo y a reproducir conductas más que asumir desafíos.
De modo que paradigmáticamente Laura Devetach exhorta a sus pequeños lectores a confiar en sí mismos y a incidir en el orden de lo real. A abandonar la pasividad y a devenir agentes y no pacientes. Sujetos éticos a los cuales les hace sentir la certidumbre de que están en condiciones de realizar emprendimientos. Evita así las concepciones de la vida infantil de naturaleza circular o de carácter paternalista.
Por todo lo dicho más arriba considero a este libro primordial para la educación del público infantil en las escuelas. Es clave para que niños y niñas se conciban como sujetos transformadores del sistema que habitan. Los hace cobrar consciencia de que no deben temer ser piezas fundamentales de la dinámica social. Eso está más que claro en el libro y tal vez haya sido, junto con otras zonas que ideológicamente pueden haber despertado alarma en mentes que en todas partes ven amenazas, un recelo que en verdad debería haber sido sinónimo de adhesión festiva por un manojo de historias que llegaban para decir cosas nuevas a un mundo requerido de desplazamientos y movimientos. Y no de una prohibición que le pusiera una mordaza.

Este libro, que debe haber aterrorizado a Laura Devetach en su momento, de modo reparatorio la debe de haber colmado de alegría al asistir al espectáculo de que es leído por nuevas generaciones que siguen emocionándose con él (como me pasó a mí) y encontrando multitud de sentidos. No creo ser temerario si considero a este libro un clásico infantil argentino. A lo que agrego un valor emblemático.
A través de una torre de cubos que aparece en el primero de los cuentos, es posible entrever un mundo lleno de estímulos inesperados. Abrir las páginas de este libro de título homónimo también nos permite entrever ese otro mundo. Aquel en el que nos dirigimos hacia una literatura de una radical originalidad.
Bajo la consignada dedicatoria de:”A todas las maestras y todos los maestros que hicieron rodar estos cuentos cuando no se podía ¡Muchas gracias!”, esto es, con un gesto de inmensa gratitud también exclamativa que articula educación por el arte con libertad de expresión, pedagogía y formación estética, concibiendo una red de resistencia contra los discursos y las prácticas sociales para burlar la censura, esta dedicatoria subraya la relevancia que tienen los pactos sociales y los puentes tendidos entre semejantes con similares principios en las noches largas de una patria en las que cala el frío hostil.


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