Por Adrián Ferrero
-Buenas tardes, María Elena. Muchas gracias por recibirme en su casa-, pronuncio algo amedrentado por tanto talento guardado como en una cajita de nácar, delicada y sutil.
-Sí pasá. ¿Y si nos tuteamos?
-Sí, para mí sería un gusto. Pero usted es una figura tan enorme que diera la impresión de ser un monumento más que una mujer. Un monumento al talento, a la creatividad, a los principios éticos, a la ductilidad, a la plasticidad, a la capacidad de trabajo, a la vida aventurera.
Y esa parte de mi vida fue decisiva. Porque si bien yo venía de la poesía, este nuevo ingrediente que me proporcionaba la música, era una herramienta novedosa. Recursos renovados para seguir interpretando primero, más tarde, cuando me convertí en compositora para adultos y niños, tomé de allí muchos ritmos, géneros, mezclé la harina con el agua, como quien dice. Un poco de sal. Por mi parte, si me lo permitís, un toque de queso sardo rallado. El queso me encanta. Es una de mis comidas favoritas. Me gustan las picadas ¿Te gustan las picadas, Adrián?
-Sí, muchísimo. Pero las como muy de vez en cuando. No tengo la costumbre de comprar o encargar para que me traigan a casa. Soy de comer más verduras, frutas. Pueden parecer comidas más insulsas. Pero intento que mi dieta sea lo más sana posible. Si bien, bueno, de vez en cuando, soy capaz de devorarme una milanesa a caballo, de esas con huevos fritos y papas fritas. Las comidas insulsas tuve que empezar a consumirlas regularmente con motivo de una operación seria que tuve de intestinos que me obligó a llevar una dieta estricta, con mucha fibra.
-Comprendo. Yo ando perfectamente de mis intestinos. Entonces me puedo dar estos lujos de comer picadas. Es graciosísimo porque cuando viene alguien a cenar compro una picada y a la gente le da vergüenza comer. Y a mí para nada. ¿Por qué a la gente le da vergüenza comer cuando va de visita a una casa? ¿temen pasar por maleducados? ¿qué más quiere el dueño de casa? Yo, en cambio, todo lo contrario. Entonces pico, y pico, y pico. Eso es una picada. Y de tanto picar parezco una avispa o un tábano. Me gusta el cantimpalo también”
-Estamos hablando de palabras mayores, María Elena. Pero yendo al motivo por el cual la visitaba, que en verdad tenía que ver con conocerla personalmente, en primer lugar. En segundo lugar, contarle algunas cosas que usted escribió, compuso o realizó y que a mí me resultan magnéticas, le quería decir que fue papá quien nos introdujo en su obra. Nos hizo escuchar las canciones como yo después se las hice escuchar a mi hija, alrededor del año 2001. Ella había nacido ese año y yo ya le ponía sus canciones. Para que se le fuera acostumbrando el oído a tanta maravilla. Porque las maravillas empiezan por entran por los oídos en forma de canción.
-Bueno, bueno. No exageres. Hay muchos compositores excelentes. También para niños. Yo porque trabajé en Argentina. Pero hay antecedentes en el mundo. Y hay músicos posteriores incluso en Argentina que son estupendos. Ya en la música para adultos, cambio bruscamente el rumbo de nuestro campo de discusión, a mí me gustan muchos los Les Luthiers.
-Yo me quedo con vos, con tus canciones y tus cuentos grabados. Me acuerdo de uno que tenía a un personaje que se llamaba Don Fresquete. Era fabuloso ese cuento. Encima yo lo escuchaba en invierno, cerca de la estufa de living, donde estaba el tocadiscos, porque la verdad es que hasta me daba frío escucharlo.
-Comprendo. Sí. Es cierto. Cuando uno es chico le impactan mucho más las cosas. Sobre todo porque tiende a vivirlas de un modo tan subjetivo, las empapa de grandeza, tiende a idealizarlas, a exagerarlas, al punto en ocasiones las deforma para bien y en ocasiones las deforma para para mal. Son cuestiones de la subjetividad infantil, de la maduración.
-Sí. Y de la personalidad. Hay gente más temerosa que otra. Hay gente más valiente (bueno, o más inconsciente, quién puede saberlo). Y hay gente muy influyente en otros. Así como hay gente que se deja influir por otros más poderosos o con más poder de determinación.
- ¿Usted se dejó influir por gente más poderosa?
- El embrujo del amor.
-Sí. Hay ocasiones en que o nos enamoramos de alguien ciegamente. O bien el mundo parece girar en torno solamente de una persona. Como un eje gravitatorio. Yo, por ejemplo, no estuve tantas veces enamorado. Quiero decir, sí, me han gustado muchas personas a veces. Pero no había reciprocidad o bien eran amores imposibles. De modo que renunciaba a ellos. Con desazón.
-Eso pasa, Adrián. Es muy frecuente. Es muy difícil enamorarse. Se tienen que dar un montón de factores que confluyan en un lugar y un momento. Los adecuados. Por ejemplo, en mis cuentos. No suele haber tantos casos de amores. Se trata más bien de situaciones o exóticas, o disparatas, o con sinsentidos (nonsense, como les dicen los ingleses) o bien absurdas. ¿Te gusta jugar con el absurdo?
-Muchísimo. Está, como todos sabemos, esa línea del teatro, como Eugene Ionesco, del teatro del absurdo. A veces Samuel Beckett, si bien Beckett no es exactamente absurdista. Pero tiene, por ejemplo, momentos o una vertiente en esa línea. Momentos de desconcierto. Y a una le parece tan sorprendente la pluma de Beckett. También leí de él “Final de partida”. Me encantó esa obra de teatro. “Esperando a Godot” también. Pero no sé. “Final de partida” tiene algo especial en mi vida.
-Veo que sos una persona culta.
-No se crea. Sé de algunos autores, porque los he estudiado. A otros por la Universidad Nacional de La Plata, donde estudié Letras, como es obvio. He sido un lector ferozmente voraz.
-Lo supuse.
-Pero yo me agarraba cada chinche. Porque no nos daban para leer literatura para niños ni juvenil. Hasta que un buen día, cierto día, mejor dicho, era de noche, lo recuerdo, yo ya había terminado la Universidad, me dije: “¿Y si escribo yo cuentos infantiles?”. En realidad, no me lo propuse deliberadamente, ahora que lo pienso. Simplemente tuvo lugar. Aconteció. Y me animé, en 1999 a escribir uno a partir de una entrevista que de una revista frívola que le hacían al actor Alfredo Alcón. A mi juicio el mejor actor argentino de todos los tiempos. Fue un lindo homenaje, dicho sea de paso. Si bien él no es el protagonista. Pero sí la anécdota que se cuenta es real. Él de chiquito le pedía a su papá que la bajara la luna. Y leí ese: “Le pedía a su papá que le bajara la luna”. Y me dije: “Esta es la mía”.
-Yo he leído mucha literatura para niños, por supuesto. He tenido la fortuna de conocer a algunas de sus autoras y autores más recientes porque se han acercado a mí para pedirme consejos. O simplemente para saludarme. Los cuentos y poemas para niños han sido fundamentales en mi vida. Me han alimentado. Le han dado vuelo a mi imaginación y mi fantasía. De allí que yo pudiera escribir tantos cuentos y novelas. A mí, de todo lo que escribí lo que más me gusta es Dailan Kifki.
- ¡María Elena! ¡La primera novela completa que leí! ¡Y es suya! Estoy tan agradecido. Me introdujo en el universo de la novela. Es de 1966. Yo la leí alrededor de 1976 o 1977. Recuerdo que no podía parar de leerla. Me resultó deliciosa. Yo estaba completamente obnubilado. No podía creer la cantidad de cosas fabulosas que iban pasando. ¿Un elefante en un zaguán con un cartelito de que lo habían dejado abandonado? No hay derecho. Abandonar a un pobre elefante que ocupa mucho espacio. Y también había un personaje que decía siempre “Estamos fritos”. Yo no sé por qué pensaba en papas fritas. De todo lo frito que se puede comer, junto con los pastelitos, o las empanadas, o los buñuelos.
-A mí de las frituras,Adrián, la verdad es que me gustan las tortas fritas y las empanadas de carne bien condimentadas. ¿Qué opinás de eso?
-Sí, opino que tenés toda la razón del mundo. Es que en realidad del universo culinario lo más rico me parece que son las cosas fritas. ¡Me olvidaba de las las tortillas de papas!
-Sí, también. Por supuesto. Y todavía te estás olvidando de algo mucho más importante: las rabas o los cornalitos. El pescado frito tiene lo suyo.
-Uy, María Elena. Eso directamente es imperdonable ¿cómo iba a olvidarme de esa comida tan irresistible?”
- ¿Te gustó algún libro mío además de Dailan Kifki?
-En realidad me gusta todo. No puedo elegir. Me gustan los poemas para adultos. Me gustan las canciones para adultos. Este año escribí un artículo analizando las letras de tu cancionero para adultos. Fue un deleite. Y también un desafío. Eran poemas/canciones. Así las definió un experto.
-Es posible. Yo ponía al escribirlas el mismo cuidado que cuando escribía mis poemas. Y te confieso que hasta me servía de los mismos recursos. Las letras para mí, como bien dijo este experto, son otra forma del poema. Por eso requieren ser trabajadas, cinceladas, pulidas, urdidas con cuidado. Y cuando una las canta, las desovilla como a una media que tiene una hilacha suelta, esa hilacha no debe estar. Es por ese motivo que el perfeccionismo es importante.
-Cuando mi hija era bebé también con su madre escuchábamos todas las canciones para adultos que vos misma cantabas. Me gusta tu timbre. Tu registro de voz. Era, yo no sé de estas cosas, pero parecía algo grave.
- ¿Grave? ¿urgente? ¿preocupante? ¿Qué, te daba dolores de cabeza?
- ¡Pero no! Usted me está haciendo un chiste y yo le estoy hablando en serio. - También escribí un trabajo sobre su poesía para adultos. Nuevamente crítica literaria. En fin, estoy un poco resignado a que me salga eso, a ser crítico mal que me pese. Me gustaría escribir más cuentos. Sobre todo cuentos infantiles. Escribir cuentos es lo mejor del mundo. Uno se siente el creador de un universo. Del que teje y desteje los hilos. Pero solo si son buenos. Si a uno le salen bien. Esos redonditos como una bola de billar. De otro modo los borro y los mando a la Papelera de reciclaje.
- ¡Pero vos estás loco! ¡Se guarda todo porque uno nunca sabe qué puede salir de un cuento que ha quedado chueco! Mal cosido.
-No sé, a mí me da la impresión de que es su destino quedar chueco de por vida. Me da la impresión de que son irrecuperables. Irremediables.
- Pero no seas tan pesimista. Yo he reescrito cuentos que estaban para tirar y han quedado bastante bien. Con una buena terminación. No te diré que eran lo más inspirados. Pero por lo menos no se les veía el dobladillo. Vos me entendés qué quiero decir con “no se le ve el dobladillo”. Como a los delantales para ir al colegio de antes.
-Creo que entiendo. Algo así como que no se le ven las imperfecciones. O las costuras con las que uno los mejoró. No sé. A mí me da la impresión de que cuando un cuento llega malogrado tiene ese destino para siempre. Está confinado al olvido. Y resulta muy difícil revertirlo.
-Yo no estoy de acuerdo con esa idea. Hay que dejarlo descansar. Ahora que lo pienso ¡Es cierto! Los cuentos se cansan de que uno les ande zumbando alrededor. ¡Uy! ¡No me di cuenta de que no te había ofrecido ni siquiera un té! ¿Querés un té?
-Gracias, María Elena, así estoy bien. Pero un vaso de agua te acepto.
María Elena se retiró a la cocina, abrió la canilla del Dispenser y llenó un vaso. O por lo menos eso creí escuchar. Yo estaba en living. El Dispenser sobre la mesada de la cocina. Estaba tan fría por suerte.
-Está riquísima. Debe de ser de esos Dispensers que tienen agua fría y agua caliente en bajas o altas temperaturas.
-Exacto.
-Debe de ser fabuloso para hacer un té, por ejemplo. O un café instantáneo. En un periquete se hace el café.
-En efecto. “Estamos invitados a tomar el té”. ¿Te acordás de esa canción?
- ¿Cómo no me voy a acordar? Pero mi favorita es una muy melancólica. Yo soy de temperamento muy triste, muy melancólico, mejor. Me gustaba una que decía “Los castillos se quedaron solos. Sin princesas ni caballeros…”. Y me imaginaba construcciones, una arquitectura desolada. Sin personas. Sin ninguna clase de habitante. Y un rayo de sol que entraba por la ventana. Iluminaba una habitación en la que no había nadie. Y en un rincón se formaba una sombra.
-Sí. Pero a mí también me gusta mucho esa canción que compuse. Yo también soy melancólica. Nadie me puede creer porque escribo cuentos y compongo e interpreto canciones con mucho humor. Pero en el fondo. Muy en el fondo, en ese lugar en el que el corazón se vuelve semilla, brote, yema, canto, soy melancólica. Esa zona recóndita del alma, que nadie conoce salvo uno mismo. Porque es intransferible. Bueno, yo te puedo contar esto. Pero sentir, lo que se dice sentir, esa melancolía, solo yo misma puedo hacerlo.
-Estamos a mano entonces. Somos parecidos en algo.
-Pero también en que los dos escribimos.
-Bueno, eso es una forma de decir. A mí jamás se me pasaría por la cabeza en una charla mano a mano con usted decirle que soy escritor porque usted es superlativa.
- ¿Super qué? ¿Superman?
- Es una forma de decir, una hipérbole. Quiero decir que usted es la máxima. Es lo más a lo que un escritor puede aspirar. Incluso para adultos. A mí me gustan sus novelas para adultos. Novios de antaño y Fantasmas en el parque. Creo que me gusta más la primera. Tiene mucho humor. En verdad las dos tienen humor. Pero la última es más autobiográfica. Y es más seria. Es cierto que es de las más recientes que recientes que escribió. Transcurre en ese parque. Esa plaza a la que usted o alguien muy parecido a usted va a tomar sol todas las tardes. Y los perros hacen necesidades y usted y todos sus vecinos del barrio se quejan. Vos no debés tolerar los edificios de departamentos.
-Para serte franca, Adrián, vivo en uno y no los tolero. En el verano nos fuimos con una amiga a una quinta y yo me leí entero, bajo el sol de la mañana, la saga de En busca del tiempo perdido del autor francés Marcel Proust. Es larguísima. Casi perpetua. Pero en verdad fue tiempo ganado. Imaginate todo el tiempo que estuve leyendo. Pero estaba el pastito recién cortado porque venía el jardinero. El olor a césped. Estaba el sol, como te digo. Había una pileta, por si quería tomar un baño o nadar (yo nado poco, pero bien, si bien no me gusta el agua me muevo bien en ella).
- ¿Te gustó París, María Elena?
-Me pareció de oro. No de plata. Una bandeja de oro. Como si estuviera metida en una novela de Liliana Bodoc. Me gustó siempre Liliana Bodoc. Y no nos conocimos jamás personalmente. Pero la leo mucho. Es una grande. ¡Y cuánto escribió!
-Sí, la verdad que sí. Yo escribí dos encuentros imaginarios con ella, en su cabaña de El Trapiche, en la Provincia de San Luis. Pero también mucha crítica literaria. Muchísima. Ya ve. Esto de la crítica literaria en mi vida parece algo irremediable. Soy incorregible. Pero me sale solita.
- ¿Y qué te decía en esos encuentros que deben de haber sido maravillosos?
-Bueno. En realidad, mucho no puedo contar. Son dos secretos entre ella y yo. Pero te cuento que dibujaba un círculo de fuego en aire y me regalaba un libro de mar.
-Veo que te gusta el agua. El vaso de agua. Ahora el libro de agua.
-Sí, el agua el fundamental en mi escritura. Está siempre. Jamás se marcha. Es una dulce, amable compañía, presente compañía. ¿Y cuáles son sus compañías?
-Me gustan mucho los animales y las sirenas.
-Lo imaginaba. Había leído varios cuentos suyos sobre animales. Y “La sirena y el capitán”.
-Ese. Sí. Ese mismo. Es un capitán malvado porque la quiere capturar. Es un español que llega a conquistar América. Pero se rebelan los pájaros, los monos y otros animales de la selva y lo echan. No le queda otra más que salir disparando. No disparando el arcabuz. Literalmente rajando. A él y todos los conquistadores. Si habrán hecho barbaridades acá. No tienen perdón de Dios.
-Sí. Justamente Liliana Bodoc trabajó bastante con el sustrato aborigen y las culturas precolombinas para su épica fantástica.
-Sí. La he leído. Es fascinante. Me gustaría ser su amiga. ¿A vos no?
-Bueno, de tanto escribir sobre ella ya me siento un poco amigo. Pero seguro que me encontraría defectos. Como si conociera los entresijos de su alma. Como si hubiera penetrado en los secretos creativos de su vida. Hasta incluso he llegado a conocer que he alcanzado a rozar alguno de sus misterios de tan profunda que ha sido la comunicación. Yo soy bastante imperfecto. Me encuentro algunos manchones de plasticola de color en la camisa.
- ¿Y qué más querés? Es lo mejor del mundo jugar con plasticola de colores. Pintar. Dibujar. Hacer la flor redonda del país de la geometría. ¿Te acordás de ese cuento mío?
- ¡Pero cómo no me voy a acordar, si es el que más me gusta!
- ¿En serio? A mí también es el que más me gusta. Bueno, y la canción “Manuelita”.
-Tengo una amiga que escribe para niños. Sus novelas son sobre tortugas. La tortuga Antigua Pasolento. No Manuelita. Pero uno siempre encuentra ecos en los maestros ¿no te parece?
-Sí. Yo no me considero maestra de nadie. Pienso que cada cual hace su camino. A lo sumo se alimenta, se nutre de la literatura de otros u otras. Esta una especie de posta. Uno se la pasa a otro. Como en ciertos deportes.
-Sí, yo creo lo mismo. Pero hay creadores muy influyentes que nos impactan tanto pero tanto que nos quedados patitiesos.
-Sí. Ya sé. Sospecho que la tortuga de tu amiga, Antigua Pasolento, por todo lo que me contás, debe ser una creadora que se inspira en otros creadores de modo permanente. Pero en creadores que ella considera afines a sus principios.
Y…Yo la verdad es que no soy demasiado objetivo.
-Te mando solamente un mensaje para tu a amiga.
-Sí, dale María Elena.
-En primer lugar, le decís que le dé de comer pepinos a Antigua. Y a continuación le decís: Querida amiga de Adrián: Manuelita le manda saludos a Antigua Pasolento.
- María Elena. Se va a poner super contenta. Y yo le mando el mensaje que seguro si ella estuviera acá te diría vos: “Vos encontraste tu maravilla”. Eso es todo.
- ¿Eso es todo? ¡Es una barbaridad! ¡Es muchísimo para una persona encontrar su maravilla! Hay gente que no encuentra su maravilla jamás. Viven tristes y enjutos.
- Bueno, pero ella es experta en enseñar a que la encuentren con sus libros. En sus libros, en sus clases, en sus talleres, en sus charlas, en sus Zooms.
-Bueno, Adrián. Espero que un día vengas de visita con ella.
- ¡Por supuesto! Ella también encontró su maravilla. Y me dice que yo también tengo una. Salvo que no me doy cuenta. Yo sin embargo creo que todavía la estoy buscando. Prendo la linterna de noche. Abro las cortinas bien de mañana. Reviso la casa. Miro en el patio. Barro los zócalos. Hurgo en los zaguanes. Me interno en los sótanos. Miro por entre las cortinas de la cocina.
-Las maravillas no se buscan. Se encuentran, Adrián. Y jamás en los lugares que me acabás de mencionar. Por otra parte. A veces hace falta toda una vida para encontrar nuestra maravilla. O ya la tenemos delante de las narices y esa maravilla es invisible a los ojos. Porque es una virtud. No un reloj de lujo.
-Bueno, María Elena. Será cuestión de escucharlas a las dos. A usted y a mi amiga. A través de la tortuga Manuelita y de la tortuga Antigua Pasolento. A ver si por fin mi maravilla se hace ver. Por lo pronto, disfruto muchísimo de ver las de los demás.
-Eso me encanta. Es muy bueno conmoverse con las maravillas de otros. Y admirarlas ni te digo. Y disfrutarlas mucho más. Admirar las maravillas de otros a mi juicio es un sentimiento de grandeza. Ahora que lo pienso. Tal vez esa sea tu maravilla. Admirar la maravilla de otras personas sin envidias.
Le doy un beso en la mejilla porque hemos intercambiado las palabras primordiales. Ni una de más. Ni una de menos. Me acompaña hasta la puerta, que no hace ruido. Los pasos son silenciosos porque hay una alfombra toda verde en su casa. Pero, aunque no hubiera una alfombra, estoy seguro de que ella tampoco haría ruido. María Elena no es ruidosa. Ni para hablar ni para moverse.
Y me despido. Con todas las esperanzas que me acaba de aconsejar. Con toda esta otra maravilla de nuestro encuentro, no dejará de resultarme sorprendente por el resto de mi vida.
(*) artículo aparecido en blog: "El mono de la Tinta"
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