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domingo, 3 de septiembre de 2023

LA PELOTA QUE PICA por Silvia Andrea Lachaise

 


LA PELOTA QUE PICA


   Hay momentos en que todo nos va bien. Los ojos reflejan  la alegría y del cielo parecen llover estrellas para nosotros.

Pero también, podemos estrellarnos cada dos por tres. 

   Resulta que esta historia de “momentos en la vida” es una historia real. Se trata de un niño que comienza a transitar sus nueve años y en la mochila de su vida no había cargado justamente buenos momentos.

   Su mamá cuenta que ella estaba segura que el Ángel de la Guarda de Nacho, siempre estaba dispuesto para ayudarlo y alerta también.

Nacho no la pasa bien en el colegio donde va. Sus travesuras son capaces de enrular el pelo más lacio que existiera. Como a  todos los chicos, le gusta correr, saltar y explorar el mundo. Pero su problema está cuando debe detenerse. Él sigue moviéndose y ni siquiera el sueño lo vence.

  • Realmente le cuesta parar. Su alma sobrepasa la figura de su cuerpo. -decía el ángel protector.

   Cada vez que llega al patio del colegio revolea la mochila de tal manera que le saca la pintura a las paredes. Es como un ventarrón que envuelve con fuerza lo que se cruza en su camino y deja así, todo patas para arriba.

Por ahí, son tantas las ganas de jugar a la pelota, que patea los cestos de la basura del patio del colegio, sin detenerse a pensar que no son pelotas de fútbol. Si hay algún problema a mil kilómetros, seguramente tiene un imán para quedar pegado a pesar de no haberlo provocado. Son esos los momentos cuando su nombre suena más fuerte que el nombre de los demás chicos.

  • Y no pasan ni cinco minutos que ya está metido en problemas… explica el ángel cada vez más preocupado.

   Le juega carreras al viento. Claro que después de la carrera hay que ver los destrozos que deja. Chicos con magullones, plantines agonizando y hasta él mismo con algún corte, como cuando chocó con Alexis, su mejor amigo en primer grado, durante el recreo. A ambos hubo que hacerles puntos. 

Su ángel se tapó los ojos porque le impresionaba la sangre…

Todo lo que a Nacho le gusta, a otros disgusta y eso le alcanza para sentirse confundido.

Si lo sientan cerca de la ventana, es probable que sepa cuántos bocinazos suenan en la calle antes que la tabla del cuatro. Si la señorita de plástica pide las témperas, Nacho no sólo no las lleva sino que tampoco recuerda que ese día tiene plástica.


   En casa también suceden cosas. Una barrida de patineta desde la puerta de calle hasta la cocina, pasando por encima de la alfombra, pelando plantas y llegando a destino en un estruendoso golpe contra el lavarropas.

  Una tarde de sábado la mamá de Nacho desea hacer unas compras y él no quiere acompañarla. Prefiere quedarse jugando con la computadora, o ir a la plaza a pelotear. Hacer cualquier otra cosa.

  • Dale, Nacho que vamos a comprar unas cosas.

  • ¡Andá vos! 

“Vamos Ignacio, (la mamá lo llama así cuando pierde la paciencia), sabés que no me gusta que estés tanto tiempo jugando frente a la computadora”. Y los berrinches comienzan a tomar forma de figuras de humo  con gritos, portazos y hermanos tapándose los oídos.



 Son esos momentos donde el protegido del ángel se sienta solo y como una tortuga, esconde la cabeza dentro de su caparazón para que nadie lo mire. La soledad lo invade, salvo por la presencia de Pancho, el perro salchicha de la familia, que lo lengüetea y salta a su alrededor, le desata los cordones y ladra.  


Finalmente, ni la mamá fue a comprar, ni Nacho jugó con la computadora.

Después lo de siempre: Hora de la tarea: retos, penitencia y revoleo de cuadernos y cartuchera.

Al lunes siguiente:

  • Son las tres, andá a natación.

  • Ufa, de nuevo a natación- contesta Nacho y demora.

Pancho lo acompaña y espera sentado como una esfinge tostada en el portón. 

Apenas llega, el profesor lo reta porque no tiene las antiparras y por la tardanza. No puede explicarle que su demora se debe a que como siempre “él pierde o las antiparras o las ojotas y hasta el toallón”. Al terminar la clase, ya todos cambiados para irse, Nacho sigue con la malla y las ojotas puestas. Entonces la tentación fue más fuerte y se tiró como estaba. Al escuchar el silbato comprende la que se venía.

  • ¿Por qué este chico no piensa antes de actuar? , se pregunta el ángel rascándose la cabeza afligido.

A los días, su maestra le pide el cuaderno de comunicados. Nacho la observa escribir rápido y seria.

  •  ¿Qué habré hecho esta vez?

¿Lo habrá acusado Martina que él ayer estuvo pescando en la fuente del patio del colegio con la caña que se inventó con la birome, un hilo y un clips como anzuelo? ¡Qué exageración! Piensa Nacho. Le devuelven el cuaderno y lo guarda rápido en la mochila. Seguro es una cita para su mamá. Dicho y hecho. Cuando su mamá le pregunta para qué tengo que ir a hablar con tu maestra, responde:

  • No sé.

Para Nacho es más fácil creer que era malo. Se siente triste y no quiere volver a la escuela ni a su casa, salvo por Pancho que sentado sobre sus patas traseras y su mejor semblante siempre está para consolarlo.

Ese día ve a su mamá que lo busca a natación (sin Pancho), algo que le parece raro.

  • ¿Y qué quiere la Seño ahoraaaa?

  • Mientras tomás la leche, te cuento. 

Tu maestra está preocupada por vos. Dijo que siempre estás en la luna y que tu comportamiento no es adecuado, tampoco tus notas…

  • ¿qué será adecuado?...

Menos mal, piensa Nacho aliviado, que Martina no contó nada sobre su caña de pescar.

  • Yo le dije que te vamos a llevar a tu pediatra porque en casa también te vemos así en casa- explica su mamá-

Nacho se enoja.  ¿Por qué le dice a la maestra que lo va a llevar al médico?

  • Yo estoy sano, no tengo fiebre ni me duele la panza.

  • Bueno, pero…

  • No voy a ir al doctor- gritó Nacho- y corre al patio tapándose las orejas y Pancho por detrás ladrando y tratando de desatarle los cordones de las zapatillas.

Al martes siguiente fueron a la doctora Carolina. Primero conversó con la mamá y luego con Nacho.

  • ¡Hola Igna!, ¿te puedo llamar así?  Pasá y sentáte.

A Nacho le sonó raro pero asintió con la cabeza.

  • ¿Qué cosas lindas te gustaría contarme?

  • Tengo un perro, se llama Pancho. Él me quiere.

  • ¡Ah!, yo también tengo un perro, se llama Zeus.  Contáme cómo se llaman tus amigos.

  • - Joel y Alexis van a la escuela conmigo Y El Santi es de la cuadra de mi casa.

  • ¿A qué juegan con tus amigos de la escuela?

  • A las figus. Queremos jugar a la pelota pero no nos dejan.

  • Uy, qué pena, ¿qué hacés en la escuela?

  • Nada. Me aburro y la seño me manda con la directora que encima es re gritona. 

  • ¿Hay alguien más que grite como la directora?

  • Uff, sí, mi mamá y mi hermana Juli. Y mi papá grita los goles de Belgrano.

  • ¿Te parece que juguemos a la Carrera del Queso?

  • De una. Pero si tenés otro juego mejor, porque a ese no lo conozco.  

Luego con los siguientes encuentros hablan más .Nacho se anima a contarle sus problemas, lo mal que se siente en el colegio y en su casa. La doctora Carolina sabe comprenderlo y aprende a conocerlo después de hacerle más preguntas y pruebas.

  • ¿Se dan cuenta? Algo le pasa a este chico!!!!- exclama el ángel.

  • Le explican que su cerebro funciona diferente, que a muchos chicos les pasa eso, que es muy inteligente y que con la ayuda de todos y su esfuerzo saldrá adelante.

  • Por supuesto!!! Confirma el ángel orgulloso y contento.

Donde se siente como pez en el agua es en las horas de Educación Física.

Le encanta jugar con la pelota, cosa que hace muy bien y por esa razón el profesor le aconseja a la mamá de Nacho que lo lleve a un club a realizar algún deporte porque tiene aptitudes, aunque le cueste aceptar reglas, se  distraiga y abandone el juego a la mitad. 

   En varias oportunidades, Nacho mira de a ratos los partidos de vóley en la televisión y siente interés por ese deporte. Averiguan y llegan al Comedor Universitario, donde se enseña vóley por el Tucu Juárez. Éste es el técnico. Un flaco gigantón, con ojos bonachones, de voz ronca que se gana la simpatía del chico.

Donde se encuentran los alumnos del famoso técnico para entrenar es un lugar naturalmente rodeado de álamos que envuelven el edificio con anchos vidrios, que sirve de comedor para los universitarios. 



El ángel entra con Nacho al edificio. Sólo le faltan las rodilleras y un short negro para estar a la par de su protegido. Allí está Lautaro, Fede, Franco, chicos como él que quieren aprender un deporte. Con cada encuentro Nacho se siente mejor que nunca. El técnico le habla directamente a los ojos, lo escucha, lo ayuda a estar más atento y cuando lo nombra es para destacar el buen saque de pelota que hizo, porque Nacho es zurdo.

   En algunas oportunidades durante los entrenamientos Nacho se molesta y a mitad de juego se va o dice malas palabras. El técnico obviamente lo saca del juego, con firmeza, pero sin dejar de enseñarle que debe controlarse, pensar y tener en cuenta que todo buen deportista debe mostrar una conducta acorde a las reglas.

  • Tiene razón el ángel del técnico. El Tucu, es la persona ideal para ayudar a mi protegido. Hacemos un buen equipo—se jacta el ángel con sus ingeniosas estrategias.

   Cierto día en un entrenamiento de vóley, haciendo algunos pases en un tiempo de recreo, Nacho rompe con la pelota uno de los vidrios del edificio donde entrenan. Obviamente, el técnico les había advertido que practicaran en otro lado y no allí.

  • UHMMMMMM otra vez en problemas…se aflige el ángel--- pero esta vez va a ser una lección diferente para Nacho, asegura.

   Nacho espera que su técnico comience a gritar, seguramente lo expulsa y no le cree que no lo hace a propósito y de repente siente ganas de correr y correr, porque no quiere pasar otra vez por las situaciones a las que está acostumbrado (antes de ir a la doctora Carolina) donde él es como la mosca en la leche, siempre distinto, el salvaje. Esos malos recuerdos le causan mucha angustia y sale corriendo fuera del edificio. Todo esto lo piensa en segundos y casi ni siquiera el ángel, que no le pierde pisada, puede darse cuenta de todo lo que Nacho piensa, tan sólo en un instante.

  • Voy a entrar en acción—dijo el ángel, mientras emprende el vuelo vaya a saber dónde.

Tucu, el técnico, termina la clase y sale fuera del edificio. Intuye dónde encontrar a Nacho (en realidad el ángel lo guía). Da algunas vueltas y lo halla bajo un árbol, sentado con su acostumbrada posición de tortuga.

  • Nachoooooo!!!! Lo nombra con energía, pero sin gritar.

El chico ni se mueve, parece estar en el fondo de un pozo.

  • Nacho, vos sabés muy bien cuánto te quiero y creo en vos. Miráme cuando te hablo.

Lentamente Nacho levanta la mirada, pero desafiante, como si tuviera que probar que él es más fuerte y de esa manera demostrar que no le duele todo lo que él cree que se viene.

- Ay Nacho, cómo te equivocás esta vez… dijo bajito el ángel que conoce todo desde un comienzo.

-NO ES MALO ROMPER UN VIDRIO, PUEDE SER UN ACCIDENTE. Lo malo es cuando ocurren las cosas porque no escuchamos las advertencias.

- No me importa , no- me- im-por-ta- na-da, ya sé que siempre me va a ir mal!!!!, grita Nacho rojo de bronca.

- Nachoooo, vos tenés una gran capacidad para jugar al vóley, pero dominarte depende de vos.

- Sí Nacho, depende de vos—afirma el ángel-

- Yo siempre soy el que rompe los vidrios, digo malas palabras, me meto en problemas, soy el peor y…y….

- Eso fue antes, Nacho. Es cierto. No podemos cambiar el pasado, pero podés sacarte ese rótulo de la frente, “EL PEOR”, con otras acciones donde debés aplicar, la paciencia, como la venís trabajando. Además no estás solo.

- Ajá- (gritó el ángel)

- Ahora escuchá, los sábados hay partidos y vos tenés que jugar...

   Pasaron varios meses desde el incidente del vidrio roto. Desde el colegio de Nacho citan a sus padres para hablar de los cambios positivos que observan en él.  En casa las cosas también mejoran de a poco.

   Una mañana camino al colegio Nacho le dijo a su mamá que él es el más feliz de la casa. (El ángel no deja de sonreír). Puede darse cuenta de que nadie es bueno en todo pero él puede serlo en lo que más le gusta y seguir trabajando en lo que todavía le cuesta.

Llega el gran sábado de la final de la Liga. La mañana está dispuesta para un juego extraordinario. El Comedor Universitario estalla. Gritos y canciones por ambos equipos.Minutos pasan y se acerca el inicio del partido. Mientras tanto los jugadores entrenan para el calentamiento. Pelotas al aire, el sonido de los que andan trotando y otros jugadores que hablan con sus técnicos.

Suena el silbato. 

Silencio.

  Comienza el partido y el latido de los corazones de los espectadores crece, y las sonrisas brillan en las gradas por la alegría de las familias que van a ver el partido.El técnico ocupa su lugar en el banco junto a los suplentes y Pancho, la mascota del Equipo, con la camiseta puesta en los brazos de Juli, desde las gradas.  La pelota se mueve con mucha rapidez. 

La transpiración empieza a relucir y se nota que puede llegar a ser un gran partido.

El marcador va 3-5 a favor del equipo contrario. Un poco aturdido se siente el equipo del Comedor Universitario, ya que se tenían confianza.

   Mientras la esperanza se apaga, el punto del central contrario les indicó que perdieron el primer set. El Tucu Juarez pide tiempo para hablar con su equipo y cambiar las estrategias. Comienza el segundo set. El público, gritando “uh uh uh”. De repente suena un grito que aturde a todos: ¡Falta! “doble golpe” del defensor (número 2) “Nacho”, punto para el rival. La gente de la tribuna critica al árbitro. 

   A Nacho le crece la angustia y el sudor le recorre la cara. Toma la pelota y la pasa por debajo de la red. Vuelve a su posición.   El público los alienta, en las buenas y en las malas. La presión sigue al ver el marcador 10-12. Se reanuda el partido. Otro grito, silbato.

  • ¡FALTA! - Nacho saltó a rematar cayendo cerca de la línea sin pisarla. Esta vez, el árbitro se equivocó.

  • INJUSTICIA, no pisó la línea. ¡Ponete los lentes!, grita el ángel enardecido.

Nacho apretando los puños y mirando a sus compañeros controla la bronca y sigue jugando.

  • Ojo, ojo!, -advierte el técnico.

Viene un rebote y el número dos, Nacho, golpea con su zurda define el partido.

-¡Punto!- Gritan.

Termina el tercer set y el equipo del Comedor Universitario resulta ganador. 

   Los jugadores de ambos equipos se saludan y retiran. Las familias gritan a coro. Pancho corre desaforado alrededor de los jugadores, queriendo desatarles los cordones de las zapatillas. Nacho y el Tucu Juárez intercambian miradas que solo ellos comprenden.

¿Qué hubiera sucedido sin el ángel? ¿Nacho hubiera podido lograr el gran aprendizaje sin la guía y el cuidado de él? No lo podemos saber. Es mejor así.

  • Son los logros de Nacho—exclama el ángel orgulloso.


Silvia Andrea Lachaise


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