Ni indios ni negros ni inmigrantes
por María Cristina Alonso
Ilustraciones: Marcelo Sosa
¿Qué pasó ese año en que José Hernández publicó la
primera parte de su célebre poema El
gaucho Martín Fierro? ¿Qué ideologías circulaban en la Argentina de
1872? Es cierto que no es obligación de la
literatura reflejar fielmente ala realidad, pero en ella se cuelan las voces,
los pensamientos, la ideología de la época. Voces, ideas, prejuicios, racismo.
De eso hay en abundancia en el libro que se convertiría en el más emblemático
de nuestra literatura, el libro argentino que da cuenta de nuestra identidad:
el Martín Fierro.
El gaucho Martín Fierro se publicó el 28 noviembre de 1872, en el diario La República. José Hernández, que había sido periodista, estanciero, soldado y político, lo escribió en su retiro de Buenos Aires, en el Hotel Argentino, en una libreta de pulpería de papel de estraza. El diario La Repúblicalo publicó por entregas y, ya en diciembre, apareció en formato libro, editado por la imprenta La Pampa. Costaba 10 pesos y no tardó en venderse en zonas rurales. Se leía en las pulperías, se recitaba en los fogones. La historia de Martín Fierro, contada en primera persona, daba cuenta de las vicisitudes del gaucho en el fortín, la arbitrariedad y las injusticias cometidas por las autoridades militares y civiles contra él. Y, cada vez que algún letrado lo leía en voz alta, los paisanos se reconocían en la desgracia del protagonista.
Poco tiempo después, en virtud de las lecturas que
hicieron Ricardo Rojas y Lugones, el poema que hablaba de un grupo despreciado
y marginado de la campaña, se convertía en un monumento literario encabezando
el canon argentino.
En 1879, cuando se publica la segunda parte –La Vuelta de Martín Fierro-, las
penurias de ese tipo social tendían a desaparecer, sin embargo, la obra termina
convirtiéndose en el paradigma de lo nacional, un texto que puede leerse de
varias maneras y que intenta superar la dicotomía sarmientina
civilización/barbarie.
Si para Sarmiento el gaucho era la barbarie y debía ser aniquilado, Hernández denuncia este destino dándole voz, contando sus penurias y padecimientos. Poema de denuncia, entonces, en la primera parte, pero planteo de solución en la segunda: «Debe el gaucho tener casa, / escuela, Iglesia y derechos».
Hernández
-que había vivido en el campo, que conocía a los habitantes del mal llamado
desierto, que había luchado en las montoneras junto a López Jordán- le da voz
al gaucho, que es un marginal. Y en esto se opone a la opinión pública general
de la época, ya que no se solidariza con otros sujetos subalternos que habitan
las llanuras, tales como los inmigrantes, los indios y los negros.
Por lo tanto, en el poema laten cuestiones que se
debatían en 1872. El desprecio a la raza negra, plasmado en la pelea con el
Negro en la primera parte, y el duelo de guitarra con el Moreno, en la segunda,
revelan un agresivo sentimiento de superioridad de Fierro. Los negros no eran
“gente decente”para él.
En un discurso de 1866, Sarmiento había dicho:"Cuando
decimos pueblo, entendemos los notables, activos, inteligentes: clase
gobernante. Somos gentes decentes. Patricios a cuya clase pertenecemos
nosotros, pues, no ha de verse en nuestra Cámara (Diputados y Senadores) ni
gauchos, ni negros, ni pobres”. Curioso. Sarmiento nació muy pobre, así lo cuenta
en Recuerdos de provincia.Y concluye:
“Somos la gente decente, es decir, patriota".
El racismo de la segunda mitad del siglo XIX se continúa en el XX. Las personas de origen africano son invisibilizadas, se oculta la explotación a la que fueron sometidas, se niega su dignidad. A comienzos del siglo XIX había una población de entre 30 y 60% afro descendiente en el país y, a fines del siglo, la población negra había sido diezmada por diversas causas: muerta en las guerras de la independencia y civiles, principalmente en la guerra del Paraguay,o por las epidemias de cólera y fiebre amarilla que afectaron a los más pobres habitantes de Buenos Aires.
Lo
mismo ocurre con los extranjeros. En el momento de la leva describe despectivamente
al inglés “sangiador” (el de “inca la perra”) que debe huir a la sierra; al
organillero que, “cuando
le tocó el arreo/¡Tan grande el gringo y tan feo!/ Lo viera cómo lloraba”;al
italiano enganchado en el fortín del que dice que “tal vez no fuera cristiano,/
pues lo único que decía/ es que era papolitano”. Expresiones socarronas que se
transforman en críticas abiertas. Dice Fierro “Yo no sé por qué el gobierno/
nos manda aquí a la frontera/ gringada que ni siquiera /se sabe atracar un
pingo.”
Precisamente en 1972, cuando se publica la primera
parte de Martín Fierro, un grupo de
paisanos,comandados por el gaucho Jacinto Pérez,
disgustados por la presencia de extranjeros, idearon un plan de exterminio.Robaron sables en el Juzgado de Paz y,
al grito de “¡Vivan la Religión y los masones!» y «¡Maten gringos y
vascos!» degollaron al organillero de la plaza, a nueve vascos que viajaban en
carretas, al almacenero y a toda su familia (entre ellos, una nena de cinco
años y un bebé de meses) y a los dependientes y pasajeros que estaban en el
lugar. En total, treinta y seis extranjeros, la mayoría vascos.
En ese contexto de descrédito de los paisanos hacia un nuevo grupoque venía a integrarse a la campaña, con hábitos y cultura diferentes, las palabras que Hernández pone en boca de Fierro no hacen más que repetir conceptos que circulaban entonces.
Tampoco puede esperarse una
mirada piadosa a otro grupo social que está siendo eliminado en el mismo
momento en que Hernández escribe su obra: el indio. Le da voz al gaucho, pero
se la niega al indio. Y el gaucho no considera al indio como un semejante.
Basta uno del los tantos ejemplos que pueden extraerse del poema:
“El indio pasa la vida/ robando o echao de panza. /La
única ley es la lanza/ a que se ha de someter. /Lo que le falta en saber/ Lo
suple con desconfianza.”
Hernández pone en escena, en
Martín Fierro, el imaginario social
alrededor del “problema del indio”. La opinión pública en general daba apoyo a
su exterminio porque-como señala Vanni Blengino, en La zanja de la Patagonia- en la guerra contra el indio, el tiempo
sustituye al espacio como horizonte del conflicto, se trata de un conflicto
entre la modernidad y la prehistoria, y la campaña del desierto debe corregir
ese anacronismo. La palabra desaparecer
es frecuente en los escritos de la época al hacer referencia a animales e
indios.
En la primera parte,
Hernández ya había descripto a los indios como bestiales e inhumanos y, no obstante,
sobre el final del poema, cuando con Cruz rompen con la civilización y se van a
vivir a las tolderías dice: “Allá no hay que trabajar / vive uno como un señor”.
Sin embargo, en la segunda parte no escatima imágenes de horror para describir
su ferocidad y, desde luego, la necesidad de exterminarlos: “He presenciado martirios/ He visto muchas crueldades/ Crímenes
y atrocidades/ Que el cristiano no imagina;/ Pues ni el indio ni la china/ Sabe
lo que son piedades.”
En el año en que se publica La vuelta de Martín Fierro(1879),Roca -junto
a un grupo de militares- enarbolan una bandera en Choele- Choel, celebran una
misa y festejan. Hanlogrado, dicen, “el dominio
de la civilización frente a la barbarie” y están convencidos de haber realizado
la ocupación definitiva de la Patagonia.
Han sido en
vano los intentos de Calfulcurá por mantener en vilo a los sucesivos gobiernos
hasta ser derrotado en la batalla de San Carlos, en 1872. A su muerte a los 101
años, lo sucede su hijo Namuncurá, y, acompañado por sus guerreros, se propone
cumplir el mandato de su padre. Pero el plan de exterminio de Roca determinó la
derrota de los pueblos originarios. Fue en ese mismo año en que Hernández le
hacía decir a Fierro: “Estas cosas y otras piores/ las he visto muchos años;/
pero si yo no me engaño/ concluyó ese vandalaje,/y esos bárbaros salvajes/ no
podrán hacer más daño.”
En los dos
años en que Hernández publica la primera y segunda parte de su Martín Fierro (1872
– 1879), se disputaban en la realidad algunas cuestiones
que se colaron en el texto. Cada libro es hijo de su tiempo y es escrito desde
un paradigmaideológico. Rojas y Lugones canonizaron al Martín Fierro
entendiendo que la gauchesca era un modelo de integración nacional.Un poema
épico que expresaba la vida heroica de una raza, como la Ilíada o la Odisea.
Borges vio en él una interesante novela de un tipo que en la primera parte es
un asesino y en la segunda da sabios consejos de autoayuda. Fernando Solanas,
en su película de 1975, Los hijos de
Fierro, encuentra una metáfora de las luchas sociales del siglo XIX que se
replican el XX.
Hernández, no hay duda, escribió con la
realidad repiqueteándole en la cabeza.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario