Por Blanca Lacasa
En ‘Transformaciones’ la extraordinaria Anne Sexton sacude y dota de una carga crítica historias conocidas para convertirlas en fábulas posmodernas.
Nada más reconfortante que coger los clásicos de la literatura infantil, sacudirlos y dotarlos, sino de nuevo significado, al menos sí de una carga lo suficientemente crítica como para que se vuelvan maliciosamente modernos. Eso hizo en el 82 el maestro Roald Dahl con Cuentos en verso para niños perversos. Más de una década antes, en 1971, la poderosa y salvaje Anne Sexton (Massachusetts, 1928-1974) ya había hecho lo propio con 17 cuentos de los hermanos Grimm. ¡Y de qué manera!
Anne Sexton, en su oficina en 1967, retratada tras haber ganado el Pulitzer. FOTO: GETTY
Se edita ahora Transformaciones (Nórdica Libros), en una edición bellísima con ilustraciones de Sandra Rilova, que recoge algunas de esas historias que nos sabemos de memoria pasadas por la mirada visceral, feminista y única de la poeta que pasará a la historia como una de las inventoras —junto a Sylvia Plath, con quien comparte la tragedia de haber acabado sus días suicidándose— de esa cosa tan resbaladiza llamada “poesía confesional”. De errática, enferma, exhibicionista o turbulenta fue calificada esta escritora que quizá y una vez más tan solo fue víctima del hecho de ser mujer —léase de sufrir una aguda depresión posparto que nadie supo entender, de ver cómo lo que en otros era testosterónica genialidad en ella era histérica locura o de ser víctima de un sueño americano que preconizaba como gran logro femenino la vida doméstica.
Sexton escribió con un coraje inusitado para los tiempos sobre drogas, aborto, menstruación o relaciones filiales, dejó desgarrado testimonio de la claustrofobia que le provocaba la anodina vida doméstica y contó como nadie lo que era ahogarse literalmente (tras nueve intentos, consiguió matarse con envenenamiento de monóxido de carbono) en un mundo de hombres. Era de esperar que al asomarse al cuento infantil lo hiciera de un modo afilado, quitando lo fantástico para llevarlo a lo cotidiano, metiendo dosis de chispeantes guantazos a la tradición y dinamitando esos dañinos finales felices que han lastrado tantas generaciones. Así, el manoseado Blancanieves y los siete enanitos acaba con un elegante ¿y desesperado? revés en que la nívea protagonista termina “hablando de vez en cuando con su espejo, como hacen las mujeres”. Como hacen las mujeres.
Sexton escribió con un coraje inusitado para los tiempos sobre drogas, aborto, menstruación o relaciones filiales, dejó desgarrado testimonio de la claustrofobia que le provocaba la anodina vida doméstica y contó como nadie lo que era ahogarse literalmente (tras nueve intentos, consiguió matarse con envenenamiento de monóxido de carbono) en un mundo de hombres. Era de esperar que al asomarse al cuento infantil lo hiciera de un modo afilado, quitando lo fantástico para llevarlo a lo cotidiano, metiendo dosis de chispeantes guantazos a la tradición y dinamitando esos dañinos finales felices que han lastrado tantas generaciones. Así, el manoseado Blancanieves y los siete enanitos acaba con un elegante ¿y desesperado? revés en que la nívea protagonista termina “hablando de vez en cuando con su espejo, como hacen las mujeres”. Como hacen las mujeres.
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