La bicicleta en la literatura
por María Cristina Alonso
Dibujo de Rafael Alberti para la Balada de la bicicleta con
alas”.
En su exilio
argentino, en Totoral, Córdoba, el poeta Rafael Alberti recupera la paz y
disfruta de una bicicleta. Ha tenido que
abandonar España después de la Guerra Civil perseguido por rojo. En su tierra han
quedado amigos asesinados o en la cárcel.
Tiene cincuenta años, la edad en que muchos poseen un yate o un automóvil. Pero él es feliz con su bicicleta. Desterrado y a miles de kilómetros de su patria, corre sobre ella para detenerse frente al río y ver el atardecer. Es que el poeta descubre que a su bicicleta le han salido alas y lo dice en una balada: “Yo sé que tiene alas./ Que por las noches sueña/ en alta voz la brisa/ de plata de sus ruedas./ Yo sé que tiene alas./ dormida, abriendo al sueño/ una celeste senda./ Yo sé que tiene alas./ Que volando me lleva/ por prados que no acaban/ y mares que no empiezan.” (Balada de la bicicleta con alas)
Y la ha nombrado. Ha dicho de ella que es una cabra feliz, que es una niña escapada de la aurora, que es una luna perdida. La ha llamado Gabriel arcángel y ha dicho que sus alas le anuncian el aire de los caminos.
Estuvo 38 años en el exilio –recién pudo volver a España en 1977 después de la muerte de Franco- de los cuales 24 vivió en la Argentina junto a su esposa María Teresa León. En Totoral nació su hija Aitana y escribió Entre el clavel y la espada y La arboleda perdida.
Rafael Alberti y María Teresa León en
el exilio
Inspiradora de poetas y narradores, la bicicleta ha
sido solaz y entretenimiento de muchos escritores. Antes de que la selva le regalara sus verdes vibrantes y su
oscuridad, Horacio Quiroga se fascinaba con la bicicleta que su padrastro le
comprara en sus épocas de dandy en Salto, Uruguay.
En marzo de 1900, con lo que recibe de herencia, Quiroga se embarca a París, ciudad que lo atraía por varias razones. En primer lugar porque París era la aspiración suprema de todo poeta de la época. Pero también confiesa otros intereses. Además de su deseo de asistir a la Cuarta Exposición Universal en Paris viajaba interesado en las competencias de ciclismo. Lo escribe en el diario que lleva durante su desafortunado viaje. Para el Quiroga joven el ciclismo no era sólo un espectáculo sino también un deporte que había practicado en su tierra y que lo había llevado a fundar el Club Ciclista Salteño. Para el escritor “el gran atractivo de la bicicleta consiste en transportarse, llevarse uno mismo, devorar distancias, asombrar al cronógrafo, y exclamar al fin de la carrera: mis fuerzas me han traído!".
Si en el viaje de ida se había embarcado como un
dandy, con ropa recién comprada, valijas ostentosas y en camarote especial, el
regreso fue un desastre. En París dilapidó su dinero, se sintió ajeno a la vida
artificial de la capital francesa, empeñó su ropa, pidió préstamos, se deshizo
de joyas, valijas y ropas y hasta mendigó monedas para comprar un trozo de pan y
queso.
Volvió en tercera, con las solapas levantadas para ocultar que no llevaba cuello y sin equipaje. Sus biógrafos aclaran que aún en el caso de que Quiroga hubiera ido a París atraído únicamente por el ciclismo, esto no significaría que, a su juicio, la vocación deportiva fuera más poderosa que la literaria.
La bicicleta
de Horacio Quiroga en la casa museo en Misiones
Julio Cortázar tenía claras algunas cosas sobre las bicicletas. En Historias de cronopios y de famas incluye un texto sobre los inconvenientes de portar una bicicleta en algunas circunstancias. Dice en Vietato introdurre biciclette (Prohibido entrar en bicicleta) que en los bancos y casas de comercio se puede entrar con cualquier cosa sin que importe demasiado. Cita tucanes, repollos, chimpancés con tricotas a rayas, gatos y liebres. “Pero apenas una persona entra con una bicicleta se produce un revuelo excesivo, y el vehículo es expulsado con violencia a la calle mientras su propietario recibe admoniciones vehementes de los empleados de la casa. Para una bicicleta, ente dócil y de conducta modesta, constituye una humillación y una befa la presencia de carteles que la detienen altaneros delante de las bellas puertas de cristales de la ciudad. Se sabe que las bicicletas han tratado por todos los medios de remediar su triste condición social. Pero en absolutamente todos los países de la tierra está prohibido entrar con bicicletas. Algunos agregan: «y perros», lo cual duplica en las bicicletas y en los canes su complejo de inferioridad.” Pero advierte que si dos príncipes murieron en una guerra de dos rosas, a las bicicletas también le pueden salir espinas y sus manubrios crecer hasta arrasar las vidrieras de las compañías que les niegan la entrada.
Y es más, la bicicleta le sirvió a Julio para explicar
su teoría del cuento: “En mi caso, el cuento
es un relato en el que lo que interesa
es una cierta tensión, una cierta capacidad de atrapar al lector y llevarlo de
una manera que podemos calificar casi de fatal hacia una desembocadura, hacia
un final. Aunque parezca broma, un
cuento es como andar en bicicleta, mientras se mantiene la
velocidad, el equilibrio es muy fácil, pero si se empieza a perder velocidad,
ahí te caes y un cuento que pierde velocidad
al final, pues es un golpe para el
autor y para el lector.”
Julio Cortázar
En la Primera Guerra Mundial,
Ernest Hemigway, que era un muchacho de 18 años y todavía no había escrito casi
nada, se alistó en el frente italiano
como conductor de ambulancias. Como era un apasionado de las bicicletas,
recorría las calles de Milán repartiendo cigarrillos y chocolates a los soldados italianos hasta
que sufrió heridas graves en sus piernas
por fuego de mortero. Terminó en el hospital de la Cruz Roja, lo que
le permitió reflexionar: «Cuando uno se va a la guerra como joven, tiene una gran
ilusión de inmortalidad. Son las otras personas las que mueren, no te ocurre a
ti. ... Entonces, al estar gravemente herido por primera vez, uno pierde
esta ilusión y sabe que le puede pasar a uno mismo»
Mucho después daría largos
paseos en bicicleta por la campiña francesa en compañía de otro escritor, Scott
Fitzgerald., con quien tuvo una amistad complicada.
Se habían encontrado en París en 1925. Andar en bicicleta era para Hemingway una
experiencia especial. Describió en un artículo esta sensación:
"Pedaleando se aprecian mejor los contornos del
país, porque uno primero sube las cuestas bañado en sudor y luego las desciende
dejándose deslizar por ellas. De ese modo, el ciclista recuerda las pendientes
tal como son, mientras que al automovilista sólo le impresionan las colinas de
considerable altura".
Ernest
Hemigway en la paz y en la guerra
Otro que se piraba por las bicicletas era Alfred Jarry,
creador de la seudociencia que llamó Patafísca y autor de la famosa y
escandalosa para la época, obra dramática Ubú
rey.
Unos días antes del estreno de dicha obra, a finales
de noviembre de 1896, Jarry se compró una bicicleta Clement Luxe 96 de pista,
que lo llevó y lo trajo por las calles de París hasta su muerte. Cuentan que
era tal el amor a su bicicleta que dormía junto a ella aunque nunca terminó de
pagarla. Tres cosas mantenía su vida intensa: la absenta, el revólver y la
bicicleta.
En sus
escritos imaginó delirantes situaciones con la bicicleta: “a Jesús de Nazaret
en una competencia a toda velocidad contra Barrabás y en derrapada en ascenso
por las 14 curvas en el Gólgota; a Ixión –rey de Tesalia y seductor de la diosa
Hera– atado a su rueda de bicicleta por la eternidad; y una quíntupla de
ciclistas borrachos y dopados, lanzados en carrera a toda velocidad contra el
tren que atraviesa Europa, recorriendo el periplo París-Siberia por exactamente
10.000 millas.”[1]
Alfred Jarry
y su bici
El antropólogo Marc Augé en su libro Elogio de la bicicleta nos dice:. “Nadie
puede hacer un elogio de la bicicleta sin hablar de sí mismo. La bici forma
parte de la historia de cada uno de nosotros. Su aprendizaje remite a momentos
particulares de la infancia y la adolescencia. Gracias a ella, todos hemos
descubierto un poco de nuestro propio cuerpo, de sus capacidades físicas, y
hemos experimentado la libertad a la que está indisolublemente ligada. Para
alguien de mi generación, hablar de la bicicleta es pues evocar, fatalmente,
muchos recuerdos. Pero esos recuerdos no son sólo personales; están arraigados
en una época y en un medio, en una historia compartida con millones de otros.”
Ladrón
de bicicletas
Las bicicletas son
narrativamente eficaces a la hora de contar historias. Lo demuestra la
indispensable bicicleta robada en la película clave del neorrealismo italiano Ladrón de bicicletas (De Sica, 1948), basada en la novela homónima escrita por Luigi
Bartolini. En ella se narra la
desventura de un trabajador en la pobrísima posguerra italiana. Lo corroboran
las bicicletas que salvan al extraterrestre en la escena final del film ET (Spielberg, 1982).
Steven Spielberg cuenta
sobre esa escena final, la que todos recordamos de su taquillero film, la
importancia que tuvo la música en el momento en que los chicos pedalean frente
a la luna: “Yo hacía despegar las bicicletas de ET” -dice- “pero era la música
de John Williams la que las mantenía en el aire”.
Qué buen homenaje a la bicicleta! la Bici, así llamada cariñosamente, compañera de aventuras, que nos ha llevado por caminos nuevos y conocidos, por playas lejanas y cercanas "las vertiginosas bicicletas silbaban cruzando puentes, rosales, zarza y mediodía"
ResponderBorrar¡Qué hermoso texto! Gracias.
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