Por María Cristina Alonso
Los relatos fantásticos
infantiles más clásicos cuentan el paso del mundo real a otro lugar donde las
cosas funcionan diferentes y tienen sus propias leyes. A ese otro mundo se pasa
a través de un umbral: un libro en La historia sin fin, el ropero con
tapados viejos de Las crónicas de Narnia,
el polvo de hadas en Peter Pan que
permite a los chicos trasladarse desde Londres hasta el país del Nunca Jamás,
la madriguera que lleva a Alicia al increíble mundo subterráneo. Como en ellos,
pasar por el monumental arco del
acceso principal de la República de los niños, en Gonnet, La Plata, es
introducirse, a través de su arquitectura, en las páginas del más fascinante
libro de cuentos de hadas.
Cuentan que esta ciudad en
miniatura fue inspiración del gobernador Domingo Mercante que quiso hacerle un
regalo a Evita. Dicen que le dijo al arquitecto Jorge Lima, del estudio Lima, Cuenca y Gallo,
que quería hacer algo para los niños que fuera original. Pero que había que
hacerlo rápido.
Corría el año 1949. Hacía un
año que funcionaba la Fundación Eva Perón, una institución que no solo
distribuía libros, ropa, comida, máquinas de coser, juguetes para las familias
carenciadas, sino que se encargaba de construir hospitales, campos deportivos,
escuelas, hogares para ancianos y para madres solteras entre otras actividades
asistenciales en las que la misma Eva ponía el cuerpo en larguísimas jornadas
de atención solidaria.
Todo en aquel tiempo parecía
urgir. Nadie lo sabía, pero Eva iba a enfermar y morir tres años más tarde, y
el golpe militar de 1955 destruiría de un plumazo todo lo que recordara la era
de bienestar de la que habían disfrutado
los niños más humildes. No debía quedar ni el recuerdo, por lo tanto se
destruyó la vajilla con que desayunaban los niños en los hogares de la
fundación, se quemarían frazadas y libros, se tiraría la sangre de los
hospitales por ser sangre peronista, se confiscarían los muebles de las
distintas sedes de la fundación, se destruirían los pulmotores y se expulsarían
a los niños de los albergues. Nada que tuviera el logo FEP (Fundación Eva
Perón) sobrevivió al saqueo y al odio antiperonista.
Tal vez porque intuía los
tiempos venideros, Mercante apuró al arquitecto Lima, que aquella noche imaginó la
calle principal de un mundo de fantasía, pintó los bocetos con acuarelas y echó
mano al imaginario del mundo que la literatura infantil proponía. Una
arquitectura de la fantasía inspirada en los cuentos de los hermanos Grimm y
los relatos de Hans Christian Andersen, en leyendas históricas como las del
poeta Tennyson. Basta recorren las calles de la República para descubrir esas
referencias literarias. Construcciones inspiradas en la Europa Medieval,
castillos que pueden albergar, de manera natural, dragones, princesas cautivas,
elfos y hadas. La geografía donde transcurren cuentos como La Cenicienta, Los vestidos
nuevos del emperador de Christian Andersen, Las leyendas del Rey Arturo de Tennyson y la arquitectura de Las Mil y una noches sostienen el
imaginario que, aquella noche, Jorge Lima echó mano para hacer los bocetos.
Los libros de lectura que se
usaban en las escuelas de la primera mitad del siglo XX contenían historias que
representaban niños trabajadores, porque el trabajo infantil era considerado
una necesidad inevitable. Se exaltaba el amor al trabajo y se condenaba el ocio
a través de lecturas sobre vendedores ambulantes, lustradores de botas, talleristas,
dependientes de comercio. La escuela enseñaba hábitos saludables sin el auxilio
de la imaginación, reproduciendo miméticamente la realidad que vivían muchos
niños hijos de inmigrantes hacinados en los conventillos de la ciudad. Textos
moralizantes, que advertían como debían ser las conductas del niño sin recurrir
a seres fantásticos o a animales y plantas humanizadas.
Los cuentos de hadas en los
libros de lectura que se leían en las escuelas empiezan a aparecer en la década
del 30, y también ilustraciones en las que se ve niños jugando con muñecas,
triciclos y balancines. Una incipiente industria del juguete que va creciendo
en el país con los saberes que aportaban artesanos inmigrantes. Lejos quedaban,
por supuesto, del acceso a las clases populares.
La Convención
de los Derechos del Niño de la ONU se firmó el 20 de noviembre de 1959 donde se reconoció el "derecho del niño
al esparcimiento, al juego y a las actividades recreativas”. El peronismo se
anticipó 15 años a ese tratado. Por primera vez se habla del derecho del niño a
jugar, al juego como medio natural para su desarrollo social y emocional. La
Fundación Eva Perón consideraba que había que rodear de cuidados a los niños,
promoverles deporte, salud, educación,
vacaciones en el mar o en las colonias.
En el mismo
año en que se inicia la construcción de la República infantil, la Fundación Eva
Perón inauguró la Ciudad Infantil Amanda Allen en el marco de la creación de decenas de Hogares-Escuela en
todo el país. Esta ciudad tal vez sirvió de antecedente
para la que bocetó el arquitecto Lima, ya que recreaba la vida de una ciudad en
miniatura. En ella se daban clases de música, de danza, los chicos hacían
huerta, asistían a sesiones de cine y teatro, practicaban natación. En la
ciudad infantil había cuatro casas, un almacén, un banco, iglesia, estación de
servicio y lago artificial cruzado por un puente.
En
el libro La Razón de mi vida, Evita
explica que dejó la arquitectura para los profesionales que trabajaban en la
Fundación, pero que ella misma se encargó de sus interiores. Todo debía ser
amable para los niños. “En mis hogares ningún descamisado debe sentirse pobre.
Por eso no hay uniformes denigrantes. Todo debe ser familiar, hogareño, amable:
los patios, los comedores, los dormitorios. He suprimido las mesas corridas y
largas, las paredes frías y desnudas, la vajilla de mendigos, todas estas cosas
tienen el mismo color y la misma forma que una casa de familia que vive
cómodamente. Las mesas del comedor tienen manteles alegres y cordiales y no
pueden faltar las flores; que nunca faltan en cualquier hogar donde hay una
madre. Las paredes deben ser también así, familiares y alegres: pinturas
agradables y evocadoras, cuadros luminosos”.
“Mi hermano y yo-
cuenta Adriana (77)- compartíamos la misma habitación. Éramos chicos, íbamos a
la escuela, primaria. El, dos años menos que yo. Mamá subía todas las noches a
arroparnos, una camita junto a la otra. Seguramente era invierno, hacía frío.
Cuando le toca a mi hermano, mamá sentada al borde de la cama, antes de darle
el beso de despedida le dice: “Viste Julito, vos acá calentito, bien arropado,
y quién sabe cuántos chicos habrá que estén pasando frío. Y mi hermano le
responde con su vocecita: “No mami, ahora con el segundo plan quinquenal no
habrá más chicos que pasen frío”. Mamá se quedó callada un ratito, le dio un
beso, y se fue.”
Libros
escolares y materiales de lectura como la revista Mundo Infantil y la
Biblioteca Infantil General Perón estuvieron al alcance de los niños. Allí se
explicaba cómo era esa nueva Argentina donde se respetaban los derechos
Con el peronismo en el gobierno, el niño y la niña dejaron de ser sujetos
pasivos y meramente receptores de las políticas que impulsaba el Estado para
pasar a ocupar un lugar y un rol activo en la construcción colectiva del
proyecto político de país. Los niños y niñas tenían derechos, y uno de los
principales, el derecho a la fantasía, al mundo de la creación artística.
Con
el doble propósito, de ser un lugar recreativo para la infancia, habitado por
el imaginario de los cuentos de hadas y lugar de aprendizaje para ejercer
derechos y obligaciones del ciudadano, la República tuvo casa de gobierno,
Palacio Legislativo y Judicial, un Palacio de Cultura, banco, correo,
ferrocarril. Diversos estilos arquitectónicos se dan cita en los 35 edificios
que se erigieron en el lugar. Algunos son copias de palacios famosos como
Palacio Ducal de Venecia y el Taj Mahal hindú, el Parlamento inglés, muchos
tienen elevadas torres medievales que remiten a cuentos de dragones y princesas
cautivas
El Instituto Inversor de la Provincia de Buenos Aires dirigió el proyecto
de la República de los niños y los fondos fueron aportados por el Instituto de
Previsión Social Bonaerense. La construcción se realizó en lo que fuera un
campo de Golf del Swift Golf Club.
Fueron dos años de fervorosa construcción. Lima había pensado edificios
pintorescos, pintados de colores vivos y pequeños, a la medida de chicos y
chicas que serían sus visitantes. Así lo plasmaba una maqueta que el arquitecto
instaló en su casa donde trabajaba, una réplica que había montado en su estudio
y, según cuentan, con la que solía jugar
su hijo.
Para realizar el Estado en miniatura con la velocidad que las
circunstancias requerían necesitaron 1600 obreros, en su mayoría trabajadores
italianos, españoles, polacos, yugoslavos, artesanos especializados. Fue
inaugurada el 26 de noviembre de 1951. Evita ya estaba enferma y no pudo
asistir a la apertura del mayor parque temático destinado a los niños hasta ese
momento. Lo hizo Juan Domingo Perón que recibía en su nombre el regalo del
gobernador Mercante.
Evita no pudo disfrutar del regalo de Mercante, pero sí los chicos y chicas desde aquel 1951 hasta la actualidad, a pesar de todas las vicisitudes que sufrió la República en los sucesivos gobiernos. Hoy luce tan hermosa como en sus primeros tiempos.
La Justicia Social y la Justicia Redistributiva del peronismo de aquellos
años en que se construyó la ciudad en miniatura garantizaron el trabajo, la
educación, la salud y la asistencia social. La nueva Argentina hacía foco en la
conciencia social, algo desconocido en esos términos. Hasta entonces, había
prevalecido una Argentina de privilegios.
Con proyectos como el que contamos, los niños dejaron de ser invisibles e
ignorados para pasar a ser protagonistas
de las políticas públicas.
“No es filantropía -había escrito Eva en La
razón de mi vida-ni es caridad, ni es limosna, ni es solidaridad social, ni es
beneficencia. (…) Para mí es estrictamente justicia”.
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