por Carlos Fong
La literatura infantil no es simplemente un puñado de historias para entretener a los niños; es una imagen de cómo la sociedad piensa la infancia y es un instrumento poderoso para moldear esos imaginarios. Como ha señalado Gustavo O. García Rodríguez, la imaginación es una facultad humana que recrea la realidad, mientras que el imaginario opera como una matriz de significados compartidos socialmente. En el caso de los imaginarios de infancia, estos están tejidos por imágenes, emociones y representaciones simbólicas que definen lo que significa ser niño o niña en un contexto cultural específico y la literatura infantil ayuda a construir y significar esos imaginarios.
Históricamente el concepto de infancia también ha evolucionado. Desde la visión del niño como un “ser en formación” —al que se le deben inculcar valores— hasta el reconocimiento del niño como sujeto de derechos plenos, capaz de participar activamente en actividades de su comunidad. En 1989 la ONU reconoció al niño como persona y ciudadano con derechos y obligaciones. Este reconocimiento exige una literatura que no subestime al niño, sino que lo invite a explorar la realidad y el mundo con autonomía y creatividad.
Gianni Rodari propuso que la literatura infantil debe permitir a los niños “entrar a la realidad por la ventana”, es decir, a través de lo lúdico y lo fantástico. Esto contrasta con un tipo de literatura que reduce las historias a moralejas simplistas y un lenguaje condescendiente. Graciela Montes advierte que las palabras para los niños están cargadas de experiencias sensoriales y emocionales; por ello, el lenguaje debe ser rico, polisémico y respetuoso de su capacidad interpretativa.
La literatura infantil de calidad no debe ser un canal de ideologías, sino un espacio de encuentro estético y emocional que intenta presentar el mundo y la vida. Susana Itzcovich opina que su valor radica en formar vivencialmente, ofreciendo mensajes de vida y paz sin caer en el adoctrinamiento; que no es lo mismo que hacer de la literatura una trampa para educar en valores morales. La palabra ‘formar’ a veces termina ‘deformando’. Aquí es donde la literatura infantil aparece en escena y hace su magia.
Tal vez es mejor hacer la pregunta clásica: ¿Qué es y qué no es literatura infantil? Fíjense que no estoy debatiendo en qué es buena o mala literatura; esa es otra discusión. Eliseo Diego decía que era un problema que tenía que ver con el uso de una preposición. En vez de pensar en literatura para niños, hay que decir literatura de niños. Es decir, el problema radica en la apropiación. ¿Cómo mi intención de escribir para niños se convierte en una intención estética que el niño pueda hacer suya?
Algunos autores resaltan el papel educativo y transformador de la literatura, eso no es malo, lo malo es que por el afán de hacer de la literatura un transmisor de valores pedagógicos, se le falta el respeto al público infantil/juvenil, cuando, por ejemplo, se evita los temas tabúes; se incurre en un lenguaje artificial, lleno de clichés o cursilerías, donde la simplicidad esconde el fondo, que entorpece la claridad, la precisión y riqueza narrativa que podría abrir esas ventanas a las que se refería Rodari. Me gusta esta definición de Juan Cervera: “La literatura infantil es aquella en que se integran todas las manifestaciones y actividades que tienen como base la palabra con finalidad artística o lúdica que interesan al niño”.
La literatura infantil tiene un impacto en la sensibilidad humana. El desarrollo emocional, ético y estético de los niños tiene que ver con la exposición temprana a obras de calidad. Un niño tiene más posibilidades de ser indiferente ante la belleza, los sentimientos de otros o incluso la crueldad, si nunca le han leído un cuento o un poema. La poesía, por ejemplo, es una fuente esencial, capaz de conectar al niño con lo universal y lo humano.
La literatura infantil también tiene un poder terapéutico: la literatura como refugio, como espejo de la realidad, para superar adversidades, para construir puentes con la otredad, el extrañamiento y el descubrimiento. La realidad y la fantasía se conjugan en la ficción para hacer que el niño imagine posibilidades de los personajes en un mundo que se parece al nuestro porque en el mundo real hay cosas buenas y malas.
En un mundo que a menudo olvida la infancia, donde la frase “los niños son primero” es una mentira, donde la mediocridad, la vulgaridad y la farsa gobiernan, la literatura se convierte en un acto de resistencia. Es un recordatorio de que los niños merecen historias que honren su presente, su imaginación y su derecho a soñar. Como afirma Alga Marina Elizagaray, la calidad de esa literatura la determina siempre el respeto y amor que el autor siente por los niños y jóvenes.
(*) Publicado en La Prensa, Ciudad de Panamá, el 5 de abril de 2025.-
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