por Daniela Azulay
Empiezo con un fragmento de “Oficio peligroso”: “Escribir para chicos es oficio peligroso, tan peligroso como escribir para grandes, porque es el mismo oficio: obliga a caminar por la cuerda floja, a internarse en soledad por los laberintos de la sinrazón, a sentir el vértifo de mirarse hasta el fondo, a rondar la muerte. Escribir para chicos no es oficio de personas bienintencionadas —Dios libre y guarde—: es oficio de escritores. Y, como dije alguna vez: “los escritores son gente de cuidado, bombas de tiempos son”. Todos: escriban sobre hombrecitos verdes o sobre el oro de los tigres; sobre los sueños de un viejo sapo o sobre el amor y otros demonios. Todos. Y nunca se sabe con ellos.” Para quien ande distraído, la conferencia Oficio peligroso fue escrita para el 6º Congreso Internacional de LIJ organizado por el CEDILIJ en 1999.
Graciela Cabal nació el 11 de noviembre de 1939, y murió el 23 de febrero de 2004. Al filo de que se termine 2024 y justo poniéndole el punto final el día en el que hubiera cumplido 85 años, este recuerdo como un arrimo a su legado, que es inmenso.
Graciela Beatriz Cabal fue una maga de las palabras y creadora de fogones imaginarios, alrededor de los cuales contaba historias que aún hoy siguen encendidas. Adelantada a su tiempo, fue pionera en modos de hablarles a las infancias y en reflexionar sobre el lugar de las mujeres en la sociedad. Decía: “Desde la infancia escribo, no para la infancia”, y esa frase, inspirada en Robert Browning, refleja su modo de estar en el mundo, de escribir para “todas las edades”, explorando temas universales con sensibilidad, humor e inteligencia. Y todo eso atravesado por sus lecturas profundas, sus conocimientos y sus producciones que ayudaron a construir el campo de la literatura infantil y juvenil argentina. Decía que le gustaba decir su segundo nombre, ya que Beatriz era también el nombre de su mamá, que le enseñó a leer con el libro Upa, fue para ella quien la hizo ser escritora.
Me hubiera gustado conocerla, entrevistarla, charlar con ella. Y si bien no llegué a hacerlo en persona, si lo hice a partir de su obra, de sus charlas, de sus libros. Sus títulos son muchos, y son además, cazadores de lectores rebeldes. Cuentos, novelas, ensayos y fue tan pionera en todo, que hasta libros de ecología escribió. De Graciela, mis libros preferidos son: Secretos de Familia, Las cenizas de papá, Las rositas, La emoción más antigua, Mujercitas eran las de antes, El hipo y otros cuentos de risa, La señora Planchita, y seguro me olvido de alguno. Mi agradecimiento a sus textos es total.
Para Cabal, la lectura era “un vicio impune”, una pasión que debía disfrutarse sin restricciones ni imposiciones. Rechazaba la idea de imponer la lectura, creyendo firmemente que el amor por los libros solo podía transmitirse desde la pasión compartida. Citaba a Borges, a quien tuvo como docente en la facultad, quien decía que “leer no admite el imperativo”, y se refería a la lectura como un placer que unía generaciones y debía compartirse como una forma de libertad, no como una tarea. Graciela, quien no solo amaba leer, sino también releer. La relectura era parte de su vida. Contaba que cuando se sentía mal o triste o huérfana y necesitaba un mimo, releía Mujercitas y Tom Sawyer.
Cuando le preguntaban sobre sus inicios, contaba que tal vez tuviera también que ver con el mago Fumanchú, que en su espectáculo, pidió una nena para que la ayudara con sus trucos. Graciela, que tenía solo tres años, al verse arriba de un escenario con un público “de verdad”, aprovechó y empezó a contar sus historias. La aplaudían tanto que parece que al mago le dio envidia y la invito amablemnete a volver a la platea con sus padres. Contar historias se convirtió en el centro de su vida: para Cabal, narrar era una forma de compartir experiencias, de construir puentes. A través de sus cuentos y de su voz, sabía cómo captar la atención y el corazón de quienes la escuchaban. Sus marcas personales son el humor, la lucidez, y una cierta desfachatez ante todo lo que se le cruzara. Contaba cuentos antes de leer y escribir. Publicó su primer libro a los 20 años. Un libro de poesía que le dio una felicidad suprema. Cuando volvía de buscar los ejemplares, en el tren le regaló un libro a todos los pasajeros que iban en su vagón. “Fue un gran día ese”, dijo en una entrevista.
Graciela utilizaba el humor para desdramatizar las tensiones familiares y explorar temas profundos sobre los roles tradicionales de género. En obras como Secretos de familia y Mujercitas eran las de antes, cuestionaba las expectativas sociales impuestas a las mujeres como madres, esposas e hijas, mostrando personajes que, aunque a menudo atrapados en estos roles, también buscaban su propia identidad y libertad. La familia era un espacio de experiencias complejas, donde las alegrías se entrelazaban con tensiones y secretos, revelando la vida familiar con sus contradicciones. Humor y lucidez estaban presentes en cada uno de sus pasos, incluso cuando no escribía, en la vida cotidiana.
Graciela Cabal fue una figura esencial en la literatura infantil argentina, no solo como escritora, sino también como una pensadora crítica que ayudó a definir y expandir el género. Cofundadora del grupo La Mancha. Papeles de literatura infantil y juvenil y presidenta de ALIJA (1993-1995), su influencia fue fundamental. Su preocupación por desligar la literatura infantil de la asociación casi exclusiva con la educación, y casi nunca a la literatura, sigue muy vigente en muchos de nosotros hoy en día.
Unas palabras de quienes la conocieron
Quienes la conocieron, la editora Susana Aime y la escritora Iris Rivera, recuerdan a Graciela como una persona encantadora y profundamente interesante, capaz de transformar cualquier conversación en una experiencia memorable. Iris Rivera comparte una anécdota conocida y no por eso menos graciosa: “Graciela contaba de sus hijas mellizas, siendo adolescentes, no ordenaban su cuarto, entonces ella entraba y era todo un desorden, y ordenaba ella, limpiaba todo y listo. Hasta que decidió consultar a una psicóloga, que le dijo que cerrara la puerta y no la abriera más, que lo dejara a cargo de las hijas. Y entonces ella probó. Cerró la puerta, y pasó un día, pasaron dos, pasaron tres, pasó una semana. Cuando abrío la puerta, a contra orden de la psicóloga, y vio el desastre multiplicado por todos los días de la semana. Entonces sacó una conclusión: a partir de ahora voy a cambiar de psicóloga.”
Susana Allori, especialista en Literatura infantil, evoca dos momentos entrañables con Graciela. El primero, en 1999, durante el Congreso Internacional organizado por CEDILIJ, donde Cabal inauguró la jornada justamente con la ponencia Oficio peligroso. En esa charla, dejó bien en claro la condición de quienes escribían para chicos y, esa misma noche, en una sesión con los adultos, leyó capítulos de Secretos de familia, generando momentos de risa y emoción entre todos los presentes. Otro momento inolvidable para Allori fue en 2003, cuando Graciela viajó a Córdoba para participar del aniversario Nº 20 del CEDILIJ: “En la tarde antes del festejo, compartió unas lecturas de Las cenizas de papá, fue una charla muy hermosa, en la que habló de todo y especialmente de la muerte, de como ella le estaba dando batalla con libros que todavia no había terminado y eso era un antídoto para que la muerte esperara un poco más. Y sin embargo nos hizo reir también, hasta llorar. Después quizo una despedida, la acompañamos a la terminal de omnibus por qué aprovechó el viaje para hacer algo que ella disfrutó mucho, algo que deseaba hacer, visitar la biblioteca popular de Las Varillas (Biblioteca Popular Sarmiento) donde había estado en los años del Plan Nacional de Lectura de Hebe Clementi, en el gobierno de Alfonsín. Ella tenía un sueño, que la despidiéramos en el anden haciendo flamear un pañuelo, y así fue, ese es el último recuerdo que tengo: Ella sacando un pañuelo blanco y nosotras desde el anden, con la Ceci (Cecilia Bettolli, especialista en LIJ) saludandola con el pañuelo, muertas de risa. Creo que fue muy fuerte esa manera de hacernos pensar el otro lado de las cosas, ya en el año 1999, se reía un poco y se iba burlando de todos los mandatos del buen leer, con esa lucidez con la que estaba parada en el mundo, jugaba, se reía, como si fuera una chica, que lo era, con la lucidez de una sabia, desafiante, tenía un montón de vicios impunes, no solo la lectura. Eso a mí me deja ligada a ella, agradecida, como en deuda por todo lo que nos dio. Hoy tenemos un grupo de whatsapp que se llama El vicio impune en el que compartimos conversaciones y lecturas. La celebaramos a Cabal cada vez que por ese grupo pensamos jornadas, actividades, nos ponemos en movimiento para dar pasos que nos estimulan a seguir pensando los libros, los chicos, la literatura.”
Huellas de lectura
En mi corazón, para siempre, la lectura de sus libros en comunidad, como la del Taller de Arte y Literatura con las mujeres de la Asociación Civil La Vereda, donde las participanes disfrutaron de la lectura por entregas de la novela Las rositas. Estas mujeres, muchas de ellas sin experiencias previas de lectura, se sumergieron en la historia y crearon un vínculo especial con los libros. De hecho, el impacto fue tan fuerte que se logró gestionar con la editorial ejemplares de Las Rositas para que todas las participantes pudieran llevarse el libro a casa, escribiendo sus nombres y dedicatorias como testimonio de la lectura compartida.
La mejor forma de celebrar a Graciela Cabal es leyéndola: descubrir su humor, su ironía, su inteligencia, reflexionar sobre sus preguntas que calan hondo y dejarse llevar por la trama de sus historias.
Nota sobre las ilustraciones: Fueron muchos los ilustradores que pusieron imágenes a sus obras, mis preferidas, sin duda, son las realizadas por Viviana Bilotti para Las rositas, que gentilmente Vivi compartió para acompañar esta nota.
Hermoso conocer más de Graciela Cabal, gracias Dani x compartir en estos 20 años las ilustraciónes de Las rositas en mil formas 💙
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