Translate

martes, 23 de julio de 2024

Encuentro crucial en el Trapiche: el sonido y la furia... (encuentro con Liliana Bodoc)



 

por Adrián Ferrero


Lo que sucedió después


     Trepada a la cúspide de las escaleras de la biblioteca, hablaba sin mirar a nadie en particular sino parecía pendiente de buscar los ejemplares que me había prometido no exactamente regalarme, porque eran sus herramientas de trabajo, demasiado valiosos incluso para una persona generosa.

     Mientras ella buscaba y rebuscaba yo miré la escalera pulcramente tallada en caoba. . Ella reconocía que todos los libros y tratados merecen estar hospedados en un mueble de la materia más noble. En este caso noble en su doble acepción: como título de sangre pero también en lo relativo al universo de los principios. Así como en ocasiones uno dice: “Noble como el pan (estoy improvisando)”, o “noble de carácter”. Mezclaba así universo de valores con la sustancia material. 

     Yo escribo o, en todo caso, soy escritor. Lo digo habiendo dejado atrás el pudor de hablar de mí mismo como abrazando la escritura habiendo pasado por muchas pruebas (llegan a mí ecos de Emily Dickison). No los aburriré con una larga trayectoria que no nombra más que un conjunto de episodios, capítulos sorteados más con dignidad que con talento. Pero también con vocación. La porfía de aceptar mi propio destino ¿Acaso aún a los autores y autoras de más señera condición mucha gente o nos idealiza o nos desprecia? ¿No se toma acaso la escritura como una extravagancia? 

     He recorrido este sendero hasta El Trapiche, en la provincia de San Luis, el paraje que ella y su marido eligieron para sus días en el otoño de la vida, en que todavía los lugares pueden elegirse con libertad. Evidentemente este territorio posee un magnetismo que la ha conquistado. Siempre siento que con ella se han ido de este mundo un modo de nombrarlo.

Un tono de voz, un color que nombraba al universo en una obstinada sensación de que también están, su esposo y ella, con el deseo de habitar una Comala magnífica. Salvo que no es cruel. Una Comala que está lejos de ser sanguinaria. Lo opuesto en este caso, en que todo es que sin perder su parte oscura, también los alberga con el sol y la canela. Pero nosotros la buscamos en sus libros, leyéndola con entusiasmo superlativo, como hoy es ahora una fecha que no reclama conmemoraciones sino, como les decía, de hablar de este mundo con palabras nuevas, hileras de palabras que existen pero no han sido combinadas con ese mágico encantamiento. Es cierto que he leído todos sus libros (o casi todos). Pero también me ha admirado el modo como ha demostrado su valentía no solo escribiendo sino con  intervenciones en foros con clases magistrales, con discursos o conferencias. O bien simplemente junto al arroyo leyendo entre los dos en voz alta con Antonio un libro que mantengo en reserva. 


Lo que sucedió después

 

    Los caminos de piedra, pedregullo y polvo producen en las ventanillas un efecto sw de opacidad.      

     Desde mi camioneta puedo apreciar estas vueltas, giros, cabañas distantes la una de la otra. No sé por qué en el viaje he recordado una canción de cuna que nos cantaba a mi hermano Diego nuestra madre y a mí cuya pócima resultaba infalible. Lentamente un sopor nos envolvía, mirábamos una estrella por la ventana e inmediatamente caíamos de inmediato en un sueño reparador. La escena tenía lugar como si ella fuera una encantadora.  

     Voy y regreso en el tiempo, en su vida, en la mía, en el Trapiche, en un vaivén que pendula con la mía que, de momento, se rozan por obra de las palabras, con el arte que cada una de ellas logran, combinadas de una manera que las singularizan y la hacen brillar como el oro regio. 

     La llegada ha tenido el inevitable gesto de un cierto alboroto y el júbilo por encontrarnos. Ella es de temperamento ardiente. Acudiré a sus libros más adelante, acudiré a sus conferencias, acudiré a entrevistas y extravagancias que me refiere su marido Antonio para recomponer ese patrimonio transparente y tornasolado que lanza chispas color verde oscuro y oro. Un chisporroteo de fuego y plata en el marco de la ventana.

     Me convida mate. Los prepara a la temperatura que ella supone gratificará más al comensal que a ella misma. Sobre la mesa hay pan que ella horneó por la madrugada. Ahora que lo pienso, mientras ella horneaba esta sustancia maleable cruda hasta volverla puro hechizo yo dormía del otro lado del mundo. El amanecer dejará un resabio que lentamente se disipa,  

     Saludo a Antonio. Le muestro luego a ella un paquete con un nombre largo. Lo mira y lo hace con furia y admiración: El libro de los seres imaginarios, de Jorge Luis Borges. Una suerte de fauna fabulosa hija de la imaginación y el prodigio. Yo lo leí hace ya muchos años. Pero me cercioré de un modo cómplice para asegurarme de que no lo tuviera. Ella no sabía que yo llegaba con un paquete de medialunas. Se sorprende de mi extravagancia. “Es buena la combinación de una confitura y una sustancia sagrada”. ¿No es el pan acaso un objeto sagrado?

     Naturalmente que tiene lugar la ceremonia de la llegada. Las preguntas inevitableEsobre el viaje. Las preguntas de mi ciudad de origen. Mi familia. La suya (yo), la mía (ella), curiosos por descifrar las cosas  inescrutables del destino. Me habla de sus hijos y nietos. Hablamos de mi hija. No sé por qué pero puedo percibir un rastro de una limpieza transparente en su rostro. Pienso en sus búhos, esos animales que sin embargo leemos en historias durante el día.

     Recordemos que es invierno. De modo que Antonio llega con leños para el hogar y más tarde para la salamandra. Por diligencias yo no podré pernoctar en El Trapiche. Pero este encuentro, queda celosamente guardados en la más secreta memoria. A su vez cierta vez, muchos años más tarde, será evocada su escena recordando cada detalle en toda su hermosura.

     Ella está vestida con una pulóver de alpaca y una bufanda de lana color crudo. 

     Entonces me dice: “Está allá”

     Yo creo entender vagamente a qué se refiere porque he contemplado todo en derredor y no he vislumbrado ningún asomo de biblioteca o volumen ni tratado. Sí la computadora, abrigo de sus palabras. Ella escribe sentada sobre una silla dura. Debe de ser de algarrobo, conjeturo.

     La sigo. La escalera estaba en el lugar estratégico. No me digan por qué ni cómo porque lo ignoro y no lo he querido preguntar. Pero la biblioteca es enorme. Reinan en ella los poetas. Los latinoamericanos y los españoles. Hay resabios de altri tempi, de las lecturas de fantasía y ciencia ficción o del absurdo. Yo entiendo la disposición de esos libros porque la conozco a ella. También he sido lector remoto lector de autores de seres o tramas maravillosos.  

     Pero bueno, ahora estamos en El Trapiche con sus caudales. La veo revisar y entresacar en el estante de la primera hilera, un volumen. Hasta que  de pronto baja. Miro la portada: “Es tuyo”, me dice como un adelanto de la gratitud que le devolveré conmovido. Se trata de la poesía de Nicanor Parra. Algo sabía de este poeta chileno. Lo había leído, durante cierta convalecencia, hace ya muchos años. Regalo inesperado de mamá. Nos reímos al unísono porque es el libro que ella quería que yo tuviera entre manos y el mismo que yo había estado buscando años atrás, sin fortuna. 


Lo que pasa ahora



     Y de pronto  monta a la escalera. En dos certeros talones llega a las alturas. Y ahí sí comienza  su inventario: “Maupassant, Colette, George Sand”.”Pablovski, Rilke, Márai, Bradbury”, “Kafka, Thomas Mann, Cernuda”. “Gelman, Lezama Lima, Clarice Lispector, Ursula K. Le Guin, Lewis Carol”. Y allí se detiene. El inventario podría seguir de modo unánime y perpetua. Pero ya merece ser suficiente. Desciende de la escalera acariciando la materia de la que está hecha. 

“No todos son mis favoritos”, me explica. “Son los que ahora quería que vieras”. 

     Ya en la mesa del comedor, despliega los libros, como para ojearlos, porque algunos tienen ilustraciones. O portadas coloridas. Abrirlos y respirar su aroma. De pronto, simplemente en un ejercicio espontáneo, veo sobre la mesa algo que se me había pasado por alto: un Cervantes, un Bertold Brecht, un García  Márquez, un Héctor Tizón.

     “Todo suena coherente”. No me refiero a que estos libros se parezcan en tramas o estilos sino más bien a cierto lirismo en ciertos casos, otros a su ideología. Algunos con su embrujo, una escritura con belleza, otros suelen ser desafiantes, otros susurran, otros son magistrales. Agrega: “No todos son mis favoritos”. Esto se parece bastante a un cierto canon personal, íntimo, plural, desordenado. Del mismo modo en que funcionan la memoria, la inteligencia, la imaginación cuando a uno lo perturba un orden cuando no puede sostener. 

     Yo me sirvo un trozo de pan con queso. Cruje la corteza. Delicioso todo.

     Miro hacia un costado. Ya se atisban los primeros fulgores del atardecer. El cielo ya es pictórico. En la pared del comedor hay una imagen pintada al óleo de un dragón, él sí, indudablemente desafiante. Combativo. También poderoso. Mira hacia el sur. Al fin y al cabo, hombres y mujeres de este continente también nos consagramos a estas magias, hechicerías, alquimias, pócimas, descubrimientos, alquimias... Narramos, escribimos poesía, algunos pintados u otras veces sentimos el calor de sus llamaradas.

    

Finale


     Nos despedimos lentamente, deseando hacer cualquier cosa menos eso. “Ha llegado la hora”, me digo. Nos abrazamos. Antonio se acerca y hacemos lo propio.

     Abro la puerta de la camioneta. Entro y la cuerina de los asientos, ignoro todavía por qué está tibia por el sol, consigue abrigar mis piernas. La ventanilla está cerrada, si bien por aquí no pasa ni un perro cimarrón. Cuando arranco y estoy a punto de marcharme ella me detiene con la mano izquierda, entra y en un rapto me trae Las coplas por la muerte de su padre, de Jorge Manrique, ese clásico de la literatura española que leí en el colegio secundario. Ella se ha enterado a través de una carta de esta infausta noticia. Papá, fallecido este año,  ha comenzado a ser ahora una nostalgia. Me calzo el cinturón de seguridad.   

      Se lo agradezco, y le aprieto muy fuerte la mano a Liliana. Liliana Bodoc. Lo hacemos con un contacto que potencia, más aún, sus dones. Su frenesí y su furia. 



    La Plata. Madrugada del domingo 21 de julio de 2024


No hay comentarios.:

Publicar un comentario

La literatura siempre habla más alto

  (Sobre la polémica en torno a los libros de la colección literaria  “Identidades Bonaerenses” , que  cuenta con 122 títulos de ficción y n...