Por Manuel Camilo García Burattini (*)
Era una noche en el
bosque. Hacìa frìo y el silencio era irreal. En un árbol, en su tronco,
protegiéndose del frìo, vivía una familia de cuervos. Papà cuervo preparaba la
cena, mamà cuervo empollaba el huevo y el joven cuervo recogía palitos. El
problema era que estaba afuera, y sus padres ya le habían advertido que debía
volver antes de que se hiciera de noche.
El joven miraba a
sus costados cada vez que recogía un palito. Sin embargo, con la misma
precaución, unos ojos se posaban sobre él. Cuando se inclinó para agarrar su
último palito, escuchó un crac en el medio de la noche. Con el corazón
acelerado, emprendió vuelo. La noche helaba cualquier alma. El afuera era el
terror. De repente, cayó. Una bala en el medio del pecho. Dio un último
graznido.
La luna iluminaba
su cuerpo y el del otro, que tenía el fusil en la mano y un perro de compañía.
Su cuerpo desapareció en el medio de la noche.
Solo habían pasado
unos días desde la llegada del cazador, pero el terror había llegado desde
antes.
Familias destruidas.
Nidos vacìos.
La mamá perdió a su
niño y a su huevo pero no era la única.
Se unieron. Ya no
le temerían al silencio.
Una noche como tantas, el cazador salió a hacer lo de siempre: cazar.
Pero esta vez lo rodearon los animales del bosque. Ya sin miedo. Nunca más
estarían solos. Nunca más serían víctimas.
(*) Manuel Camilo García Burattini es un adolescente de 15 años, que ha comenzado a recorrer los senderos de la escritura creativa. Ávido lector y precoz creador.
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