por Adrián Ferrero
El 18 de
enero de 2021 escribí un artículo o nota en la que definía los términos según
los cuales concebía la poética de la escritora argentina Liliana Bodoc
(Argentina, 1958-2018) con motivo de un nuevo homenaje en el marco de la fecha
de su fallecimiento, el 6 de febrero. Tenía previsto y terminado un artículo
que aspiraba a publicar el mismo 6 de febrero de 2021, acordado ya con la
publicación en la que saldría también. Y dije en esa oportunidad: “debo
confesar que me siento en paz porque ya terminé el artículo con el que pienso
evocarla”. La respuesta de los familiares (su hermana Silvia Chiavetta, con la
que había mantenido contactos antes, me escribió conmovida) y ese artículo
generó una adhesión tal que pocas veces he visto en mi Página de Facebook o en
mi muro algo semejante. Evidentemente había tocado una fibra íntima en lo
relativo a la relación entre los lectores y lectoras de Liliana Bodoc. Y se
trataba de una autora que por todos los motivos a los que a continuación me
referiré nadie puede sustraerse a su impacto. Había, sí, realizado y publicado
un estudio a fondo sobre el cancionero para adultos de María Elena Walsh que
había concitado mucho interés seguramente entre sus seguidores y seguidoras en
su momento, pero ni se acercaba a tamaña respuesta como la que había concitado
el artículo sobre Liliana Bodoc, con sus comentarios tan afectuosos y
admirativos hacia su figura y su dimensión como escritora. ¿Cuál era entonces
el arcano que había provocado semejante respuesta a un artículo que estaba
planteado más como un anuncio que como un estudio? En primer lugar debo decir
con total seguridad, firmeza y franqueza que es la autora que más admiro de la
literatura argentina. Las habrá más eruditas, más refinadas en su exquisitez, o
con más premios y becas consagratorios, pero no pasa por ahí la vida para mí,
se los puedo asegurar. Si bien fue reconocida en 2016 con el título de Doctora
Honoris Causa por la Universidad Nacional de Cuyo, obtuvo la admiración de
Ursula K. Le Guin, su amiga del Norte, la de la poeta y ensayista Diana
Bellessi, entre otras distinciones, Liliana Bodoc es la autora argentina por la
que siento mayor inclinación y mayor respeto, pero sobre todo mayor devoción
por otras razones. Presenta una variedad tan plástica de obras, ha sido productora
de un caudal y un corpus tan amplio y frondoso, que incluye la literatura
infantil, juvenil y la literatura para adultos. El trabajo con la épica
fantástica, el realismo crítico, el fantástico puro, los mitos bíblicos, la insobornable
severidad hacia la experiencia social plagada de injusticias (rasgo que está
presente, dicho sea paso, en toda su poética, transversalmente), el cruce entre
códigos semióticos, entre otras creaciones no menos innovadoras en el panorama
de la literatura argentina, que alcanza también la dramaturgia, que ha salido a
la luz de modo reciente. La considero la autora argentina más completa que
conozco, en virtud de todos sus matices y de tal infinita riqueza. Junto con autora
argentina infantil Adela Basch (sobre cuya poética y personalidad también he
trabajado mucho) me parecen escritoras comprometidas con su país, sentido de
pertenencia latinoamericano, atentas y alertas a la Historia argentina y
americana ambas, reflexivas en torno del sustrato de los pueblos originarios, preocupadas
por lo que no queremos repetir ni que se
repita en este país de macabro (ustedes saben a qué me estoy refiriendo). Preocupadas
ambas también a lo que destruye a la condición humana y a saber distinguir lo
abyecto de lo glorioso. A separar la magia de lo denigrante.
Hay una
congruencia tan total entre lo que Liliana Bodoc escribió, ella fue, el modo en
que vivió, en que habitó este mundo, su pasaje por él (de lamentada prematura
partida), su temperamento sereno, su audacia, su fortaleza para afrontar
ideologías adversas al progresismo traducida en una poética concreta y potente,
su sentido de la ética sin dobleces, su honestidad, su mirada límpida, su
conducta cívica, su encendida defensa de la educación pública (que comparte de
forma elocuente también con Adela Basch), de los DDHH, la entrega incondicional
a su oficio, el estudio al que se consagraba para afrontar cada uno de sus
trabajos, su sentido de responsabilidad, la libertad de la que nos empapa cada
uno de sus libros, cada uno desde distintos ángulos. Todo esto no deja de llamar
poderosamente la atención porque no resulta frecuente entre los escritores y
escritoras. La figura de Liliana Bodoc se recorta en esa constelación que
configura la república de las letras por dentro de la cual ella ocupa un lugar
sobresaliente e indudablemente destaca. Destaca tan luego porque fue y porque
hizo algo distinto. Distinto en su poética y distinto en el rumbo que le
imprimió a su carrera. Siempre fue franca y sincera. Quiero decir: jamás uno
detecta impostura ni impostación alguna en esta autora. No detecta
manipulación. No detecta especulación. Liliana Bodoc se tomaba las cosas en
serio no porque no tuviera sentido del humor (que lo tuvo en varias de sus
ficciones, dicho sea de paso) sino porque sabía que no todo da lo mismo. Y la
cosa va en serio en ocasiones en la vida. No todo da lo mismo: un trabajo con
buena terminación no da lo mismo que un libro hecho a las apuradas aunque pueda
vender. Incluso mucho. O pueda dar la imagen de algo que vale la pena pero a
poco de escarbar se desarma. O un libro que pueda resultar efectista con el
objeto de ser exitoso. Producto de la conveniencia o el oportunismo. Tampoco le
interesaba vender o la fama sino escribir bien y bajo ciertas condiciones que
era ella quien las definía. No da lo mismo el profesionalismo que la
improvisación. No da lo mismo "hacer auspiciosas carrera" que
defender ideales en particular colectivos, ciertas causas también consideradas
por ella nobles. No da lo mismo escribir para los lectores y lectoras que la
seguían por su jerarquía de escritora que hacerlo para la crítica
especializada, la crítica académica o un cierto círculo de colegas cuya
aprobación se busca por lo general por snobismo. Liliana Bodoc produjo siempre
literatura genuina. Una vez, en un intercambio con su esposo en razón de que yo
había publicado un artículo en su Página (en la Página oficial de Liliana Bodoc
quiero decir), el me escribió: “Está muy claro que el modo en que Liliana llevó
adelante su carrera fue muy distinto de en el que lo hacen la mayoría de los escritores”.
Acuerdo plenamente. No había ambición en Liliana Bodoc. No conoció la envidia. Había
defensa de principios, de derechos y de ideales. Se manifestó siempre
pluralista y respetuosa de la diversidad y de la diferencia. Pero también firme
en sus convicciones. Es más: daría un paso más allá. Inamovible en sus
convicciones. Como si hubiera nacido con ellas y hubieran permanecido intactas.
Su
muerte repentina al instante de enterarme me produjo un shock que aún ahora me
sacude. Una instantánea angustia, que afloró al solo momento de que me llegara
la noticia. Una angustia que se alojó en ese centro estremecedor del cuerpo
cuando lo conmocionan las emociones fuertes que es la garganta, luego se
desplazó al plexo, después llegó el sollozo como si se hubiera tratado de la
pérdida de una amistad tan íntima como entrañable, de muchos años, o la de un
pariente querido. Y luego llegó el desgarrón. Como si un costado de mi cuerpo
me fuera sustraído. Es más: un costado importante. Un pilar. Fue allí cuando cobré
consciencia de la relevancia de la que yo había investido a Liliana Bodoc en
directa relación con mi vida, no solo de escritor o de lector. Y de lo
devastadora, de lo arrasadora que era para mí su pérdida. Se trataba de una
relación personal. Apenas nos habíamos tratado. Pero eso había bastado para dar
cuenta del talante de Liliana Bodoc y de su talla. Todo lo que narro me quedó
claro en ese momento. De modo directo. Era un vínculo tutorial. Es que había
incorporado de tal manera su figura íntegra a mi trabajo de escritor como un
modelo, un referente esclarecido no digo al que emular, lo que sería ambicioso
o, peor aún, incluso presuntuoso. Pero sí a quien tener en cuenta a la hora de
pensarme en mi identidad de sujeto ético que escribe. De persona que se brinda
a sus lectores y que obra en relación a su trabajo de una manera en la que, lo
repito, no todo da lo mismo. Y si había vacilación en mí porque asistía a
modelos tan dispares de escritores y escritoras, sí percibía vanidad y
narcisismo en la gran mayoría. Había excepciones. Pero también había una
hegemonía que iba tras el protagonismo. Sus libros eran como arquetipos de lo
que hubiera querido fueran los míos, aunque sus temas, sus contenidos y sus
formas no se parecieran en lo absoluto. Yo no escribía sobre sus mismos temas,
si bien sus dragones, sus héroes, sus guerreros, sus batallas épicas, sus
magos, hechiceros y profecías me resultaban sumamente atractivos de leer. Pero
mi literatura se movía por otros territorios. No obstante, la admiración por la
sabiduría de su arte siempre se mantuvo intacta. Había siempre un buen trabajo
que jamás decaía. El trabajo fino con la prosa, poética pero sin perder un
ápice de su economía vertiginosa ni su encanto. La fábula de imaginación
desaforada. Una ética que se proyectaba de la dimensión abstracta a la
dimensión del orden de lo literario adoptando la forma de una retórica o de
figuraciones concretas vinculadas a tramas, historias, argumentos complejos.
Jamás simplistas.
Y como
para dar un cierre veraz a la anécdota de cómo me enteré de su fallecimiento,
podría decir que yo estaba en mi departamento. Era de tarde. O me escribieron o
me avisó alguien porque sabían que era muy lector (probablemente mi madre, que
es Prof. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata) y yo me dije que no
me podía quedar de brazos cruzados. Lo traduciré en unas pocas palabras:
escribí un In memoriam de Liliana en el que en un comentario de Facebook, en mi
muro, daba cuenta de lo que consideraba habían sido sus aportes primordiales al
sistema literario. Por otro lado, una amiga, gran admiradora de Liliana Bodoc,
me escribió en ese preciso momento las siguientes palabras: “¿Por qué? Tenía
que ser para siempre”. Su pregunta condensaba una perplejidad colectiva que la
comunidad de sus lectoras y lectores nos formulábamos bajo la forma de un
reproche hacia quien fuera el responsable de semejante inaceptable episodio.
Y bueno,
ahora he encontrado esta otra forma reparatoria para mí y tal vez para algunos
lectores y lectoras. Incluso para algunos de sus familiares. De hecho hemos
mantenido algunos intercambios también con su hermana, que la admira
profundamente, la respeta intensamente y atesora su cariño. Me cuneta de cómo
le gustaba hacer el pan bien temprano por las mañanas. Así me la imaginé
siempre a Liliana Bodoc. Su hermana difunde su obra y me habla de su
personalidad como la persona irreprochable que fue.
Como decía, he encontrado esta forma de escribir artículos sobre su poética o sobre alguna de sus obras en particular. En especial las que más me movilizan por distintos motivos. Otras quedan para el futuro, porque tengo pendientes otros artículos que no serán sustraídos a mi pluma. Ya lo hice muchas veces. Cuando ella vivía, para revistas académicas de EE.UU., reseñas de sus libros, donde verdaderamente se la valoró, se la respetó y se estimó su producción. Y llegué a entrevistarla vía correo electrónico. Esa entrevista se publicó primero en una revista académica de EE.UU., de la Universidad de Maryland y luego la recopilé en uno de mis libros de entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas. Todavía recuerdo nuestro último intercambio, cuando le dije que el libro estaba terminado. Su frase, la frase con la que inició ese intercambio aún resuena en mis oídos y aún me la percibo como inminente, como si pudiera escucharla y no leerla: “Mi querido…”.
Pero más allá de esto, más tarde, cuando ella ya hubo fallecido de ese modo tan repentino, tan arbitrario para quienes nos quedamos con ese enigma inescrutable, y yo pude lentamente luego de una etapa de silencio (interior y exterior), iniciar un proceso de escritura acerca de su poética, con distancia emocional ya con una cierta neutralidad por fuera del desgarrón al que aludí, comencé a producir toda una serie de artículos de diverso nivel de complejidad y tenor para distintos medios de prensa o espacios de literatura infantil y juvenil, todos los que escribí bajo el imperio de diversos sentimientos, ninguno de los que me resultaron indiferentes al momento de ser concebidos. Al momento de ser escritos. Al momento de ser corregidos. Al momento de ser terminados. Al momento de ser entregados para publicar. Al momento de ser publicados. Al momento de desprenderme de ellos en el adiós. La experiencia literaria del artículo o el ensayo me sustraía también su figura. Pero debía ser al mismo tiempo riguroso. No podía recaer en una emoción sensible que impidiera que esos artículos carecieran de análisis, estudio, rigurosidad. No podía fallarle a Liliana Bodoc. Y diría que esos trabajos son lo más importante, lo más visceral (en el sentido precisamente que denota esa palabra, del orden de las entrañas, de lo entrañable) que escribí en mi vida desde la dimensión afectiva sin temor a equivocarme. Este punto no está en disucusión ni es conjetural. Comulgo en lo esencial con Liliana Bodoc en que no ando tras el reconocimiento o los premios sino la circulación profunda de ideas y la posibilidad de intervenir con puntos de vista que cuestionen el sentido común, los recorridos unívocos por la libertad, que anulen la libertad de acción y expresión Y, mediante la palabra, combatir las ideologías autoritarias. Así, ella nuevamente es un referente que no ha desaparecido sino se ha acentuado. Valoro estos artículos sobre Liliana Bodoc no precisamente porque sean lo mejor que he escrito. Pero sí son los que son más vehemente vocación amorosa he escrito. Porque hay una zona de lo emotivo en el seno de la cual quedan inscriptos de modo elocuente. Liliana Bodoc está alojada en ese entresijo de la memoria pero también de la movilización que disipa la confusión, rompe con la maldad, hace astillas el momento de la duda entre actuar bien o actuar del modo erróneo por tentación frente a la codicia. Así, ante el estímulo de sus libros o la evocación de su persona, no puedo sino experimentar la intensidad de la conmoción. Su prosa paraliza de belleza, es apenas ese destello incomparable, ese brillo que no deja indemne jamás. Un hálito que me hace (nos hace a todos y todas) permanecer en vilo pero a la vez siento que nos salva. Nos salva a quienes la leemos con fervor. Con el encanto que de ella emana la cima de creación en su máxima belleza Directa o indirectamente. Incluso a quienes están por fuera del circuito de sus lectores y lectoras. A ellos también los salva. Nadie puede permanecer ni indiferente ni ajeno a sus libros. A menos que sus principios sean otros. Respetables pero otros. O de que no la lea y manifieste desinterés. Motivo por el cual mis consensos toman distancia de esas personas, que suelen ser siempre las mismas. Los libros de Liliana Bodoc dejan la huella potente de lo inolvidable. Como lo fue la marca que dejó su partida. Su mirada transparente como vertiente. Su palabra en suspensión porque era imprevisible, jamás se podía saber lo que vendría a continuación, por más que uno adivinara una palabra cálida y, sobre todo, digna. Es lo que a mí me importa (que no tiene que ser lo que a todo el mundo lo haga). Liliana Bodoc fue una virtuosa. En el orden de la vida y en el orden del arte literario. Practicó el arte de vivir de manera congruente con sus ideales que devinieron escritura deslumbrante. El arte del buen vivir. "El buen modo", diría María Elena Walsh en una de sus canciones y en uno de sus álbumes. No supo del egoísmo. Juraría sin temor a equivocarme que desconoció la malicia. Y, para ser sinceros, a mí tampoco me da todo lo mismo. Por eso la elijo a ella como la escritora paradigmática que quisiera que este país admirara en todo su alcance, en el rigor con que edificó su poética con coherencia. Y sería feliz si esta país la ubicara en el lugar de excelencia que merece. Junto con Adela Basch que sigue estando en actividad y vibrando en una cuerda tan, tan próxima a la de Liliana Bodoc por sus principios y su ideología literaria, aunque Adela Basch no trafique en lo esnecial con la magia. Pero sí con la Historia argentina y american, como dije. A ambas las elijo yo. Y las reúno en un triángulo fundamental junto con al indispensable Héctor Tizón, quien ha partido, dejando un legado preocupado por su tierra. Pensando la relación entre centro y periferia en la literatura argentina. Revisando atento el modo en que la violencia engendra lazos rotos. Indagando en sus poética en el modo según el cual la nobleza, la franqueza, resultan ser lo pilares de la tierra. Preguntándose acerca de los misterios de la vida de un modo distinto de como lo hizo Liliana Bodoc o lo hace Adela Basch. Pero en lo esencial urdiendo tramas que tienden a interrogar el enigma de la condición humana en diálogo con su tierra del mismo modo, insinuando las mismas inquietudes y las mismas preocupaciones. El compromiso, vibrante en los tres, permanece perenne. Tres grandes. Dejan o están dejando la huella de lo prodigioso. Tres escritores y escritoras dispares. Con poéticas tan distintas. Pero americanos y argentinos. Tal vez por eso Liliana Bodoc escribía sobre dragones, hechiceros y profecías. También supo escribir sobre temas con los pies bien sobre la tierra. Ah: y mi artículo que solo pensaba ser un anuncio, terminó, por obra y gracia de la vehemencia de la fidelidad a una figura insoslayable en el panorama de nuestros poéticas, otro artículo.
En
ocasiones la vida nos sitúa en puntos de giro a cuya demanda es bueno responder
con sentido de altura pero también con la misma emoción con que han sido
vividos los acontecimientos que son referidos, que han sido compartidos o son
compartidos con una comunidad. Percibí de inmediato esa comunión. Y a esa
demanda respondo con mis palabras que tan solo son reparación, evocación,
homenaje, celebración porque en este mundo tan desordenado, la vida nos regale
a persona de la pureza de Liliana Bodoc. El círculo se cierra perfecto. El
artículo que saldrá publicado el 6 de febrero de 2021 y que será, desde ya lo
adelanto, más técnico que esta evocación que busca urdir la trama entre
humanidad y en coloquio con una poética, encuentra, prácticamente su contracara
en el presente artículo. Como las monedas. Ese objetos preciosos o
despreciables según cómo sean obtenidos y gastados. Yo sé perfectamente de qué
lado de la moneda estaba Liliana. Y del destello que de su envés ella estuvo a
la hora de iluminar el mundo con sus creaciones. In memorian Liliana Bodoc.
Supe siempre que amaste la letra de Liliana Bodoc y este artículo que menciona tu cuerpo sometido a la pena de a pena es sincero. Se que desde donde pueda conocerlo estará sonriendo porque no vana su letra. Con admiración para ambos.
ResponderBorrarSupe siempre que amaste la letra de Liliana Bodoc y este artículo que menciona tu cuerpo sometido a la pena de a pena es sincero. Se que desde donde pueda conocerlo estará sonriendo porque no vana su letra. Con admiración para ambos.
ResponderBorrarQuerida Graciela. Efectivamente hubo estremecimiento. Sacudón. Hasta me atrevería a decir que angustia. Y la automática necesidad de escribir sobre ella un In memoriam. Creo que eso se logró. Y fue la respuesta instantánea. Un gran abrazo y gracias.
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