por Adrián Ferrero
Érase una
vez un león sin melena ¿no les parece terrible un león pelado, sin esos rizos o
esos mechones de pelo tan característicos de su especie, en especial de los
machos, que lideran las manadas? Un león sin melena más que dar un susto, da
mucha risa. Lo cierto es que el león consultó con médicos y oculistas, poetas y
astrólogos, zoólogos y entrenadores de circo, videntes y jaguares, titiriteros
y antílopes, leopardos y expertos en campañas de publicidad. Los veterinarios
eran sus enemigos. Siempre querían pincharlo con agujas. Y ¿saben lo que le
dijeron? Que tenía que usar una pomada nutritiva para las raíces de la melena,
para que de ese modo volvieran a crecerle sus mechones.
Lo cierto
es que el león, nuestro león, que no era un león cualquiera, y que se llamaba
Agripino, de buen peso y ágil como un ñu, fuerte como una gacela, con dientes
largos y filosos parecidos a agujas de tejer o a la dentadura de un gliptodonte
(un antiguo pariente de los felinos que vivió durante la Prehistoria), comenzó
a hacerse aplicaciones de ese ungüento nutritivo, masajes capilares, a tomar
vitaminas por vía oral, y a practicar enjuagues bucales de una sustancia que le
habían aconsejado para revertir su pelada. Y lenta pero progresivamente el pelo
comenzó a crecer. Primero fueron unas mechitas insignificantes. A lo que el
león Agripino se dijo: “¿Así que no me crece el pelo espontáneamente y con
rapidez? Entonces usaré una peluca”.
Fue a
visitar a un peluquero que, previo a tomar las medidas de su cabeza, le dio una
peluca entre amarillo pardusca y marrón. Agripino la usó y la usó. Pero cuando
corría, para cazar su alimento, se le salía y quedaba en evidencia su pelada. Y
encima la peluca se iba rodando por la llanura como un manojo de pastos o de
medusas.
Recurrió a un médico especialista en temas
capilares, y el médico le dio unas pastillas, un peine fino y unos inevitables
ejercicios de micromovimientos de su cabeza: lentos, progresivos, pausados. Al
tiempo, una considerable cantidad de pelos afloró como algas del fondo del mar, como tréboles de la tierra, como hongos
en la ribera de un río. Cada vez más y más largos. Él, como mucha gente, no
confiaba en hechicerías, pero sí en recetas de médicos y, quizás, especialistas
y técnicos.
El
leopardo lo miraba con envidia y hasta con cierto rencor. La leona se enamoraba
de semejante cabellera al viento y le hacía arrumacos, que son como caricias en
el cuerpo, en el cuello y el lomo. Verdaderas manifestacions de amor. El jaguar
estaba enojado por sus manchas y deseaba fervientemente la piel lisa, tersa y
sin dibujos del león, por lo que también lo miraba con envidia. ¡Él parecía
pintado al lado del león” con esa cabellera suave y mulllida. Y el puma, ah, el
puma pensaba por qué Dios no le había dado el día de la Creación ni siquiera un
pelo en la cabeza.
Por
último, el león sin melena tuvo su melena, pero algo más sucedió: se le llenó
de piojos. Horribles y picantes piojos, con ojos rojos y saltones. Porque ellos
saltan como langostas. ¿Qué hizo el piojoso león? Nuevamente consultó con
astrólogos, peluqueros, médicos, estilistas y cocineros y se fue derecho a una
peluquería. Al comienzo, todos lo miraron aterrados. ¡Imagínense!, un león en
medio de una peluquería plagada de gente esperando su turno para ser atendidos.
Pero como vieron que era pacífico, tranquilo, medio pachorriento y amigable,
además de que no mordía ni tiraba terribles tarascones, lo aceptaron y pudo
hacerse sus tratamientos contra las garrapatas y los piojos, esos bichos
indeseables que se apoderan de lo más profundo de una cabellera o melena y
pican tan pero tan fuerte que son verdaderamente inolvidables.
Finalmente, una hermosa leona valiente, escultural, devota de los
jamones y las piernas de jabalíes y otras presas, con un bigote lleno de pinchudos pelos,
además de una piel tersa y suave, se enamoró de él y lo convidó con un piropo a
ser su novio. Fue una declaración de amor fulminante. Se amaron, se quisieron y
tuvieron muchos, muchos cachorros. Por fortuna todos peludos y no pelados. Se
ve que lo de quedar pelado no era hereditaria. Y el matrimonio siguió
conviviendo en medio de la sabana que no es la sábana de una cama, sino sin tilde.
Es un tipo de relieve o paisaje, común en algunos continentes. Es lisa y plana
como una llanura, especialmente situado en el continente africano, donde viven
leopardos, leones, leonas, antílopes, cocodrilos, ñus, serpientes tornasoladas
y chitas. Es decir, toda clase de alimañas y animales salvajes, por lo que no
es muy recomendable pernoctar en lugar semejante, y mucho menos residir allí por tiempo indeterminado. Pero
los leones estaban en su salsa en ese lugar.
Fueron un matronio bien avenido. La leona lo amaba profundamente, sin
importarle si se trataba de un león con o sin pelo. Ella, a decir verdad,
estaba perdidamente enamorada de él. Y sabía que él no tenía un pelo de zonzo.
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