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viernes, 26 de febrero de 2021

La literatura infantil: una forma de leernos y ver la identidad caribeña

por  Jenny Fraile (*)


                      

INTRODUCCIÓN 

Desde épocas ancestrales el hecho de descubrir quiénes somos se ha constituido en una pregunta filosófica que ha orientado desde la duda más existencialista hasta una de las frases más célebres de una obra literaria “ser o no ser, he allí el dilema”,1 tanto en lo personal como en lo social, y nuestra sociedad latinoamericana y caribeña no escapa de esta inquietud, de esta búsqueda identitaria. ¿Quiénes somos? Definitivamente somos mucho más que la reminiscencia de pueblos indígenas diezmados, o pueblos africanos desarraigados, despatriados, que se mezclaron, se fundieron, se amaron, se odiaron, se reconciliaron, la intención de estas líneas es presentar una revisión de los signos de identidad caribeña reflejados por diversos autores revisados a lo largo del seminario de Literatura Latinoamericana y del Caribe en un corpus de cuentos de literatura infantil, como parte de esta búsqueda de respuesta a una inquietud, o quizás, en el mejor de los casos, el encuentro con muchas otras preguntas que llevarán a buscar sus respuestas, o seguir preguntándonos si somos flores o somos pájaros, si volaremos por el mundo, si perfumaremos al mundo o simplemente seremos una espina, una pregunta sin respuesta. Jenny Fraile 532 Opción, Año 32, No. Especial 11 (2016): 531 - 543 

La revisión de los documentos propuestos en literatura latinoamericana y del Caribe abrió un nuevo panorama, que ha permitido resignificar un territorio y cómo este es visto, plasmado en la literatura infantil. En esta búsqueda de respuestas nos topamos con el pensamiento latinoamericano de Zea, quien recoge buena parte de esa triple visión histórica en la que se ha debatido “el hombre americano”, “¿es un conservador, un expectante o un revolucionario permanente?”. A hora bien, la inquietud por el término “identidad”, esta rondando desde la década de los setenta (70), sin embargo, parece que ha sido en la últimas décadas motivador de arduos debates, tema de congresos, simposios, eje filosófico, pero es en realidad un problema propio de la existencialdad humana, como se dijo en líneas iníciales, y que a lo largo de la historia ha dado lugar al surgimiento de diferentes corrientes del pensamiento, ya que como bien planteo Galíndez (s/f) “la universalidad se alcanza comprendiéndose como hombre para poder así comprender a otro hombre”. Latinoamérica tiene tiempo en la búsqueda de su identidad, ha pasado por diferentes etapas, han surgido términos como la hibridación, negritud, tercer espacio; tanto los estudiosos de los textos literarios de Latinoamérica como del Caribe2 , según la revisión preliminar coinciden en los mismos problemas; pareciera que a lo largo del territorio, tanto en su zona insular como continental, con la llegada del europeo se desdibujo al indígena, se dominó al negro y el blanco de allá o de aquí siempre guió. Con lo cual, en la generalidad de los casos se obvia el mestizaje cultural, étnico y social. 

En los albores de la historia América Latina, Sajona se acrecentaron las luchas internas, según cuenta Zea, se “arrancó el cetro a España pero se quedaron con su espíritu, se logró la libertad pero no se formó para vivirla, se mantuvo la esclavitud, la diferencia mantuana; una frase de Alberdi (1886:159) citado por Zea nos llamó poderosamente la atención, y creemos resume en buena medida lo que ocurrió en gran parte de nuestra América luego de la gesta independentista “ La Patria es libre, en cuanto no depende del extranjero; pero el individuo carece de libertad en cuanto depende del Estado de un modo omnímodo y absoluto”. De tal forma que se siguió anulando al indígena y al negro, tanto en las regiones peninsulares como insulares que conforman Latinoamérica y el Caribe. Esta falta de identidad era un problema, según los documentos revisados a finales del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX, pero al leer algunos documentos emanados de las cumbres de las Américas paLa literatura infantil: una forma de leernos y ver la identidad caribeña 533 reciera que sigue vigente este conflicto de identidad, por lo cual se torna interesante realizar una revisión de algunos libros de autores latinoamericanos de literatura infantil e indagar en sus textos esos rasgos que pueden fomentar la construcción de la identidad caribeña en conexión con la latinoamericana ya que como bien lo señala Kamau Brathwaite, citado por Bonfiglio (2014) …en lo que respecta a lo que escribimos, a nuestros modelos perceptuales, somos más conscientes (en términos de sensibilidad) de la caída de la nieve, por ejemplo —los modelos están todos allí para la caída de la nieve— que de la fuerza de los huracanes que ocurren cada año. En otras palabras, no tenemos las sílabas, la inteligencia silábica, para describir el huracán, que es nuestra propia experiencia, mientras que podemos describir la experiencia ajena importada de la caída de la nieve (Brathwaite “Historia”, en Bonfiglio:121).

 Claro está que nuestros niños, niñas y adolescentes, en su mayoría, han crecido, y hemos crecido, con la influencia de los clásicos europeos, nórdicos y hemos dejado en un segundo plano los textos de la literatura indígena, latinoamericana, de tradición oral, con lo cual evidentemente tomamos posición sobre indigenismo y negritud sobre la mirada eurocentrista, ya que lo que se quiere resaltar es el proceso de construcción de identidad caribeña y latinoamericana. Rescatamos de nuevo lo propuesto por Zea en su compilación del pensamiento latinoamericano en relación a la identidad, ya que propone como de manera sistemática en el proceso de construcción identitaria se ha anulado al indígena y al negro, por lo que si en la construcción de esa identidad, en lo adelante a partir de los textos de literatura infantil y juvenil, deben estos, no negar la historia, sino mostrarla, valorar y presentar nuestros culturas de pueblos originarios y la herencia afrodecendiente. Cita también Zea a Darcy Ribeiro, quien propone tres ideas de formación de identidad, a saber: pueblos testimonios, pueblos nuevos y pueblos trasplantados. Los primeros se corresponderían a nuestros pueblos originarios como los aztecas, wuayúu, waraos; los segundos se corresponden con los grupos llegados a América bien para reiniciar su vida con mejores opciones o traído a la fuerza para su explotación; y los terceros son exclusivamente grupos europeos quienes migraron con la idea de reconstruir el continente y su vida. 

 Ahora bien, desde estas diferentes miradas y opciones, tenemos una gama, un abanico de posibilidades para construir nuestra identidad, ser pájaro, ser flor, ser espina. Seguir apegados al pasado, o construir futuro. Seguir en el papel de víctimas o levantarnos sobre esa sombra y volar, volar, volar. En las siguientes líneas pasearemos por algunos textos de literatura infantil que permitirán leernos y construir, fortalecer nuestra identidad latinoamericana y caribeña. 

1.- EN EL MAR… Hablar de identidad caribeña lleva de inmediato a pensar en el mar, en ese mar que baña las costas de las Antillas, de buena parte de Colombia, Venezuela, de Guyana. Evocar su aroma, el romper de sus olas, es sin duda parte esencial, pero no única de las imágenes que constituyen la identidad caribeña. La revisión teórica ha llevado a concluir que ciertamente el mar es fundamental, pero que está acompañado por imágenes, conceptos, evocaciones, vivencias de: plantación, negritud, la violencia de la esclavitud, la música, el mar, la diversidad de la lengua (español-francés-inglés-creole), el cimarroneo como resistencia, la dominación histórica, la colonización, el despojo, religación de los fragmentos; temas estos que se repiten en los ensayos de tres autores fundamentales al hablar de la identidad caribeña como los son Ortiz, Brahtwaite y Glissant. Bonfiglio (2014) al analizar diferentes producciones de Ortiz, Brahtwaite y Glissant, no sólo nos presenta los lugares comunes o categorías que se repiten en sus propuestas identitarias de Caribe, sino que alude a esa discusión postmoderna en relación a la visión de la mirada, es decir, el Caribe seguirá viendo hacia el horizonte con la mirada lánguida y pérdida en el mar hacia una Europa que dominó y domina, o una mirada que busca en la profundidad de ese mar los restos de los galeones hundidos, sus tesoros, sus recuerdos, sus historias, o una mirada de remonta la ola, surca el viento, reconoce el galeón, mira el horizonte, pero sabe, siente que es mucho más que todo eso. Es el momento de construir una identidad que nos permita honrar el pasado, vivir el presente, pero sobre todas las cosas mejorar las posibilidades del futuro, sin que se repita el Caribe, sin que cambiemos el color del esclavista, sin que repitamos la fuga del cimarrón, el dolor de la planLa literatura infantil: una forma de leernos y ver la identidad caribeña 535 tación, y solo le cambiemos el traje, el año, pero el tema de la canción sea el mismo, el dolor sea el mismo, el despojo sea el mismo. Llama la atención que tanto en el Caribe que se repite, como en ¿de qué Caribe hablamos?,se alude a la fragmentación del Caribe (anglófono, francófono, español, antillano, peninsular) y a la necesidad de unificar, de concientizar y percibirnos como parte del mismo, como diversamente unidos. Como lo dejan ver Reinosa y Valdés (2013): Para un barbadense común es familiar relacionarse con otro westindian, al cual consideraría caribeño, no así a un haitiano o a un dominicano. Mientras para un guadalupeño, la Caraïbe no va más allá de la Martinica y la Guyana francesa, certeza que a cada instante se le reafirma desde los medios masivos de comunicación y la perspectiva metropolitana (Reinosa y Valdés, 2013:21-22). Es decir, reclamamos que otros nos reconozcan, pero aun nosotros que formamos parte del Caribe seguimos percibiéndonos separados, fraccionados, la tarea de construcción de identidad unitaria, o en palabras de Girvan, citado por Reinosa y Valdés (ob.cit) “Hay que hacer un viaje de conquista mutua de nuestra mismidad colectiva” (p.22) al hablar de Caribe se convierte en un término polisémico que se alimenta de lo político, de lo ideológico, geográfico, cultural, lingüístico, literario, étnico, pero si aun después de mirar los componentes, de reconocer todas las acepciones, seguimos empeñados en fraccionar el Caribe cómo podemos esperar que el norte o Europa reconozca lo que nosotros aun no reconocemos, seguimos sin saber si ser pájaro o flor, pero pareciera que empeñados en mirar solo las espinas. 2. HABÍA UNA VEZ A muchos en algún momento nos durmieron leyendo o contando un cuento, o en una tarde de parque uno de nuestros abuelos deleitaba a todos contando sus historias, o quizás una maestra, o una tía, o…de alguna forma nos hemos visto acercados a la literatura infantil, en la mayoría de los casos a aquellas que inician con las frases habían una vez, en un reino muy lejano, en un bosque, en un hermoso castillo, porque durante muchos años la influencia de quienes conquistaron siguió dominando el territorio aunque ya habíamos declarado en la mayoría de nuestros pueblos la independencia. 

 Leímos y escuchamos historia de princesas rubias, de príncipes en hermosos caballos, y de bosques encantados cuando nuestro entorno es mayormente selva, sabana, o cuando mucho bosque tropical. Y seguimos repitiendo el modelo colonial, ninguneando al indígena, al negro y el blanco de aquí creyéndose blanco de allá, o al menos comportándose igual o peor que aquel. Torres (1996) cita a Martí quien en su literatura pretendía forjar ese ideario de libertad, despertar en los niños, niñas nuevas formas de mirar y mirarse para que no repitiesen ese Caribe, forjaran y construyeran un nuevo y mejor Caribe con conciencia de mar, de río, de selva, de negro, de blanco, de indígena. “... para eso se publica La Edad de Oro: para que los niños americanos sepan cómo se vivía antes, y se vive hoy, en América, y en las demás tierras... Así queremos que los niños de América sean: hombres que digan lo que piensan, y lo digan bien: hombres elocuentes y sinceros” (Torres, 1996:12-13). Este mismo autor nos pasea por una selección de poemas, cuentos, retahílas y otros géneros literarios de diferentes autores en los cuales se pueden apreciar temas como el mar, la negritud, la esclavitud, la plantación, la crueldad. Algunos como la mayoría de los clásicos que originariamente no fueron pensados para niños pero que estos lectores se los apropiaron y los hicieron suyos, otros que de forma deliberada los autores los escribieron pensando en este público a fin de forjar la identidad latinoamericana y caribeña desde las primeras aproximaciones a la lectura. Veamos el siguiente poema:



 Negrón, negrito,

 ciruela y pasa, 

salga y despierte, 

que el sol abrasa, 

diga despierto 

lo que le pasa...

 ¡Que muere el amo, 

muera en la brasa! 

ya nadie duerme, 

ni está en su casa.

               (Nicolás Guillén. Siglo XX) 

La literatura infantil: una forma de leernos y ver la identidad caribeña 537 Obsérvese en él todos los elementos que distinguen al Caribe, es decir, se hace referencia a un tema recurrente tanto en el Caribe insular como en buena parte del Caribe peninsular, la negritud. Ese negro que fue traído desde diferentes regiones de África para trabajar en la plantación de algodón, de caña, de cacao, que fue maltratado, que fue abrasado por el sol, por el látigo, y que hizo de su dolor canción, poesía, tambor, y que como se leyó en el poema de Guillén que forma parte de una antología publicada en el 2000 como Clásico de Literatura Infantil Latinoamericana y del Caribe. Veamos este otro de la argentina María Elena Walsh:

 CANCIÓN DE LAVANDERA 

Lávate paloma con aire mojado, 

las patas y el pico, 

la pluma y el vuelo 

volando, volando.

 Lávate la sombra,

 Luna distraída, 

con jabón de estrella 

y espuma de nube salina, salina. 

Lávate las hojas

 dormido verano, 

con agua llovida

 y esponja de viento salado, salado. 

El aire me lava,

 la luz me despeina, 

la traviesa espuma  

me pone peluca de reina, de reina.



 Al leerle se identifican esos rasgos a pesar que geográficamente Argentina pues no pertenece al Caribe, pero definitivamente si a Latinoamérica, por lo que no es de extrañar que haya presencia de elementos que nos son comunes, que nos tocan, mucho más cuando tienen ciudades tan cercanas al mar, independientemente que no sean bañadas por el Caribe. Por lo que podemos apuntar que ciertamente la literatura infantil es una herramienta poderosa para construir esa identidad, sensibilizar, ya que a través del manejo poético del lenguaje, de las imágenes se pueden evocar ambientes y permitir que los niños, niñas, y adolescentes viajen por Latinoamérica y el Caribe. 

La importancia de la literatura infantil es su voz narrativa, que cuenta temas difíciles, que nos permite leernos, encontrar respuestas, preguntas, emocionarnos, vivir experiencias, encontrar múltiples significados en un mismo texto. Así como Torres realizó una revisión de algunos textos en su momento, nosotros presentaremos un breve comentario sobre algunos rasgos Caribe que permitirán desarrollar en los niños, niñas una mayor conciencia de unicidad en la diversidad, de conocimiento del pasado, para mirar al futuro, no con los ojos llenos de lágrimas por el daño recibido, sino con la mirada diáfana en que somos mucho más que negro, muchas que blanco, mucho más que indígenas, en realidad, somos mucho más que pájaros y flores. Somos todos los cantos y sus olores.

 3. ¿QUIÉRES QUE TE CUENTE UN CUENTO? Podemos a través de la literatura revivir la época de bucaneros como lo hace Laura Antillano en Diana en la tierra Wayúu, en cuya novela corta, Juyá, el mejor de Diana, es de la etnia wayúu con lo cual la autora no solo recrea ese Caribe del Siglo XVIII- XIX, sino que además pone sobre el tapete la integración social, cultural, étnica tan deseada, que nos permite reconocernos mucho más que pájaros, mucho más que flores. 

Yolanda Reyes en El terror de sexto “B” tiene un cuento que se llama Frida, de hecho, es el segundo de ocho cuentos, en él nos narra una hermosa historia de amor que tiene lugar entre un niño de Cartagena y una niña de Estocolmo. Alo largo del cuento describen a Frida su cabello blanco, cejas, blancas, piel blanca y ojos cielo, pero nunca dicen como es 



Santiago; al leer el cuento en uno de los quinto grados de la UEE Consuelo Navas Tovar  ubicada en Petare, uno de los niños me dijo: “profe es de Cartagena, cómo va a ser pues, negrito como yo”. Es decir, no solo el cuento evoca como personaje casi vital al mar, sino que la ubicación geográfica del cuento Cartagena marca de manera inmediata la evocación de un pasado de plantación, por ende, de predominancia de negritud en la zona. 

En el cuento Niña bonita de Ana María Machado tenemos un caso bien particular, primero porque rompe con el estereotipo de la protagonista rubia, la niña más bonita es negra, negrita como una pantera, y cada evocación a su negro es con un referente negro profundo. Pero de forma adicional, la ilustradora no solo recrea un pueblo de la costa, sino que incluye como personaje al mar que dentro del texto escrito nunca es mencionado, pero que es absolutamente necesario para completar esta historia en la que un conejo, blanco muy blanco admira y suspira por la niña bonita, que es bien negrita. La imagen de la portada es la niña bonita, el conejo blanco, el mar, y la niña tiene en sus manos una guarura, y cuando uno se coloca esa guarura en el oído, uno escucha al Caribe que susurra cerquita, que ruge, y no lo hace ni en español ni en francés, ni en inglés, ni en patuá, ni en creole.

 En Angélica de Lygia Bojunga Nunes se nos cuenta la historia de dos personajes bien singulares que deciden dejar de ser lo que son (to be or not to be), Angélica decide dejar de ser una cigüeña y Puerco que decide ser un Puerto. La primera se viene desde el África, a voluntad, el segundo desde el campo, pero nuevamente surgen en esta novela los elementos que nuestros filósofos determinaron que marcan y se repiten en el Caribe. Una esclavitud que golpea y lastima, la huida del cimarrón, y esa lucha constante entre la colonización y la libertad. 

Liliana Bodoc en El espejo africano nos narra toda la historia del desarraigo desde que Atima Imaoma es arrancada de las manos de su madre en algún lugar del África y traída hasta América, hasta cuando su hija se va como servicio doméstico de la antigua ama de su madre. Nos muestra todo el proceso de esclavitud, la plantación, la huida del cimarrón, las penurias de un esclavo liberto, el proceso de guerra de independencia, y como el blanco de aquí sustituyó en todo al blanco de allá, así que la independencia conquistada parece que no fue para todos por igual, o al menos no al principio. El blanco se siguió creyendo más que el negó y el indígena, sin recordarse que todos venimos más o menos de la misma semilla o del mismo huevo. Todos podemos ser pájaros o flores, todos somos mucho más canto y perfume. 



En el 2011 se publicó un cuento titulado Picuyo, en él Kurusa nos narra la historia de Juan y su familia de pescadores. Todo inicia el día en el que Juan cumple 10 años, y como es iniciado en su vida como pescador, le entregan su primera atarraya, su primer pocillo con café, ya puede ir a su primera pescar tal como fueron sus hermanos, su padre, su abuelo y el abuelo de su abuelo. A lo largo del cuento se nos adentra en el mar, en la relación entre el pescador, las sardinas, el jurel, los cangrejos; la tradición, las costumbres cómo ven el atardecer, cómo se relacionan con la luna y las mareas, con las aves y los presagios. En este cuento Kurusa atrapa un poco de las tradiciones de nuestros pueblos pescadores de oriente, los atardeceres que bien se pueden replicar y encontrar eco en tantos otros pueblos del Caribe, o bañados por cualquier otro mar. 

 Para finalizar este paseo por algunos textos de literatura infantil tenemos a Churquitos, en cuyo texto a pesar de estar ambientado en la ciudad y en la contemporaneidad se evidencia en los personajes la marca Caribe, no solo por el color de su piel, sino por el lugar de procedencia, los padres del protagonista vienen a Caracas de la Costa Colombiana, es decir, puede que sean de Cartagena, pero además, en el trato entre los personajes se evidencia una reminiscencia a la plantación en el que se deja ver la casa grande y la casa pequeña, “la niña Manuela” que es la forma como todos se refieren a la niña de la casa grande, observando como de forma inconsciente la autora del cuento mantiene en la historia un eco de la colonial dormido en el imagen de la plaza, con su iglesia, con la casa de gobierno en todos los pueblos de América. Y para cerrar este pequeño corpus comentado un poema de Gabriela Mistral:

 CANCIÓN DE PESCADORES 

Niñita de pescadores

 que con viento y olas puedes,

 duerme pintada de conchas,

 garabateada de redes. 

Duerme encima de la duna 

que te alza y que te crece, 

oyendo la mar-nodriza 

que a más loca mejor mece. 

La red me llena la falda 

y no me deja tenerte, 

porque si rompo los nudos 

será que rompo tu suerte...

 Duérmete mejor que lo hacen 

las que en la cuna se mecen,

 la boca llena de sal 

y el sueño lleno de peces.

 Dos peces en las rodillas, 

uno plateado en la frente 

y en el pecho, bate y bate,

 otro pez incandescente... 

Vemos como de forma recurrente el personaje principal es sin duda el mar, o como dirían algunos la mar dejando en claro una vinculación afectiva mucho más cercana con él. En este poema se destacan todos los elementos que constituyen los elementos del día adía del pescador, y dibuja el paisaje que ronda la mirada de aquellos que viven en las cercanías del mar, al igual que en muchos de los textos revisados con lo cual se evidencia que en la Literatura Infantil se logra lo que Colomer llama el imaginario universal, y se constituye así en una herramienta fundamental para construir la identidad que tanto se desea concretar en nuestros pueblos.

 4. CONCLUSIÓN Podemos concluir que, de manera efectiva se encontraron elementos suficientes en los textos de Literatura Infantil revisados para esta investigación, que se encontraron en ellos los elementos claves de la identidad caribeña, y que al igual que no solo en los textos considerados clásicos de literatura, sino en textos mucho más contemporáneos, los temas, las imágenes, los recursos, dan cuentan de los elementos necesarios y suficientes para facilitar a nuestros niños y niñas la construcción de su identidad Latinoamericana y caribeña, ya sin el dolor del látigo del negro de la plantación, ya sin el lamento del indígena saqueado, ya sin la posición arrogante del blanco, y sin ánimo de revancha, sino con la convicción que es mucho más que eso y puede poblar de cuentos, cantos y perfumes un mar, un río, un continente. 


Notas 1. HAMLET: To be, or not to be? That is the question— Recuperado de: http://nfs.sparknotes.com/hamlet/page_138.html 

2. Para efectos de este papel de trabajo Caribe englobará tanto al insular como al continental, al anglófono, al francófono y al hispano hablante. 

Referencias Bibliográficas 

ANTILLANO, Laura. 1992. Diana en la tierra wuayúu. Alfaguara. Caracas (Venezuela).

 BOADA, Aura Marina. 2000. Contornos del Caribe en la Novelística venezolana contemporánea: vivencias y referencias.

 Akademos. Vol. II, Nº 1, 2000, pp. 127-137. Jenny Fraile 542 Opción, Año 32, No. Especial 11 (2016): 531 - 543

 BODOC, Liliana. 2008.El espejo africano. Ediciones, S.M. Buenos Aires (Argentina).

 BOJUNGA NUNES, Ligia. 1989. Angélica. Colección Torre de Papel. Editorial Norma.

 BOLSH, Velia. 2000. Clásicos de Literatura infantil y juvenil latinoamericana y del Caribe. Colección Claves de América. Biblioteca Ayacucho. Caracas (Venezuela).

 BONFIGLIO, Florencia. 2014. El ensayo que se repite o el Caribe como lugar común (Antonio Benítez Rojo, Edouard Glissant, Kamau Brathwaite). Anclajes. XVIII.2 (diciembre 2014) ISSN 1851-4669. Páginas 19-31. 

FRAILE, Jenny. 2013. Churquitos. Ediciones CO-BO. Caracas (Venezuela). 

KURUSA. 2011. Picuyo. Ediciones Ekaré. Caracas (Venezuela) / Barcelona (España).

 MACHADO, Ana María. 2009. Niña bonita. Ediciones Ekaré. Caracas (Venezuela) / Barcelona (España).

 MARTÍNEZ REINOSA, Milagros y VALDÉS GARCÍA, Felix. 2013. El Gran Caribe en el Siglo XXI. Luis Suárez Salazar y Gloria Amézquita, compiladores.

 ¿De qué Caribe hablamos? (pág. 21-34). CLACSO, Colección Grupos de Trabajo. Buenos Aires (Argentina). 

ROSENBLATT, Loise. 1996.El Modelo Transaccional. La Teoría Transaccional de La Lectura y La Escritura. Asociación Internacional de Lectura - Lectura y Vida. Buenos Aires (Argentina).

 TORRES, Gerardo. 1998. Identidad latinoamericana en la literatura infantil del Caribe. Lectura y Vida. Vol.19, N°2, páginas 31-37. 

ZEA, L. 1965. El pensamiento Latinoamericano. Biblioteca de Ciencia Política. Colección DEMOS. Editorial Ariel. Documento en Pdf. Disponible en: http://www.olimon.org/uan/pensamiento [Consulta: 2015, mayo 27].


(*)  Fraile, Jenny La literatura infantil: una forma de leernos y ver la identidad caribeña Opción, vol. 32, núm. 11, 2016, pp. 531-543 Universidad del Zulia Maracaibo, Venezuela

miércoles, 24 de febrero de 2021

"Literatura infantill: exclusión y ghetto"




                                                                                     por Adrián Ferrero

En ocasiones me he preguntado como estudioso (y muy seriamente) por qué la crítica literaria (en especial la académica, pero también la del periodismo cultural argentino, de variada seriedad), está sobresaturada de ciertos nombres que regresan, en un leitmotiv, o un bis en el que ciertas personas evidentemente se manifiestan interesadas (en especial si son expertas) hasta el agotamiento. O quizás daría un paso más allá: se obstinan. Ello a mí me resulta cansador. Inhibe el deseo de leer crítica por falta de pluralismo y variedad. Y, en cambio, hay toda otra serie de propuestas literarias, de otros nombres, de similar talento pero pertenecientes a un campo de la producción literaria alternativo a aquél, que no figuran en esa aparentemente “literatura oficial”, de modo evidente funcionando por exclusión (estimo que no por ignorancia, porque son de pública y amplia circulación).

Aquella agenda no la tienen en cuenta, la descalifica o la ignora. Por otra parte, no se trata de la literatura canonizada por los críticos más influyentes (quienes dispensan la fama, diría Borges) ni sobre la que ellos reflexionen. No sé si se trata de una necesidad de legitimación y aprobación por parte de estos críticos que así la requieren de la institución académica y de sus autoridades hacia sus trabajos e investigaciones. Es más, bien mirado, les conferiría hasta una saludable dosis de originalidad de sus papers o ponencias en congresos escribir sobre estos autores o autoras que tanto de bueno vienen a decirnos y a decir. Pero evidentemente ellos sospechan, acarician la idea de que habría en tal caso una desaprobación. Por parte de los comités académicos o evaluadores, quiero decir. Pero naturalmente. No existe una tradición importante en lo relativo a abordajes críticos respecto de los últimos creadores y creadoras a los que acabo de aludir.

No obstante ¿alguien sería capaz de poner en duda su talento, su capacidad de trabajo, su perfeccionismo, su trayectoria, sus muchos premios y becas, sus subsidios, sus principios ideológicos de avanzada y progresistas, la buena terminación de sus obras, su concepción sin pedagogías de la literatura infantil y juvenil, su novedosa concepción del sujeto infantil? (porque a ellos me estoy refiriendo) ¿A qué atribuir esta indiferencia, incluso este desdén? ¿alguien sería capaz de poner en duda el talento de los poemarios infantiles de
Guillermo Saavedra
, la novedosa poesía y los cruces semióticos en la narrativa de Liliana Bodoc, la narrativa con abordaje sin tabúes de la sexualidad además de la inmigración así como el diálogo con la realidad política y social argentina más agresiva de
Maria Teresa Andruetto
, el trabajo fino con el humor y la parodia en Ema Wolf, el humor, lo risueño y la labor de recreación de los mitos griegos y bíblicos de Graciela Montes, la desacralización de los relatos tradicionales de
Patricia Suárez
, en una relectura crítica, dándole la voz a los victimarios además del despliegue en clave crítica de la fantasía de los cuentos maravillosos o de hadas, la narrativa de ritmo poético lento de
Perla Suez
, tan conectada con las tramas del dolor social, en especial del pueblo judío, en la que se produce la irrupción en muchos casos de grupos destructivos en aldeas inermes o bien el valor de la espera recompensada en el encuentro con reciprocidad, el trabajo pionero de María Enea Walsh, que directamente dio el giro maestro e imprescindible a las poéticas argentinas que andaban necesitando para la libertad subjetiva de crear, el nonsense, el desparpajo, la utilización de los neologismos, su autorización definitiva, su permisividad para el deleite del juego, del cuento a la poesía, del teatro a los guiones? ¿la poesía sutil de desde México, que trabaja con la palabra como grafía, como significado y lo fonológico en directo correlato con las ilustraciones de sus libros, los libros de escaso texto pero con condensación poética y elocuentes pero sutiles diálogos de Canela (
Gigliola Zecchin
), los combates dilemáticos entre el bien y el mal, el humor, las reflexiones éticas, la lírica, los trabajos críticos sobre lectoescritura con énfasis en literatura infantil en Laura Devetach, la picardía, la trampa y el humor en Gustavo Roldán (además de su valiosísima recuperación de manera imprescindible del legado de los pueblos originarios y de la fauna y flora del Alto Chaco), la impertinencia, la irreverencia, la parodia, el humor, la proliferación significante del discurso en
Adela Basch
?

Estos son solo algunos pocos y contados ejemplos de los muchos grandes de los disponemos en Argentina. Y ahora sí que me quedo corto por falta de espacio. También porque nombro solo a una cierta generación además de a una cierta tradición, en particular crítica y de ruptura con los recursos que le precedieron (en términos generales, si bien se pueden establecer algunas ciertas clases de genealogías). Pese a que puedo advertir que esta tendencia al descuido se ha comenzado a revertir en nuestro país (en el mundo hace rato), con maestrías, diplomaturas, Ferias del Libro, Congresos, Jornadas, Simposios, seminarios (lo que no hace sino confinar en un tranquilizador ghetto a esta producción tan variada y tan rica, su crítica y su mercado del libro). Pues a mi juicio esa no es la respuesta más acertada ni la más saludable a este fenómeno de desdeñosa recepción. Sino que la tal respuesta (si es que la hubiera o existiera) a mis ojos pasa por un respeto por considerarla de igual a igual en tanto que poéticas estéticamente nobles y de jerarquía, como si se tratara de un semejante, hacia esa producción otorgándole la misma excelencia, la misma dignidad que la de los productores culturales así llamados "para adultos" de naturaleza consagrada. La solución no es poner paños fríos para que una producción de tal infinita riqueza sea preservada en un elegante "corral de la infancia", para servirme de un feliz título de un libro de Graciela Montes, separado del resto de la literatura. Sino en el respeto genuino hacia ella en el reconocimiento de lo que es: una igual, una par. No ubicarla en un aparte para tranquilizar consciencias perturbadas por la culpa literaria de la exclusión. Sino integrarla a los debates de una literatura nacional, a su corpus, en las mismas mesas redondas, en las mismas conferencias que la otra, en los mismos foros de discusión, en los mismos seminarios, en los mismos congresos, en los mismos festivales de lectura de modo inclusivo.

Como parte lo que vagamente suele llamarse una literatura propia de una nación, propia de un territorio y del uso de una cierta variante de la lengua. De otro modo se la circunda en un peligroso aparte. Y reconocer que se trata de un campo de estudios y, mucho más aún, de producción de textos también literarios de referencia mundial, como el otro, únicamente con otros nombres y, quizás, atributos relativamente (y acentúo este “relativamente”) matizados ¿Que acude a otros recursos y apunta a otro receptor? ¡Pues naturalmente! Pero ello no es razón para descalificarla o proceder a su apartamiento o indiferencia respecto de su consideración en los estudios literarios académicos u otros, como los de divulgación periodística, como así cité, de diversa calidad. Más bien, por fuera de esa marginalidad, subalternidad, periferia, bueno sería acercarla hacia una zona de mayor centralidad.

Inscribiéndola en la misma agenda de trabajo e indagación en profundidad de sus poéticas. En una mayor difusión. Ubicándola en los mismos estantes de las librerías por orden alfabético o a lo sumo por temática, no por estar dirigida a tal cual edad en sectores de las librerías que funcionan como otra clase de ghettos solapado, también de apartamiento. A la literatura infantil se le debe respeto. Es el que le corresponde por su excelencia, la que le confiere su dignidad, su tradición ya notable en Argentina (omití los nombres de Enrique Banchs, Silvina Ocampo, María Granata y Sara Gallardo, entre otros) y su trabajo sostenido con reconocimiento nacional e internacional. La que le corresponde por derecho propio. Un comportamiento opuesto solo denota una ideología plagada de prejuicios de actitud despectiva que solo diera la impresión de no contribuir a una noción de literatura con integridad y con sentido de tolerancia y pluralismo. Sino más bien a la univocidad y a una posición intransigente respecto de lo que debe y no debe estudiarse. De lo que es y no es una literatura argentina en su sentido total. Cordialmente, Adrián Ferrero

martes, 16 de febrero de 2021

"Canela y el "geño" de la tinta"



Por Adrián Ferrero 



Por qué un “genio” maravilloso (por supuesto, si bien sabemos hay de los otros) pasa a ser “un geño”? ¿cuál es la clave del enigma de esa letra “ñ” que dice tantas cosas en algunas palabras en lengua española y en otras lenguas no existe? (María Elena Walsh escribió cierta vez, no sé si lo recuerdan, un artículo que se hizo célebre titulado “La ñ también es gente”).

¿Es una clave que tiene que ver con lo la dimensión fonológica del lenguaje, con su uso vocal? Veamos. Habría que preguntarle a Canela, que fue la que escribió este bellísimo cuento, "El geño de la tinta negra" (2009), sobre Ceferino, un alumno repetidor de cuarto grado, más alto que el resto de sus compañeros (por lo tanto distinto por donde se lo mire), al que lo confinan al peor de los bancos de madera escrito y con marcas, justo al fondo de la clase, el más viejo de todos los que tiene el curso, pese a haber recibido un cargamento de treinta nuevos e impecables. No obstante, no alcanzan para todos y Ceferino está socialmente marcado desde la exclusión. Le toca en suerte el que tiene un agujero adelante, que su madre le ha explicado que antes servía para alojar a la tinta para escribir a la que luego se le pasaba un secante. Lo que parece inútil, puede depararnos grandes sorpresas. Y de la tinta siempre se pueden esperar, si está bien usada, cosas prodigiosas. Sobre todo la maravilla de las historias. De ese agujero, que estaba alojado en un banco que parecía descartado o tan usado del que no podía despertarse ninguna clase de expectativa, cierta mañana brota un ser prodigioso: “El genio de la tinta negra” (según él mismo se presenta), que le dice a Ceferino que escriba que él se le apareció. Luego de salvables errores de ortografía, su maestra queda más que satisfecha: le pone un "Muy bien 10". Porque tomando como punto de partida la consigna un 21 de marzo, día en que, como se recordará, comienza el otoño, de que escriban “algo lindo, algo interesante o algo nuevo” que les haya sucedido ¿Algo incipiente como el otoño, quizás? que se le haya aparecido a Ceferino el genio de la tinta negra es algo verdaderamente lindo. Casi para ser celebrado. De modo que él escribirá la gloria. Lo paratextual será fundamental en esta historia, en la que la letra manuscrita de dos personas distintas (un niño, Ceferino, una adulta: la maestra) alterna con la gráfica más frecuente de los libros. Habrá tintas y renglones de distintos colores y el texto de Ceferino estará escrito en letra manuscrita de nene, no de libro habitual. Una letra llena de rulos.



Como los de algunas de sus compañeras o compañeros de curso. De letra de nene tamizada por la magia de un libro en el que lo fantástico llega para demostrar que solo hace falta dejar irrumpir a lo inesperado en nuestras vidas para pasar por encima del tedio, las dificultades o, en todo caso, lo que parecía irresoluble. Esa grafía le confiere una naturaleza entrañable a la historia. Además de una con la que los más pequeños pueden por identificación compararla con la propia de modo exitoso y gratificante, pese a que les traiga al mismo tiempo el mal recuerdo de algún reto o tachón por las correcciones de sus maestras o maestros de variable temperamento. Al reconocerse en sus disortografías, que todos hemos cometido. Y este Ceferino tan bueno, que les prepara el desayuno de mate cocido con leche a sus hermanos, que se detiene a mirar a los benteveos por la ventana del aula de modo soñador y perplejo cuando llevan una pajita en el pico presintiendo que van a anidar, cumplirá su sueño de, pese a ser un repetidor, lograr conquistar la maravilla.

Y Ceferino triunfa. Gracias a la ayuda de un genio que también es "geño", según el modo como él lo escribió en su producción escrita (¡he aquí develado el enigma!). Pero sobre todo gracias a la invención de Canela que nos viene a regalar el don de la tinta fresca que habla. Y, en especial, nos cuenta historias ilimitadamente imaginativas.

jueves, 11 de febrero de 2021

Sapos de la memoria, una interpelación en las profundidades (*)

 

                                                                          Por Maximiliano Suarez

A principios de diciembre del 2020, la escritora cordobesa Graciela Bialet dio a conocer en su página oficial el libro interactivo digital “Los sapos de la memoria”, de descarga libre y gratuita. Su acceso estuvo disponible para los/as lectores/as el Día internacional de los Derechos Humanos. En su versión original (en soporte libro) apareció por primera vez bajo el sello Op Oloop en el año 1997. En la actualidad cuenta con 30 ediciones y más de 25 reimpresiones. Se trata de una novela que ya ha ganado su espacio en el ámbito no solo de la literatura infanto-juvenil, sino en toda la comunidad; y sigue buscando nuevos lectores y derroteros para construir memoria y ciudadanía.

Aborda el tema de la identidad, los derechos humanos y la desaparición de personas durante la última dictadura cívico-militar. Protagonizada por Camilo, un adolescente de 17 años que intenta reconstruir las piezas faltantes de un rompecabezas que el peso del dolor real de la historia ha escondido, pero que será revelado tras remover las ruinas de la memoria de un archivo familiar que pretendía mantenerlo oculto y en silencio.

El proyecto de la escritora empezó a tomar impulso en el año 2015, acompañada de las hermosas ideas sobre sistemas digitales que aportaba su hijo mayor, José Agustín Bialet D’Lucca, programador digital, quien no pudo finalizar este bosquejo debido a su lamentable ausencia física el año pasado. Este incidente doloroso fue lo que llevó a la escritora de “Si tu signo no es cáncer” (2004) a tomar la decisión de continuar con este trabajo, que prometía un gran enriquecimiento para los/las lectores/as. Quizás, como explica la propia Graciela Bialet, “la pandemia, la partida de Agustín, la demanda de lectura digital que requerían docentes y estudiantes, las interminables y penosas horas de duelo y cuarentena, me impulsaron a la tarea de concretar este proyecto en formato digital e interactivo”. Siguiendo sus palabras, interpretamos que fue la fuerza del amor, de ese amor puro que solo ella sabe dar, la sentencia que determinó que esto se llevara a cabo.

El nuevo proyecto es la respuesta que los lectores esperan recibir: al descargar el archivo, en formato PDF, se encontrarán con la novela, en su versión revisada y, además, un plus que Bialet ofrece: una guía con distintos caminos y herramientas interactivas para navegar en un mar de palabras, información y datos interesantes para comprender nuestro pasado a la luz de nuestro tiempo, pero desde otro lugar. Imágenes, documentos, fotografías, canciones, películas, cortometrajes, obras de arte, reflexiones, glosarios de palabras e hipervínculos con accesos directos (por ejemplo, a la Comisión Provincial de la Memoria de Córdoba o a la Asociación Madres y Abuelas de Plaza de Mayo). En la lectura únicamente basta prestar atención a las palabras subrayadas, a las cintas traslúcidas verdes, o tocar una foto o imagen, para unirse a un nuevo hipertexto. Esta labor es una hermosa posibilidad y responsabilidad para ayudar a las nuevas generaciones a construir la historia, pero también una ética de la memoria individual y colectiva, ya que es nuestra condición de existencia. La memoria es ese santuario que nos exige decir NUNCA MÁS.

Este trabajo también habilita y abre a otras discusiones, otros interrogantes que pueden rastrearse aquí y que podríamos llamar metatextuales: las nuevas formas de leer, los cambios aparejados que la cultura y las nuevas tecnologías acarrean también se hacen presentes con esta revolución digital; por ende, este giro cultural que introduce la ciencia nos obliga a pensar una nueva reorganización de la cultura escrita. Si bien el libro en papel y el digital coexistirán, hay que reflexionar sobre la transición que se está atravesando entre dar a leer en papel y dar a leer en medios digitales. Esta nueva forma de lectura implica un desafío para los cuales debemos estar atentos y receptivos.



Los mundos ficcionales narrados hoy se propagan por diversos medios. Las narrativas transmedia son un claro ejemplo de esto, ya que posibilitan la difusión narrativa al mismo tiempo que una interacción con el espectador. El modelo de “lector ideal” que guardábamos en nuestra memoria fue migrando con el paso del tiempo. Del lector grupal al lector individual y silencioso, hemos pasado al lector que interactúa con el objeto. Néstor García Canclini, reflexiona sobre estos cambios en “Lectores, espectadores e internautas” (2007), donde argumenta que “las pantallas de nuestro siglo también traen textos, y no podemos pensar su hegemonía como triunfo de las imágenes sobre la lectura. Pero es cierto que cambió el modo de leer. Se lee de otras maneras, por ejemplo, escribiendo y modificando”. Ellos/as (lectores) son espectadores e internautas a la vez, y en esa conjugación se amalgaman deseos, gustos y alianzas que se forman compartiendo la palabra en los espacios de la virtualidad. De allí la importancia de inmiscuirse y navegar por la obra de Graciela Bialet.

Un libro sincero, crudo y real que nos atrapa desde el primer instante y nos transporta a un espacio en el que se diluyen las esferas del tiempo. Una nueva propuesta que incita a derribar los muros de la distancia y de los niveles sociales en que nos encontramos; una manera de fortalecer una cultura más democrática y libre de la riqueza de la palabra y de la literatura. Una invitación que espera llegar a cada hogar, escuela y a cada rincón del mundo. Leer (o releer) “Los sapos de la memoria” significa recibir el antídoto para el cuerpo, pero también para el alma. Parafraseando a Bialet, lo que aquí importa es ser lectores en el soporte que nos sujete un buen libro. Por eso, todo lector o lectora que esté interesado por nuestra historia y por la literatura no puede escaparse de la lectura de esta novela.

Para Agustín Bialet D’Lucca, que era la luz, In Memoriam.

A Graciela, siempre.

Textos revisados:

Bialet, G. (2017). Prohibido leer: reflexiones en torno a la lectura, literatura y aculturación. Bs. As.: Aique.

Bialet, G. y Bialet, A. (2020). Los sapos de la memoria: libro interactivo digital de descarga libre y gratuita. Disponible en: https://www.gracielabialet.com/descarga-sapos-de-la-memoria

García Canclini, N. (2007). Lectores, espectadores e internautas. Barcelona: Gedisa.

(*) Este artículo fue publicado originalmente en el periódico Hoy en Córdoba, lo publicamos con autorización del autor, al que le agradecemos profundamente.

viernes, 5 de febrero de 2021

“Liliana Bodoc: escribir con vocación de libertad"

 









por Adrián Ferrero

 

     Creo que los días de homenaje a figuras de la talla irrepetible de Liliana Bodoc (Argentina, 1958-6 de febrero de 2018) son todos. Se la evoca a cada momento, en cada gesto imaginativo, sorprendente, deslumbrante, en el destello luminoso del relámpago o la brasa. El brillo de la luciérnaga. Deja ese recuerdo inteligente, generoso, virtuoso, audaz, irremplazable, que desconoció el narcisismo y por eso mismo se vuelve inolvidable. Ante la mirada increíble de algún fenómeno que nos resulta inexplicable o frente al que quedamos perplejos o nos sobrecoge y nos gusta pensar que es de naturaleza prodigiosa también la presentimos, de modo providencial. Ante el hallazgo de la metáfora acertada en un escritor, o la resonancia sutil de una prosa poética que percibimos de inmediato como una música en una lectura, allí se hace presente Liliana Bodoc, con su escritura calma, sosegada, franca y amable a la vez. En fin, se la evoca totalizadoramente como lo que fue: la gran escritora argentina que vino a señalar un antes y un después en ese corpus nacional en el que ocupa un espacio superlativo a ojos de muchas personas que la han leído (en su totalidad) y la conocen en profundidad. Esas personas cuya atención llamó tanto su poética como su personalidad. Con el valor agregado, nada menor por cierto, de una humildad, un sentido de la solidaridad, del compromiso con las causas libertarias, con la necesidad de restituir a este mundo desordenado una justicia y una dignidad sustraídas por el poder insidioso, para reconfigurar la causa americana inscribiéndose en ella, dicho sea de paso, de un modo que viniera a decir cosas nuevas según las tramas de un lenguaje literario que antes no hubiera sido pronunciado. Un lenguaje vigoroso, de una infinita riqueza, con muchos matices, inflexiones, reverberaciones, que adopta desde la morosidad de la lírica hasta el vértigo de la guerra.  

     En efecto, introdujo un desvío incuestionable en el modo según el cual se venía haciendo literatura, se venía trabajando con la poética en Argentina. Lo hizo desde perspectivas múltiples. Una de ellas, que se ha nombrado hasta devenir lugar común, es el del cultivo de la épica fantástica. Eso está. Indudablemente está y forma parte de todo un sector de su corpus que resulta significativo. No lo puedo negar. Pero tampoco se agotan allí sus aportes y bueno sería atender al modo singular en que ella lo hace. Convendría hacer una lectura a fondo de ese corpus, la manera en que legitima su escritura en relación a esos modelos canónicos de prestigio (si bien esos modelos no son  prestigiosos a los ojos de muchos escritores), esto eso, paradigmáticos. Insistir en la interpretación de su composición. Ponerla en diálogo con sus padres europeos y de América del Norte. Ver en dónde introduce la grieta o el desvío Liliana Bodoc en el marco de esa constelación literaria. Lo que le confiere de particular pero también politiza su ficción hasta límites incalculables.

     También mencionaría el trabajo con los mitos bíblicos, urdiendo respetuosamente pero al mismo tiempo transgresoramente con los Evangelios una obra literaria que no falta a la verdad del dogma de fe pero que también se permite el libre juego con la invención. Poniendo las cartas sobre la mesa con poder de determinación porque la mitad de la Humanidad (la atea, la agnóstica, quiero decir, o incluso la que no ve con buenos ojos mezclar ficción con discurso religioso) no estaría de su lado. Y sin embargo afrontó ese riesgo, se atrevió de manera desafiante a confrontar con esas ideologías o filosofías que condicionaban de modo especulativo una imposición absolutista a la poética en su libertad de vuelo creativo. Sin embargo, ese trabajo literario, corrosivo del discurso sobre el dogma, fue realizado con vocación de respeto. Pero tampoco hubo inhibiciones en lo que hace a la inclusión de determinadas escenas o personajes que los religiosos suelen hurtar a la mirada pública en época de misas, en sus sermones o bien en sus escritos. De hecho, por citar solo un ejemplo, hay una castración por infidelidad a un hombre que se introduce en un harén en la novela El perro del peregrino (2013), donde se narran los últimos días de Cristo desde el punto de vista de su perro, Miga de León, lo que da por resultado naturalmente a un eunuco. La referencia a la escena tiene lugar en una novela juvenil, no en una para adultos. Tampoco se la sustrae al lector con pudores. Por otra parte. ¿Cómo atreverse a mezclar lo pagano, la sexualidad transgresora (por más que existiera una sanción contra ella) con el orden de lo sagrado en una literatura que debe instruir más que “pervertir” (digamos) al lectorado de esa edad sin hablar o siquiera mencionar la sexualidad en directa relación con la figura magnífica de Cristo? Tampoco la de una prostituta que también aparece en la novela. Un lectorado que podría sentirse tentado. La tentación sabemos es uno de los sememas más temidos por los religiosos.




     Concretamente en la literatura infantil, habitualmente despreciada por los ghettos de la literatura para adultos, al igual que por la crítica (tanto la académica como  el periodismo cultural) y la docencia universitaria, salvo excepciones, con una extrema soberbia, Liliana Bodoc vino a hacer algo completamente sin precedentes en la escritura creativa, no solo argentina sino en lengua española. Sus ficciones infantiles, cruzan códigos semióticos, cruzan lo intercultural, lo intercontinental, trabajan lo interracial, la literatura histórica con amplios actos permisivos en torno de sus convenciones, su codificación y, nuevamente, de las expectativas de una literatura juvenil que según una mirada vigilante bien podría ofender a la convención conservadora. No obstante, también hay un aliento esperanzado hacia la concreción de las utopías, por la libertad como práctica subjetiva y objetiva para los sujetos desde todas las perspectivas históricas que la sitúan en un lugar indudablemente orientado hacia la acción, una invitación a la sensualidad de la mujer liberada de constricciones o tabús. Liliana Bodoc no solo se resignó a la vida contemplativa de una escritora. Eso está delante de las narices de cualquiera que la lea. Claro, a menos que no se la lea. En cuyo caso se hablará de Liliana Bodoc desde las lecturas de frugales de las contratapas o de comentarios de segunda mano probablemente despectivos o superficiales pero, sobre todo, poco serios. No obstante es la literatura de Bodoc la que cautiva con su espléndida belleza.

     La insurgencia en sus ficciones de épica fantástica, otorga a la mujer un lugar y un espacio en el orden de la representación literaria y de la autorrepresentación que se le había históricamente denegado o sustraído. En tal sentido, imaginación narrativa y referente histórico no coinciden porque Liliana Bodoc no coincide con esos sucesos de naturaleza constatable que, dicho sea de paso, siguen teniendo absoluta vigencia. La violencia de género está siendo denunciada bajo sus más diversas manifestaciones en la actualidad. De modo que Liliana Bodoc aborde esta dinámica de la vida social no resulta anacrónico. Ello es tan claro y evidente que debería uno tener mala fe para no admitir el modo como en el orden de la representación literaria literaria Bodoc opera desmontando matrices autoritarias, costumbres instaladas, comportamientos naturalizados, la violencia de género tanto física como simbólica, en el seno de las prácticas sociales ejercidas de modo histórico sobre el cuerpo de la mujer así como sobre su subjetividad. En el que señala no sin énfasis la desprotección a las niñas en un lugar protagónico. Bodoc escribe, nombra los silencios de las mujeres. El silencio se traspone a una práctica de la palabra, de la voz alternativa en su ficción que incuestionablemente la hace ser una renovadora de ese espacio reponiendo significantes y significados que reenvían a un referente imaginario que será revelador de un nuevo orden al que aspira por fin la mujer de modo potente a ser enunciadora. Esa voz que había sido acallada también pone de manifiesto el origen y a los responsables. Recreando sus enunciados, otorgándole luz donde antes gobernó el reino de la oscuridad en el cual la desintegración y la pulverización de la expresión eran el referente cotidiano. La antesala para que especialmente sus lectoras reivindiquen un espacio de enunciación, de autorrepresentación y de autodeterminación  amplio, que cada vez se expanda de modo más poderoso, anulando toda necesidad de solicitar autorización a nadie para actuar es su ficción. Bodoc toma por asalto al discurso patriarcal. Pero tampoco desprecia al varón. Mantiene la dignidad de los varones que no actúan de ese modo y mantiene el deseo. Y el deseo entre los amantes ¿Qué habría de reivindicar una mujer sino más bien tomar por sí misma lo que le pertenece por dignidad y por derechos? Actuar. Decidir. Opinar. Desear y estar acompañada del hombre que desea y no del que se le pretende asignar. Optar por una circunstancia que no sea la condición de un destino. El confinamiento en una suerte de territorio en el cual su vitalidad está no solo ausente sino anulada. Una vida que no esté supeditada a ninguna clase de límite en el seno de un sistema que ya atributivamente en el orden de lo real sabemos no es equitativo e inferioriza la capacidad activa y resolutiva de la feminidad. Bodoc neutraliza entonces un marco de referencia inequitativo irracionalizándolo. Disputando una hegemonía que estaba, como dije, naturalizada y que si bien por sus días ya había sido ampliamente revisada, debatida, sometida a un reflexión en profundidad acerca de sus causas, sus características, sus condiciones, sus orígenes por el feminismo, desde Virginia Woolf a Simone de Beauvoir (El segundo sexo data de 1949), por tomar dos puntos de referencia, dos casos ejemplares en torno de la causa feminista, ella ratificó desde la comunión esas iniciativas por la emancipación. Y ella las transpuso a su poética. Así como otras escritoras no lo hacen o son funcionales al sistema patriarcal. O no lo consideran una asignatura digna de ser abordada de modo crítico en el seno de la ficción. O lo consideran panfletario (cuando en verdad bien abordado no lo es). No fue en estos términos en que lo planteó Bodoc. Liliana Bodoc no hace propaganda ni pedagogía. Ella desde historias en las cuales de suyo las mujeres ocupan un lugar sustantivo no procura hacer encajar un discurso de reivindicación con un discurso literario, forzando esos términos, sino que la operación es la inversa. Desde la creación literaria misma nace un discurso por dentro del cual la mujer en esas tramas ya estaba incorporada como una figura de naturaleza independiente.

     Este dato habla a las claras de que su poética, como dije, es crítica. De que escribe desde una ideología de la resistencia en el plano de los significados sociales. En el plano del poder tal como está inscripto en el género, como en tantas otras de las zonas de las  de la experiencia social hizo lo  propio, se puso siempre del lado de los débiles y de los perdedores, de los agraviados y de las víctimas, sin perder de vista que un conflicto no es un capítulo simplista sino un fenómeno multicausal, complejo, que no puede tener afán reduccionista. No desde el lugar común de acudir a la piedad de los lectores y generar una empatía sencilla, tras la simpatía hacia ella por abocarse a un esforzado abordaje de los excluidos, sino para desde un punto de vista que denota la pérdida, dar cuenta de una realidad concreta que salta a los ojos es inequitativa. Sabemos que hay toda una ficción burguesa sin inquietudes por hacerse cargo de la experiencia social de la injusticia, la pobreza, la indigencia. Bodoc no idealiza pero sí para desenmascarar las posiciones que gobernaban sus destinos anulando su libertad y su condición de semejantes adoptó una posición clara frente a esas ideologías y las prácticas que las inspiran. Su ideología literaria no es de aceptación de la ideología burguesa.



     En lo relativo al género, el espacio  de enunciación que tuvo la propia Bodoc en su escritura, en sus personajes, en el marco de sus historias, se transponía luego de modo natural hacia la conducta de las lectoras (y lectores que o estaban de acuerdo, o acataban por reclamo o eran afrontados por mujeres desde el desacuerdo, esto era lo que promovía la poética de Bodoc) en un afán de liberación de orden nuevamente renovador. Regreso una vez más a esta palabra. “Renovadora”. La irrupción en el seno del campo literario de su producción significó un cambio radical (lo sigue significando de modo incesante toda vez que circula su discurso) que no todos los expertos estuvieron dispuestos o fueron  capaces o de ver bien, o acaso de aceptar que llegara de la mano de una clase de poética que adoptara esa poética. Tampoco quizás consideraran la liberación de la mujer una causa interesante muchos de ellos, especialmente los varones. Pero esa intervención de Bodoc efectivamente tuvo lugar. En estos términos concibo lo que fue y así concibo su poética. De este modo la leo cuando me siento a interpretar en profundidad su ideología literaria en el seno de una poética que se  proyectó hacia prácticas e intervenciones concretas en el orden de lo real, sin concesiones. También lo hizo en el orden de lo extraliterario, cuando le tocó participar de eventos literarios.

     Lo renovador estaba en el trabajo desaforado conferido a la imaginación misma, salvaje diría, de naturaleza ilimitada, no admitía que se le impusiera coto a su práctica de escritura mediante operaciones represivas (ni por parte del mercado del libro ni de los editores, ni menos aún de los críticos, quizás ni tampoco de sí misma). Había una autocrítica severa que denotaba que Bodoc era perfeccionista con su escritura. Una práctica de escritura que era implacable consigo misma. Liliana Bodoc reivindicaba la escritura como el ámbito simbólico por naturaleza de la libertad subjetiva, como dije. Y por lo tanto de la realización llevada a su grado superlativo. En este sentido, su ficción es todopoderosa en lo que hace a la posibilidad de investir de  placer, encuentro con el semejante y encuentro consigo mismos de los sujetos. También en la posibilidad  de percibir al semejante desde la alteridad como un figura que no es un antagonista sino un aliado cuando esa persona se encuentra en estado solitario o de invalidez.

     Interesantes resultan también las operaciones de metaforización que realiza Bodoc. Mediante el semema de la guerra, las confrontaciones o los choques armados, las batallas impiadosas, no hace sino dar cuenta en el orden imaginario de acontecimientos que en el orden de lo real se manifiestan de modo tan descarnado como tangible. Marcadamente sanguinarios y que tienen razones desde religiosas hasta geopolíticas. Desde en eventos deportivos, conflictos armados con motivo de obtener recursos naturales de los países más débiles y toda clase de causas por anexar territorios por parte de una nación respecto de otras. El actuar imperialista y, naturalmente, en el caso de Argentina y América Latina, transponer la causa de la confrontación respecto de las dictaduras que asolaron nuestro país. De modo que una literatura de enfrentamiento entre bandos no es sino una forma de condensar esos significados constatables adoptando una dimensión imaginaria para volcarla luego al orden de lo ficcional. Naturalmente que esas operaciones de metaorización requieren de todo un cambio de escenografía y de protagonistas, de ropajes y de armas, pero que en lo esencial se mantienen como agentes de búsqueda de la dominación y la destrucción, de agonistas y antagonistas.

     La crítica estadounidense Rosemary Jackson, en su libro Fantasy. Literatura y subversión (1ra. edición en inglés de 1981; en Bs. As. de 1986) plantea la existencia en la literatura fantástica de “imposibles semánticos”. Estos imposibles semánticos, asociados a tramas que desde el punto de vista de lo semántico cuestionan lo mimético y el verosímil realista son profundamente corrosivos de los signos, de las unidades con las que la literatura realista suele representar y reproducir el mundo tangible. Así, irrumpen en la esfera de lo real (y, por extensión, en la esfera de lo público) desde las prácticas del lenguaje estas subversiones de las unidades que dan cuenta de lo real en el seno de la ficción siendo puestas en cuestión. De esta manera, analógicamente se pueden atribuir al orden de la vida desde su dimensión política y social en su impacto sobre ella a través de sus libros. Estos imposibles semánticos desde tramas imaginativas que no son posibles en el orden de lo real, se tornan subversivos e insurreccionales de la naturaleza de la economía de la representación, en primer lugar, a partir del plano de las tramas que se salen de los modelos miméticos. En el plano de los códigos. Por extensión, aplican al orden de lo referencial. Esto es: el referente imaginario subvierte el orden referencial de naturaleza constatable. Planteada en estos términos, casi la totalidad de poética de Liliana Bodoc termina por ser intensamente una poética de la subversión porque es una intervención manifiesta en el plano de lo real mediante lo discursivo imaginario que afecta de modo total y efectivo lo real. Sumirse en la lectura (lo ha afirmado Ricardo Piglia en El último lector, libro de 2005), constituye un acto en apariencia de evasión, de sustracción del sujeto lector del mundo social, pero es en verdad, explica Piglia, todo lo contrario: una de las experiencias de mayor inmersión en el orden de lo social concebibles. Entiendo que en función de que la lengua es un código social, motivo por el cual pone en funcionamiento todo un dispositivo de recepción y de acción participativa en el orden de la representación colectiva. En particular en lecturas de una cierta clase, como por ejemplo la que no repite un estado de cosas sino la pone en cuestión. Así, Bodoc desde el orden del signo desestabiliza la organización social en todas sus dimensiones. O, al menos, permite tomar consciencia del ellas en términos nítidos.

      Bodoc no hay un solo costado que deje por fuera del esquema narrativo que no desestabilice lo establecido. Precisamente, viene a convulsionar el signo, la economía

de la prosa desde el orden de lo imaginario en su dimensión más expansiva. Desde el orden de lo semiológico la escritura de Bodoc resulta temible porque ataca al discurso unívoco y lineal, autoritario y que pretende imponerse de modo totalitario asignando formas de exigencia en el habla o el pensamiento neutralizando la reflexión. El de Bodoc, en cambio, es un tipo de discurso que plantea disyuntivas, cambios, dudas, es fuente de incertidumbre, resquebraja al sentido común, no admite la palabra impuesta ni la que es obligada a ser a ser dicha por la fuerza. Es un discurso insumiso.

   No esperemos de Bodoc la experimentación creativa de la ficción convencional tal como suele ser formulada y representada por la literatura para adultos en los términos frecuentes por la hegemonía o la costumbre, que termina, precisamente, deviniendo estereotipo, lugar común, frívola solemnidad, por más diversas que sean sus estrategias constructivas o sus poéticas. Bodoc había hecho trizas las formas según las cuales en Argentina los sistemas de representación a partir de sus distintas tradiciones (que no fueron las de Borges, Bioy Casares, Silvina Ocampo, Santiago Dabove y, hasta en su sentido más disolutorio y más radical, Macedonio Fernández, sumándolo a esta galaxia que propongo sin pretender homologar aportes ni tampoco por completo su índole) trabajaban sus imposibles semánticos. Su mirada sobre la tradición es otra. No la perteneciente a esa tradición de la cual ella toma distancia. Y si bien se inscribe en ciertos modelos occidentales europeos o estadounidenses también sus puntos de referencia son latinoamericanos. Es una opción que ella realiza a las claras. A partir de la cual elige posicionarse.    

     Su lenguaje literario es preciso, ajustado, pero imprevisible. Como la poesía. Irrumpe en él siempre una estética que no es una cosmética sino una poética que reivindica para sí el adjetivo de la más conmovedora hermosura. Porque está cargada de un discurso estético connotativo, lo que confiere más eficacia semántica y mayor capacidad de impacto en la subjetividad del lector mediante una poética que no es agresiva pero tampoco es ni ingenua, ni fácil, ni sencilla. Sin ser infalible, Liliana Bodoc toma muchos recaudos a la hora de formular su poética. Está muy atenta a su forma y sus temas. El impacto de Bodoc y sus repercusiones son duraderos en tanto a la vez dejan una huella, una marca, un rastro que como mínimo ya garantiza la primera introducción en este tipo de ficción. Precisamente porque es el discurso poético el que connota sus significados más subterráneos y, por lo tanto, más inescrutables. No se percibe en la superficie. Por cada recoveco la poética de Liliana Bodoc, también según su sistema de lecturas resulta disonante con el del resto de los escritores y escritoras argentinos con la excepción (con demasiados reparos para mi gusto) la de Angélica Gorodischer, más abocada a la indagación en torno de la representación literaria de la oralidad que al discurso trabajado poéticamente, excepción hecha quizás (y con muchos matices) de su novela Prodigios (1994). Por otra parte, la producción de Gorodischer no tuvo que ver con la literatura infantil y juvenil, se volcó al policial, al gótico, al fantástico puro, a la ciencia ficción especulativa (en muchos casos de la mano del humor,  en particular en sus comienzos), al realismo, a la ficción abiertamente feminista, desde otra clase de premisas. Bodoc investiga de modo permanente un discurso literario para que posea condensación y hondura poéticas,  pero que prosiga siendo imprevisible en cada frase, en cada giro que le siguiera y al mismo tiempo no perdiera el hilo de todo el encanto narrativo en el que estaban sumidos el lector o la lectora.

     De modo que propongo como hipótesis una economía de la representación (siempre en la prosa, salvo contadas excepciones, Bodoc fue sobre todo narradora), esto es, el modo en que de manera elocuente se apodera de las formas con las que la imaginación es manipulada desde la creación, a partir de una conducta de la disonancia con el statu quo cultural, frente al que se manifiesta desafiante. Por otro lado, elige claramente antepasados literarios que nada tienen que ver con los de sus colegas argentinos hasta ese momento, como J.R.R. Tolkien (al que pese a admirar formula no pocas objeciones, de carácter severo, me atrevería a afirmar) y si de épica fantástica estamos hablando, diría, sin temor a equivocarme que literalmente la pone patas arriba. La escribe desde un país subalterno, electrizándola con las problemáticas del Tercer Mundo, politizándola transversalmente desde multitud de categorías y perspectivas como las que mencioné, con un nivel de excelencia que bien puede estar a la talla de los grandes del Norte o de Europa (habiéndose ganado el reconocimiento y el respeto de la emperatriz  de la ciencia ficción: la estadounidense Ursula K. Le Guin). Por otro lado, su referente imaginario en la Saga de los confines es el sustrato de los pueblos originarios de lo que sería América Latina, recuperando un legado no bajo la simplista y didáctica cuando no oportunista forma de reproducir codificaciones sencillistas o, esta vez sí, adoptando fórmulas típicas, sin grado alguno de elaboración creativa. Sino que si hacemos aquí un balance certero queda en claro que el modo en que se apodera de la herencia espléndida de la cultura americana (y, dicho sea de paso, se inscribe en ella) es el de alguien que adopta de esa cultura no de sus superficiales vestiduras folklóricas plagadas de ponchos y comidas ancestrales sino de sus mitos de origen, la Historia de su relación continental con España de dominación, la singularidad de sus formas expresivas, su oralidad de la que aún se preservan algunos pocos testimonios mediante operaciones de transposición a lo escrito. Liliana Bodoc por otra parte era una gran estudiosa además de una gran narradora. Ella investigaba acerca de lo que iba a escribir, se documentaba mediante fuentes, mediante bibliografía. Esa Historia de saqueo y violencia física y simbólica de la que fueron objeto un conjunto de grupos étnicos autóctonos de lo que sería América Latina, indefensos, devastados por otro de blancos de condiciones culturales mucho más astutas, ambiciosas pero, en verdad, más letales. A lo que se suma la mala fe y su falta de escrúpulos conociendo el robo, la violación y el esclavismo, entre otras prácticas lesivas contra la humanidad de los nativos del continente americano. Su naturaleza irrespetuosa, que actuó por conveniencia y su voluntad dogmática desde lo ideológico con el objetivo de instalar prácticas sociales y formas de  pensamiento y de creencia, sobre todo asociadas a la religión y la violencia semiótica por la imposición de una  lengua, en un saqueo ya no solo material sino esta vez de violenta expropiación de patrimonio cultural. ¿Que Liliana Bodoc incurre en la idealización de los pueblos americanos? Me parece que más bien reconstruye la trama agresiva de una Historia de existencia constatable que suele ser con frecuencia demasiado olvidada y jamás puesta en diálogo con la ficción del modo en que ella lo hizo. En franco coloquio con la épica fantástica pero con puntos de contacto con la noción de liderazgo y de organización tribal inherente a esos pueblos, Bodoc cruza estos prototipos con la imaginación ficcional de la épica fantástica. Ese legado valioso no podía ser hurtado por la ficción contemporánea, ignorado, sino debía ser narrado mediante nuevas estrategias y figuraciones. En definitiva: servirse de nuevos modos de dar cuenta de su riqueza cultural y de su Historia de agresivas tramas del dolor pero haciéndolo no desde fórmulas. Era la ficción la que mediante operaciones retóricas complejas debía ser capaz de atreverse a transponer esa cultura arrasada de los pueblos originarios a su propio discurso literario. Desde la posición de quien los inviste de la capacidad de habla en el orden colectivo sin traicionar sus cosmovisiones ni tampoco su historia que fuera devastada. En definitiva, esta operación se parece en mucho a la adoptaba en relación con la de la mujer. Porque es la transposición la operación de la que se sirve Bodoc de modo me frecuente (y me exitoso a mi juicio, sin embanderarse pero sí tomando partido).

     Otro punto destacable, de naturaleza irrepetible en la ficción de Bodoc es su inmenso don para concebir a priori dípticos, trilogías, tetralogías así como universos alternativos cuya dimensión estructural era deliberadamente plural, de dimensiones amplias pero al mismo tiempo configuraban totalidades. Podían ser leídos en forma independiente. Pero se completan bajo la forma de una unidad.. Yo no he apreciado este atributo en la ficción argentina en ninguna etapa de su evolución, al menos en su época contemporánea.  

     Respecto de la literatura infantil, Bodoc fue respetuosa y, es más, se concentró en ella desde una génesis de escritura con la inclusión de rasgos no transitados previamente. De factura irreprochable, un lenguaje equilibrado, claro, de un alto nivel de perfección, con vuelo poético, libros que llaman a la reflexión, connotativamente densos, escritos líricamente sin perder capacidad comunicativa o de acción jamás. Porque este es el otro punto en Liliana Bodoc: su literatura es transgresora sin ser hermética. Y de modo erróneo (y con demasiada frecuencia) se confunde, adoptando la forma de un lugar común crítico o literario “serio”, que lo exploratorio no puede traficar jamás con la épica fantástica, con la fantasía, con el humor (salvo contadas excepciones). Se admite, sí, a regañadientes, el fantástico por lo general de naturaleza sí especulativa y sí erudita (como el caso de Borges, un escritor irritante sin embargo aún para muchos lectores) de que una manifestación literaria para tener capacidad de renovación ha de  carecer de encanto narrativo, debe disponer de atributos crípticos hasta alcanzar las cimas de lo incomprensible (al punto de devenir aburrido), su experimentación ha de ir de la mano de procedimientos experimentales que no tienen jamás que ver con la imaginación narrativa de naturaleza prodigiosa. Pues me resisto a pensar en esos términos. Lo prodigioso puede ser peligroso. Considero a Liliana Bodoc una gran autora experimental en un campo que le es propio. Y que no había sido transitado previamente. Me parece que la academia respecto de la literatura ha institucionalizado como condición sine qua non un tipo de poética que urgentemente debe revisar en lo relativo a sus modelos precedentes, distanciándose de ellos para producir un avance positivo en la serie literaria. Macedonio Fernández comenzó a resultar interesante en razón de la difusión que Borges primero y Piglia más tarde le dispensaron. Macedonio mismo confesó ser “una invención de Borges”. Antes fue ignorado por completo. Tenía una visibilidad y una atención crítica nulas. En el fondo, la corporación literaria no admite que de una poética como la de Liliana Bodoc, con capacidad sensible, refinamiento ficcional, tramas inéditas y hasta insólitas por momentos, sutileza para abordar los temas, apropiación cultural de formas literarias sobre las que ejerce una indudable torsión creativa hasta llevarlas a un punto máximo de transgresión, de naturaleza irreconocible respecto de sus modelos o de los prototipos en los que se inspiró, pueda esperarse de ella innovación. Pero la ficción de Bodoc respeta ante todo el esquema comunicativo de acercamiento al lector y la lectora. No pone distancias (probablemente eso es lo que no se le perdona, su enorme adhesión de público). No obstante, lo hace con excelencia literaria y sin concesiones a la demagogia. En verdad Bodoc está a la avanzada. Desde mi humilde punto de vista, la literatura de Bodoc me parece cualquier cosa menos ingenua o poco interesante. La considero inquietante, poco previsible, vanguardista, que abre sendas en un país que en el territorio en el que ella incursionó poco o nada se había explorado y, más aún, se atrevió a una experiencia fundante. Porque sentó las bases inaugurales para una tradición que en adelante sería proseguida quizás por otros u otras colegas. Por otra parte, la de Bodoc es una poética a la que no le faltan momentos de humor ni un erotismo nombrado con palabras precisas, justas y sutiles.

     Todo el tiempo está buscando por dónde incursionar para no incurrir en trampas con el afán de no repetirse, reproducir esquemas narrativos o ficcionales que pudieran agotarse y hacerla caer en la celada del cliché o devenir escritora serial. Autorreflexivamente Bodoc se formula objeciones, inquisiciones, problematiza su práctica de escritora. Es implacable consigo misma. Jamás nos encontraremos con una obra igual a la otra en el seno de corpus tan frondoso. Tampoco la poética de Liliana Bodoc se traiciona. No da un paso adelante para luego retroceder. Si avanza, sigue avanzando. No la marea escribir de un modo exitoso (como lo fue por su amplia base de público sin el perfil sin embargo de cualquier transitado best seller) para, luego de hallar la pócima, reincidir. Siguió un curso sinuoso, por el que la guió su decisión, no su conveniencia. Fue ella la que dictó los términos según los cuales iba a escribir. Esa misma certidumbre fue la que la confirió coherencia a su proyecto. Eran puntos sobre cuáles ella no estaba dispuesta a negociar. Sus ideales, no fueron los de ir tras la ambición de una “auspiciosa carrera”, el camino habitual de sus colegas. Sino el de la intervención mediante su literatura en el orden de lo real con la idea de introducir el cambio social traducido en una poética de ideología social libertaria. Es para mí un modelo de escritora que puso en cuestión hasta en lo que consiste la profesión de escritor o escritora. Para ella ser escritora, ser escritor, consistía en otra cosa. En escribir con un alto nivel de perfección y de exigencia. Pero no esperar a cambio favores ni recompensas. Sino la congruencia entre los principios y el trabajo concretado.

     Observo que no se termina de comprender su talante revolucionario en el orden constructivo y en lo que hace astillas (lo deconstructivo). Bodoc llega para llevar adelante un proyecto de la destrucción de lo agotado, de lo vetusto  y a partir de allí procede a una reinvención según nuevas premisas poniendo a un lado las zonas gastadas. Su juego de la desmesura de la imaginación es sin embargo siempre simple y es dificilísimo: desde un referente imaginario iconoclasta, en la economía de la representación los signos se insubordinan. La economía de la prosa aterradoramente rompe con los lugares asignados a las palabras y las cosas. Así, se desbordan mediante la lectura al orden de la experiencia social, desordenándola, introduciendo cambios y debates en todos los planos de la cultura. Y su posición frente a la cultura oficial siempre fue antagónica respecto de sus formas de legitimación. Se ubicó en un lugar de outsider. De resistencia frente a los poderes que consagran. De los lugares de legitimación formales y abierta o implícitamente los puso en cuestión. No estuvo dispuesta a actuar por conveniencia ni perseguir la adulación. Su poética está siempre en tensión. No descansa. Es una poética que está todo el tiempo alerta, procurando ser lo que no ha sido previamente antes. Y lo exploratorio está presente en ella de modo permanente. Lo experimental también. Es todo menos una escritora confortable y aquiescente.

     Hay un presente siempre en el presente de la poética de Liliana Bodoc. Es el presente de la belleza incomparable. El de la lucidez. El del arcano. El del talante visionario. El de la ética que desde el orden de lo abstracto se transpone al orden de la representación literaria sin la búsqueda de la aprobación ni la didáctica sencilla. Es el de la decisión indoblegable de la causa americana. Ese presente de la enunciación sigue teniendo lugar toda vez que alguien abre uno de sus libros. Con una vigorosa vigencia de naturaleza excepcional en el orden de las poéticas argentinas, Liliana Bodoc triunfa. La magia, las profecías y el universo de los magos como el de Próspero de Shakespeare, es el de Liliana Bodoc también, son los de una artista que adopta no digamos ya inflexiones ligadas al orden del talento. Sino, me atrevería a afirmar sin temor a equivocarme, que alcanza las cimas más altas de la genialidad.

Narradores y Cuentacuentos: Entrevista a la Narradora "Seño Norma"

  -¿Cómo y cuándo descubriste que tu destino estaba ligado a la transmisión de la cultura a través de la oralidad? Desde pequeña me encant...